Lydia Cacho y el libro como Mandala

Sobre el tema que mencionaba en una entrada anterior a este cuaderno: el de querer que mis libros sean como mandalas: objetos rituales que nos ayudan a vivir, recibo esta crónica de Lydia Cacho, que ya conocía y agradecí en su momento pero que una lectora me envía ahora de nuevo, sobre uno de los posibles usosrituales de mi libro Los Jardines secretos de Mogador. Me siento tan agradecido con ella y sus amigas. Y tan afortunado de que un libro pueda vivir así. Yo decía que si la lectura de un libro nos toca a fondo, se vuelve parte de un ritual íntimo, alimenta raíces secretas. En sus mejores momentos el lector usa a los libros como una especie de mandalas: objetos rituales cuya forma material y sus palabras nos ayudan a sentir, a pensar, a meditar, a vivir. Y mi querida Lydia, con sus amigas, me lo confirman.

Lydia Cacho
El jardín de los secretos

"Mi amiga Erika estaba triste. Por más que intentamos alegrarla, narramos cuántas veces hemos vuelto a caer en los brazos del amor, a pesar de haber jurado jamás regresar a ese curioso estado de perpetuo embelezo que es el enamoramiento. Pero nada, su mirada estaba ausente de esperanza. Nunca había visto sus ojos tan vacíos de alegría como esa noche, así que me di a la tarea de ofrecer a mi querida amiga una terapia de reconstrucción del anhelo.
Invité a mis queridas amigas a mi casa. Allí con una botella de buen tequila y unas botanitas, llevamos a cabo el ritual. Ellas esperaban una velada trillada de plática sobre el amor y las parejas. Una vela de vainilla encendida, acompañada de una quema de incienso de sándalo, cedés de música deliciosa y un libro inolvidable fueron los acompañantes de la noche.
Alrededor de mi mesita de Guatemala, nos sentamos en cojines de colores, y pasamos por nuestras manos una botella de aceite de lavanda para masajes. Unas gotas en la palma y lentamente cada cual llevaba en sus propias manos y brazos el aceite, en el fondo en disco de fados portugueses. Con los ojos cerrados había que reconocer en la propia piel los recuerdos de las caricias amorosas del pasado y del presente. El ejercicio consistía en recordar con los sentidos cómo el amor nos ha dejado huellas en la piel a lo largo de los años. Nada se pierde, todo se transforma, dice una canción, y así vamos respirando profundamente y sin abrir los ojos recordando todas las caricias significativas de nuestra vida. Ya con los ojos abiertos y luego de un brindis con el agua de las diosas del agave, recordamos entre carcajadas y sonrisas de asombro nuestro primer beso, esa iniciación del cuerpo en las pasiones, esa añoranza de la presencia cercana del ser que nos atrae. El cosquilleo del vientre, el vuelo de la mariposa justo tras el ombligo –que no es otra cosa que el centro de nuestro universo vital-. ¿Cuándo fue la última vez que sentiste el aleteo en presencia de alguien? Pregunté. Claudia insistió en que a nuestra edad –casi todas estamos entre los 35 y 45 años- eso ya no es fundamental. Y yo inquirí ¿por qué justo cuando ya tenemos la seguridad que nos faltaba en la adolescencia, cuando es nuestra la certeza de quién somos y qué queremos no tenemos edad para maravillarnos ante la pasión?
Yo creo que es la mejor edad, es maravilloso saber que ya no estás dispuesta a entrar en juegos de engaño, que eres capaz de construir una relación madura, apasionada, pletórica de risas, de pasión y de goce. Pasamos la vida intentando comprender esa increíble mezcla de atracción biológica y apasionamiento, sazonados con reflexiones intelectuales de romanticismo y con incomprensibles reacciones químicas que nos arroban como el fuego consume el pabilo de una vela. Entonces saqué una joya de libro: Los jardines secretos de Mogador. Todas las personas que quieran despertar sus sentidos deben leerlo. Su autor Alberto Ruy Sánchez, es un explorador de los arrebatos humanos, un gozador profesional.
Cambio de música: el bolero de Rabel. Comencé leyendo el primer capítulo, entre sorbos de tequila miré a mis amigas acomodándose como si mi pequeño hogar se hubiese convertido en la habitación de un palacio marroquí. Terminé la primera historia y pasé el libro a Claudia, ella leyó, y luego cada una hasta llegar a Erika. De sus labios salió la historia final de los Jardines. Eran las cinco de la mañana y salimos al balcón a mirar el sol salir por la laguna de Cancún.

Miré a mis amigas y me sentí bendecida por el cariño. Le dedicamos el libro a Erika, quien prometió nunca más olvidarse que el amor es una consecución de milagros personales, es la historia de nuestro cuerpo y nuestro corazón; es la esperanza de nunca perderlo. Es hallar nuestro propio jardín de pasiones." (De la columna Esta Boca Es Mía. Publicado en la revista Tentación)

Tatuajes que florecen

Recibo una pequeña lluvia de mensajes de personas que se han hecho tatuajes tomados de mis libros con un entusiasmo tomado de las historias de deseo que contienen. Una de ellas me manda una foto bellísima del tatuaje mogadoriano arriba de su tobillo derecho pero el desnudo de todo su cuerpo es deslumbrante. Se muestra y no. Oculta sus ojos. Encuentro bellísima su boca: El órgano sexual más tremendo que tenemos. Me dice que por lo pronto es modelo y que cuando va por la pasarela piensa que camina sobre las murallas de Mogador. Tiene que maquillarse el tatuaje para desfilar: no debe verse. Y cuando recupera su verdadero yo lo deja ver de nuevo. Me dice que con frecuencia, mientras las demás modelos se visten y se maquillan, ella lee desaforadamente a un lado. Y que por eso la ven como bicho raro. (Una persona muy querida me había contado algo semejante). Es estudiante de Literatura Comparada y prepara sus exámenes entre un desfile y otro. Me dice que, definitivamente, es "sonámbula mogadoriana", y mientras camina en la pasarela siente en el cuerpo los dardos de deseo del público que la rodea, que ese deseo múltiple y creciente la anima; y sabe localizar de dónde vienen los más sinceros, los nada turbios: como llamas de colores diferentes que ella sabe ver con otros ojos, los de la piel, los que ven en todas direcciones al mismo tiempo. Vive entre París y Londres y prepara una tesina sobre la influencia de Pasolini y de Beckett en los libros de Mogador, sobre todo en La Peau de la Terre, que es el nombre de la edición francesa de Los Jardines secretos de Mogador y En los labios del agua. Le pregunto sobre sus historias de deseo. Y me envía un largo poema narrativo que está escribiendo, un relato que es casi novela corta en fragmentos, tan deslumbrante como su cuerpo. Lleno de revelación y a la vez de misterio.

También recibo un conmovedor testimonio de una poeta que no se de dónde es además del país de la poesía. Menciona la orilla del mar y menciona sus ojos verdes. Me hace nadar en ellos, hacia ella. Mezcla el italiano con su español misterioso. Y trae a cuento una daga árabe bellamente retorcida, la "gumía", más familiar para mí como "kumiya", que ahonda mi curiosidad y mis recuerdos. Abre mi piel e indaga en la carne de mi memoria. Ante mi curiosidad por sus deseos me pregunta sonriente si quiero que mi novela sea bicéfala. Le respondo que Deseo que mi novela sea un animal pluricéfalo con sexo de mujer en el horizonte y una brújula levantada hacia ese atardecer siempre asombroso.

Inundado de tantas voces deseantes femeninas, comienzo una nueva redacción de la novela cargado de la la intensidad de todas esas bocas, lenguas. Es como cuando algo tan especial nos sucede que nos obliga a cantar. Así me siento.

Y me viene a las manos, a la memoria, este poema de Angel Valente, epígrafe perfecto de este momento afortunado que todas estas mujeres deseantes me ofrecen:

"Con las manos se forman las palabras,
Con las manos y en su concavidad
se forman corporales las palabras
que no podíamos decir."

Las palabra del deseo que regresa













Una parte fundamental del reto que me he impuesto en el proyecto de Los libros de Mogador es estar atento a la respuesta de los lectores ante la aparición de cada libro, escuchar de qué manera entran estos libros en la vida de quienes los leen sin indiferencia y, finalmente, integrar esas voces del deseo en el cuerpo narrativo del siguientes libro. Ya el primero, Los nombres del aire, tenía en su breve historia una carga enorme de historias de deseo que me habían contado varias mujeres y otras que me había tocado vivir o vivir de cerca. Esa carga vital está en el libro convertida en intensidad poética de diferentes maneras. Cuando el libro apareció la reacción de muchas lectoras fue enorme y muy intensa, en proporción directa con el interés que yo había puesto en ESCUCHAR los deseos femeninos. No es solamente que yo hubiera adoptado el tema de la mujer como una de las preocupaciones del libro sino que todo el libro está escrito desde el deseo.
Cuadruple deseo: mi deseo por conocer más de ese mundo que es mi alteridad radical y fascinante; mi deseo por la mujer amada que encarna cambiante en los rostros y en los cuerpos de mis personajes; los deseos de muchas mujeres que me cuentan, me dejan ser testigo o viven conmigo situaciones deseantes, convertidas por mi en "figuras narrativas del deseo"; y finalmente los deseos, muy abiertos y muy concretos al mismo tiempo, de ser deseado a través de las palabras. A través de la obra, o más bien, en ella.
Es decir que el relato se levanta como un ámbito, un ámbito de deseo, no sólo sobre el deseo o escrito con deseo sino escrito desde el ámbito del deseo. Un ámbito creado para decir y captar el deseo. Para hacerlo actuar.
Y en esta última frase está tal vez la clave de mis libros: novelas que se niegan a subordinarse a la retórica común y corriente del suspenso narrativo o de la anécdota más o menos unidimensional, para convertirse en ámbitos, espacios de deseo. Espacios donde se lee con todo el cuerpo, y donde cada cuerpo que entra a leer deposita así sus deseos en la trama frágil como tela de araña que los define.
Así, En los labios del agua se nutrió enormemente de los ecos que tuvo entre el público femenino Los nombres del aire y, ya después, Los Jardines secretos de Mogador ganó vitalidad por todo el eco acumulado de mujeres deseantes más las preguntas que lancé abiertamente en su momento sobre mis lectoras para escuchar sus deseos, cientos de deseos de embarazadas muy específicamente, pero también deseos femeninos de todo tipo convertidos luego por mí en jardines.
Ahora, en el vértice de la nueva novela me lanzo de nuevo, como pararrayos, a escuchar deseos. Y el Blog es ideal para hacerlo. Ya en poco tiempo me llegan ecos enormes y muy vivos. Algunas mujeres me dejan su huella entre los comentarios de este blog. Hay algunos de enorme belleza. Los agradezco y pido ir más y más a fondo en el relato de sus deseos. No necesariamente de manera pública sino, con frecuencia, en correos privados. Y nunca dejo de sorprenderme.
Eleonora, una poeta profunda, ya me va dejando huella ni yo se hasta dónde. Otras cartas significativas fluyen sin dejar nombre. De todo lo que me cuentan me alimento y en mí todo se va transformando en cuento.
Estos días me llega la noticia de una mujer, bella y apasionada, que se ha puesto indeleblemente en el cuerpo el tatuaje que usan mis personajes en los libros. Y ella, Karla (menciono nombres sólo si me lo permiten) me envía su fotografía. Es la que abre esta nota del blog. Es la caligrafía que dice en árabe: "Nosotros somos el jardín", Y que aparece incluso en la portada de Los jardines secretos de Mogador.
Como no es la primera vez que eso sucede me voy a revisar mis cuadernos de cartas y ecos, y veo que ella es justamente la novena mujer que me dice que se ha mandado poner esa frase caligrafiada en el vientre. Le pido que me cuente la historia pasional que anima o es animada por ese tatuaje y me encanta oírla, leerla. Es una de esas "palabras que regresan" bajo el llamado de mis deseos para expresar afondo los suyos. Lo agradezco tremendamente.