La vida y la obra como una sola caligrafia


Me doy cuenta de que todo lo que reescriba o escriba dentro de la nueva novela está cargado de un ánimo, de una oleada de afecto proveniente de lo que viva en ese tiempo. Así, la semana que acabo de pasar en Colombia me ha llenado de una energía inusitada, de un ánimo enorme. Gocé a la ciudad después de descubrirla gracias a la amistad nueva o renovada. Desde ahora Bogotá tiene una sonrisa, una belleza distinta. Pero el ánimo que me invadió esos días iba brotando por mi cuerpo hasta convertirse a diario en una cuantas palabras cargadas del ritmo de tambor que hay en la palabra Bo go tá. Y las ciudades son como mujeres. Seducen y son inconquistables. Bogotá es así maravilosa. Y así como dos cuerpos se entrelazan amándose, formando una caligrafía aparentemente caprichosa, uno, que es amante del mundo, enlaza su cuerpo con la vida que se le presenta. La ama, perdidamente, ata su cuerpo a ella. Se escribe con el cuerpo atado al mundo como en una sola y significativa caligrafía.
Y mientras estaba felizmente hundido en Bogotá siguieron llegando por el correo electrónico vinculado a este blog mensajes intensos y fotos de mujeres tatuadas con las caligrafías que aparecen en mi libro Los Jardines de Mogador. Y justo en la colocación del vientre que describe el libro. Así, Karla me envía unas bellísimas, que son a veces perturbadoras o que incitan a la contemplación. A la adoración de esta mujer con la piel que dice: "Tu y yo somos el jardín, el paraíso". Y lo dice con líneas convulsionadas sobre su vientre, como una llama. Inmóvil y siempre en movimiento. La llama que, si cerramos los ojos y la besamos, nos devora.