UN JARDÍN DE ARROZ ENTRE LOS OJOS


En una ciudad de Bali entretejida de arrozales y jardines, una mujer bellísima, Ayú, cultiva el más extraño que yo he visto: con miel, entre ceja y ceja, se pegaba nueve granos de arroz. Pregunté a mi amigo Katut sobre esa extravagancia. Sonrió, suplicándome que yo nunca contara lo que él estaba a punto de mostrarme. Seguimos discretamente a Ayú, hasta una casa de masajes que se encuentra en la calle del Bosque de los monos. Se entra por un patio de muros bajos de ladrillo, que es un templo. Detrás de una columna escuchamos a otra mujer que le preguntó en tono de burla:
¿Ya regresó tu dios azul?
Ayú, indignada, no respondía. Pero cada tarde alquilaba una de las terrazas de masaje y esperaba…
¿A su amante?, pregunté.
No, está convencida de que Shiva mismo vino a hacerle un masaje la otra noche. Tan profundo que le tocó el corazón, por dentro.
¿Cómo, por dentro?
Sí, la semana antepasada, que hubo luna llena, Ayú vino a tomar un masaje. Se instaló desnuda en la sala que usa siempre pero se durmió esperando. Yo terminé mi trabajo en el arrozal, prosiguió Katut, y vine a tomar mi clase semanal de masaje. También olvidé que en luna llena todos los empleados aquí se van al templo principal de la ciudad. Cantan y bailan y hacen ofrendas por un par de horas. Entré por error a donde Ayú dormía y, sin mirarme, dio órdenes tan firmes que pensé que era mi nueva maestra. Las seguí con esmero. Tanto que los dos fuimos muy felices.
Nos amamos y nos quedamos dormidos. Cuando regresaban las masajistas, las escuche reír en el patio de entrada, me di cuenta del equívoco y escapé en silencio antes de que nadie me viera. Cuando Ayú despertó yo me había ido. Ellas le juraron que nadie estuvo ahí. Que había soñado. Pero Ayú tenía una prueba de la presencia que había hecho florecer sus deseos. De mi camisa habían caído sobre la cama varios granos de arroz y nueve, con mi sudor, quedaron pegados en su frente mientras dormía. Y eso, ella insiste, 'en la última luna llena de 1999, es un claro mensaje de Shiva. Una indicación de cómo dirigirse a él, de cómo hacerle ofrendas'. Desde entonces Ayú renueva y ofrece ese jardín entre sus ojos. Algunas mujeres en la ciudad ya la imitan. Y hasta algunos hombres también. En cada grano de arroz, observado verticalmente, Ayú ve la representación de un Lingam (el falo del dios Shiva) mágico y diminuto, para llevarlo en la mente y en la frente, y que así le recuerda sin falta su enorme felicidad.”

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La bella Ayú Utami:
En octubre, mientras estaba en Bali, recibí esta carta: "Estimado Alberto Ruy-Sánchez: El Cultural de El Mundo (España) cumple este mes de noviembre sus primeros 10 años de vida y queremos celebrarlo con los autores, los grandes narradores, como usted. Estamos pidiendo a los autores que más admiramos un relato breve, de unas 250 palabras, sobre un año concreto de esta década (de 1999 a 2008, aunque 2003, 2004 y 2008 ya han sido elegidos). Usted decide.Por favor, dígame si puede hacerlo, y enviárnoslo antes del próximo miércoles 4 de noviembre. Ah, y díganos también qué año elige...
Un abrazo muy cordial
Nuria Azancot, El Cultural de El Mundo"

Mi envío se publicó en su número de aniversario, el 13 de noviembre del 2008, con una presentación titulada "Diez años, diez historias."
Yo escribí, para Nuria Azancot, este cuento donde combiné una historia que me contaron en Ubud, en la fabulosa sala de masajes de la señora Nour, con la extraña costumbre que tienen en Bali de ponerse unos granos de arroz en la frente, entre las cejas. También pensé en mi amiga, la bella y muy reconocida escritora indonesa Ayú Utami, quien tiene en la frente un lunar que parece un granito de arroz y que enfatiza su actitud felina, que por otra parte ella cultiva. Como se ve en su fotografía. (Su novela Sanam, por cierto, es muy interesante y se puede leer en inglés en edición virtual de google: aquí. O puede comprarse en internet en la edición de Equinox Press, traducida por Pamela Allen, aquí).


También pensé, por supuesto, en el valor simbólico que tiene el número nueve en los ritos a Shiva, relacionando con ironía los tres nueves del año 1999 a los granos de arroz que son como Lingams de shiva increiblemente diminutos. Tengo además un par de fotos con mujeres luciendo esos granos en el mercado o poniéndoselos en el templo. Aquí, en el cuento anterior, me inventé un origen equívoco de esa costumbre que es en realidad un tipo de ofrenda que, como las flores, es llevada sobre el cuerpo.