LA AVENTURA DEL CUERPO

Hace unas semanas la escritora Guadalupe Nettel, quien edita con Pablo Raphael la fabulosa revista NÚMERO CERO, (0), publicada por Editorial Almadía, me invitó a escribir un diálogo sobre LA AVENTURA DEL CUERPO con mi amiga, la escritora libanesa Joumana Haddad. Esta es una parte solamente del texto que aparece estos días en la edición impresa de la revista. El texto de Joumana aparece aquí, temporalmente, en francés. Ya después lo pondré en español...



Este diálogo comenzó hace casi medio año con un cruce de miradas que se dicen mucho sin decir todavía palabras. Ya Cristina Fuentes Laroche, directora del Festival Hay, me había dicho que le parecía imposible que no conociera a Joumana Haddad. “Tienen mucho en común”, me dijo, “la misma electricidad, el mismo lenguaje corporal”.
En el puerto amurallado de Cartagena, durante el Hay Festival del 2009, entre decenas de escritores y viajeros, nos reconocimos al vernos. Y la conexión fue inmediata, instintiva. Y me quedé con la impresión positiva de que el tiempo fue demasiado breve esos días. Editora, periodista, traductora y poeta, hablar con ella es un placer sin fronteras.
El diálogo continuó ya lejos, con algunos de sus libros. Tiene una decena de títulos en árabe y traducciones a varias lenguas. Tres de ellos al español. Dirige el suplemento cultural del principal diario árabe de Líbano, An Nahar. Su antología de la poesía libanesa moderna, Allí donde el río se incendia (Fundación editorial el perro y la rana, Caracas 2006), ofrece un panorama de poetas nacidos desde los años treinta hasta los nacidos en los setentas, que es su generación. Es una imagen de conjunto interesante, hecha tanto con gusto como con conocimiento profundo y que va desde el movimiento renovador en torno a la revista Shiir (Poesía) al final de los años cincuenta hasta una sugerente variedad de poetas contemporáneos.
Cuando me hice fruta (Monte Avila, Caracas 2006), reune poemas de algunos de sus libros anteriores: Invitación a una cena secreta; Dos manos hacia el abismo; No he pecado bastante y El retorno de Lilith. El conjunto es intenso y desconcertante, inasible con frecuencia, una inteligencia sensual y movediza en cada poema y en el conjunto. La poeta habla claramente desde su cuerpo. Pero este tiene mil formas y mutaciones sin fin. En su poema titulado “soy una mujer” se atisba un ángulo de esa movilidad: “Nadie puede imaginar lo que digo cuando estoy callada, a quién veo cuando cierro mis ojos… Ellos piensan que saben, así que los dejo pensar y yo transcurro.” Y en otro poema: “El deseo es mi camino y la tormenta mi brújula, y en el amor no echo anclas. Gemela de las mareas, de la ola y de la arena, del cando y los vicios de la luna… Quien sabe mi ritmo me conoce. Me sigue, no me alcanza.”
El retorno de Lilith es un libro múltiple como granada. Un poema dramático, polifonía radical de las posibilidades de la voz pensante de una mujer que es muchas. Pero su desafiante pluralidad de rostros, posiciones y cuerpos se muestra claramente como paradójica unidad mítica: Lilith, la primera mujer antes de Eva, la independiente, fuerte, libre, la que escapó del Paraíso y fue convertida en demonio. La que en voz de Joumana Haddad ahora regresa.
El diálogo con ella continuó gracias a su presencia en internet, donde circula ampliamente su imagen, su voz, sus traducciones. En YouTube cuenta la odisea de crear su revista JASAD (Cuerpo) con la meta clara de ofrecer un espacio para reflexionar y crear teniendo al cuerpo como centro de atención. No una revista anti sino una revista afirmativa desde otro ámbito. Uno de nueva libertad para pensar y vivir las cosas desde otras referencias que no son necesariamente heréticas porque para ser hereje de una iglesia hay que ser parte de ella. Unas esposas rotas, dibujadas con las letras del título de la revista hablan ya de esa liberta inusitada.
Recibir la invitación de Guadalupe Nettel para dialogar con Joumana para este número de la revista sobre la aventura fue una enorme alegría. Como si continuáramos lo que dejamos interrumpido. Se imponía claramente la necesidad de ocuparnos de la aventura del cuerpo. Le propuse decirme antes que nada cómo pensaba ella que la idea de aventura se podría aplicar al cuerpo. Para mí cada cuerpo amado es un territorio inexplorado que necesita la meticulosidad curiosa del amante. Desde el punto de vista del amante, se trata de un territorio inexplorado, tanto desde la ciencia como del amor siempre hay dimensiones que descubrir. En el mismo impulso le expreso mi curiosidad. Quiero saber cómo nació en ella no sólo el interés sino la verdadera reivindicación del cuerpo que ejerce tanto como poeta que como periodista y editora de una revista que se llama precisamente Cuerpo.
“Yo tengo un cuerpo esperando en el fondo del océano. Tengo un cuerpo que es como un volcán, cuyo cráter el agua lame, para que no emita placer antes de que llegue el amor.”
¿Aventura del cuerpo entonces Joumana?¿De todos los cuerpos y del tuyo?


Joumana Haddad: Le corps, cette déclaration de vie, 
instrument de vie, preuve de vie, cri de vie, apprentissage de vie, fêlure de vie… Le corps, notre corps, mon corps, est-il, peut-il être autre chose qu’une exploration incessante, insatiable, inachevée? Une auto exploration, ainsi qu’une exploration de l’Autre?
« Ce que cache mon langage, mon corps le dit » (Roland Barthes). Mon corps me raconte : Depuis la petite cicatrice sur la lèvre inférieure que j’ai eu à 2 ans en tombant sur un morceau de verre brisé, jusqu’aux points de suture sur le bas-ventre, résultat des deux césariennes dont j’ai été opérée pour devenir maman. Mon corps me dit : Depuis la tulipe tatouée sur ma fesse droite, jusqu'aux rides autour des yeux qui désormais accompagnent chacun de mes sourires. Mon corps, je l’ai payé cher. Je le forme, reforme, déforme à ma guise. Je le, je me réinvente. Je me décortique avec mes propres ongles, jusqu’à trouver sous la pelure un nouvel épiderme, une nouvelle joumana. Et je sors du chapeau du magicien, toute neuve en apparence, contente de ma ruse.
Mon corps me révèle ; mon corps me cache aussi. Souvent je le regarde, je l’examine, je le touche, et je lui demande : « Où sont donc inscrites les peurs terribles que tu as vécues pendant la guerre ? Où sont les marques de tes déboires et de tes désillusions ? De tes histoires d’amour brisées ? De tes lâchetés ? De tes victoires ? De tes extases ? De tes rêves ?».
Ils sont là. Je sais que si je cherche bien, je les trouverai tous. Gravés sur la peau de ce petit corps. Sur sa conscience. Sur son comportement. Sur ses besoins. Sur sa famine. C’est comme la théorie de Lavoisier sur la chimie: « Rien ne se perd, rien ne se crée : tout se transforme ».
Mon intérêt charnel, organique, pour le corps a toujours été là. Depuis la première gifle, le premier cri. Le premier acte sado-masochiste, on le vit en sortant des vagins de nos mères. Pensez-y : C’est une claque sur le cul qui nous procure le plaisir d’être en vie !
Quant à mon intérêt « intellectuel », ou plutôt « conceptuel » pour le corps, il naquit avec ma première exploration sexuelle. Et ma première exploration sexuelle fut évidemment la masturbation. Je ne parle pas de la masturbation animale, presque automatique, que beaucoup de bébés pratiquent spontanément, mais bel et bien de celle lucide, post-instinctive: c’est-à-dire pas uniquement corporelle, mais comportant aussi des fantasmes. Je fus une « fantasmatrice » précoce. Dès l’âge de 7-8 ans, je me plaisais à imaginer des situations lubriques, à me caresser et à découvrir les effets de ces caresses sur mon corps. D’où une gamine de huit ans peut-elle puiser des fantaisies érotiques? De quelle conscience passée ? De quel potentiel de vice futur ? Cela reste à découvrir (Freud se serait éclaté avec mon cas ! ). Mais je sais que je ne me masturbais pas ‘innocemment ». Je me masturbais, non seulement pour avoir du plaisir, qui est la dimension la plus « banale », j’ose dire, de cet art, mais surtout pour expérimenter, tester, apprendre, défier, imaginer… C’est ce que j’appelle la dimension cérébrale de la masturbation.
Ainsi, mon corps fait que je suis chaque jour mon propre amant. Ma propre mère, ma propre fille. Mon propre DIEU aussi.
Et toi, Alberto ?


ARS: Mientras te leo Joumana, en tus palabras vienen pausadas las imágenes que guardo de tu cuerpo. Tus ojos penetrantes, tus ideas afiladas dichas con una sonrisa igualmente aguda. Tu rostro enmarcado por las ondulaciones de tu cabello. De un lado al otro del puerto, en cinco días, tus rápidos movimientos.
Me doy cuenta de que siento y pienso tus palabras como partes de tu cuerpo. Palabras piel, palabras miembros: tanto las palabras que recuerdo en tu voz inconfundible como las que ahora leo. Y sin duda las que antes leí en tus poemas. En tu libro Cuando me hice fruta, ritual implacable del deseo, como en El retorno de Lilith, excepcional composición de una nueva mitología radical que nos ilumina. Tu poesía es francamente corporal. Pero corporal a fondo: no descripción poética del cuerpo sino cuerpo invocado y de pronto presente, cuerpo múltiple y multiforme. Aparición de un cuerpo siempre sorprendente. Y de nuevo aparece lúcido y con el movimiento hipnotizante de una llama en esta respuesta y reflexión que haces sobre el cuerpo.
Citas la frase certera de Roland Barthes: “Lo que esconde mi lenguaje mi cuerpo lo dice”. Y fue justamente él quien trato de llevar a sus últimas consecuencias la frase complementaria que te describe plenamente: “En el lenguaje está el cuerpo de quien lo formula”. Cuando hay verdadera escritura y no sólo escribanía, afirmaba RB, podemos detectar en cada frase escrita las marcas del cuerpo que escribe. Y él llamó a esas marcas corporales con un concepto de lingüista sensible: “la enunciación”. El cuerpo en la lengua. Yo gozo y me sorprendo al descubrir tu cuerpo lúcido en tus inquietantes palabras.
O más bien tus cuerpos. Porque mientras te leo la memoria de tu cuerpo se mezcla con la imaginación para mirar detenidamente tus cicatrices cuando eran nuevas, las líneas de tu tatuaje en flor que se me hace presente en movimiento, y me dejo invadir por la avalancha de sentimientos profundos, de verdaderas conmociones aparentemente incorpóreas que tú buscas y descubres en tu cuerpo: la biografía del río invisible que te navega por dentro. Y esa búsqueda toma consistencia en la niña de siete años que se descubre y se explora y se pregunta y no deja de preguntarse sobre el sentido desafiante del cuerpo placentero, el cuerpo habitado como casa embrujada por esas creaciones del deseo que hemos aprendido a llamar “fantasmas”. Pero que son cuerpos, una legión de cuerpos poderosos, imaginantes, experimentales, gozosos.
Y así me voy dejando habitar por el bravo río de metamorfosis que es tu cuerpo, tu cuerpo en tu boca, en tus palabras, que al leerlas se vuelven mías.
Mi cuerpo quisiera con frecuencia ser todo oídos: tocar a otros cuerpos con la escucha, acariciar desde muy adentro pero entrando por el aliento de quien habla y pronuncia algo muy hondo. Las manos como oídos que saben detectar la agitación de la piel como una superficie de agua levemente conmovidas, el sexo como oído que de pronto también canta con la voz escuchada. Para mí la aventura del cuerpo es sobre todo el desafío de escuchar al cuerpo.
Al de los otros y al mío, al más cercano y a veces más desconocido.
Siempre fui un niño demasiado grande para su edad, hostigado por ello. Y sin embargo a mí nunca me molestó serlo. Sentirme bien dentro de mi piel era mi cinismo y mi fuerza. Sigue siéndolo. Cuando a los diez u once años las monjas del colegio decidieron que para frenar erecciones y masturbaciones el triple remedio era culpa, cansancio físico y distracción, me obligaron a jugar football a todas horas sin otra actividad posible. Paradójicamente, lograron multiplicar mis energías físicas para masturbarme, mi imaginación y mi espíritu desafiante (además de que el football ya nunca me pareciera emocionante). Así lograron también que nunca pudiera sentirme culpable de explorar a fondo nuevos placeres íntimos, gozos cada vez más ilimitados y muy poco después compartibles con la persona amada.
Lo que a otros parecía obscuro me llevaba a un mundo de lucidez vital. Al placer de tratar de comprender. La aventura del cuerpo gozoso y pensante a la vez y su relación con los demás está llena de paradojas, de contradicciones, de caprichos inesperados. Conocí la soledad radical donde el cuerpo es el camino más amplio hacia uno mismo y después hacia los otros. Donde la aventura del cuerpo es sinónimo de afirmación de la vida. Es sed de conocimiento y búsqueda ritual. Es provocar la aparición de una belleza excepcional y atípica en acto.
Tiempo después me doy cuenta de que todo lo que intente escribir, contar, invocar, analizar editar se construye implícita o explícitamente sobre el sustrato de esa aventura corporal originaria.

JH- Hier, le vendredi 25 Septembre 2009, à 4h15mn de l’après-midi, je me suis faite faire un nouveau tatouage : La lettre J, initiale de mon prénom, calligraphiée en arabe sur mon épaule droite. Pendant que l’artiste accomplissait son travail sur ma peau, et pendant que je vivais cette douleur aigue mais délicieuse qu’on vit toujours lorsque l’on sait qu’on est en train de commettre « l’irréparable », je méditais sur notre dialogue vital, fondamental, que je voudrais interminable, Alberto, et je pensais, comme un mantra, à ce mot : Irréversibilité. IR-RÉ-VER-SI-BI-LI-TÉ.
Je souffrais, je jouissais, et je pensais à l’irréversibilité de mon corps. À celle du corps en général. Irréversibles nos larmes, nos saignements, nos orgasmes, nos rides, nos cicatrices… La vie est un stigmate corporel ininterrompu et irrévocable. C’est une évidence, tu me diras. Oui mais, comme toutes les évidences, souvent on a tendance à l’oublier.
Mon corps est un chemin à sens unique, je méditais donc, pendant que l’aiguille perçait mon épiderme. Impossible de faire volte-face, impossible de revenir en arrière. Quel danger magnifique en conséquence, ce corps, quel risque pris et repris chaque seconde, quelle admirable bombe à retardement. Surtout quand on réalise qu’à la fin de ce chemin à sens unique, il y a inévitablement un abîme sans fond. Et qu’on va immanquablement y tomber. Tous, sans exception. Et pourtant on marche, à vitesses distinctes, selon le caractère et le rythme de chacun, mais on avance quand même : Une course passionnée vers la chute…
Le corps est irréversible, me dit l’aiguille du tatoueur, me dit l’aventure du monde, me disent tes mots magiques, Alberto, ces mots que j’ai eu le bonheur de découvrir dans ma librairie parisienne préférée, l’Ecume des pages, il y a quelques années. Le corps est irréversible, et c’est ce qui le rend plus précieux. Il s’agit d’une irréversibilité bio-géologique fatale, où toutes les strates (les strates de l’âge, les strates de l’expérience, les strates des épreuves, les strates des plaisirs, etc.) coexistent l’une en dessus de l’autre, témoignant de l’histoire de cette chair, de ces os, de ce sang, de ce sperme, de ces nerfs, de cette salive, de ces muscles... C’est comme la Terre : plus de 4.5 milliards d’années vécues, dont elle ne peut cacher aucun secret aux hommes de science patients et curieux qui l’étudient. Chaque couche révèle un souvenir, chaque sédiment divulgue une ère, chaque grain de sable dénonce un incident. Combien de fois j’ai souhaité, au cours de ma vie amoureuse, posséder les techniques de radiométrie et d’investigation que maîtrisent les géologues, afin de pouvoir lire les « annales » d’un corps que j’aime et désire. D’ailleurs, c’est la raison pour laquelle je préfère l’érotisme vertical, envoûtant, obscur, à l’érotisme horizontal, joyeux, éparpillé. La terre, tout comme notre corps, est incapable de mentir quand on la sonde en profondeur. Rien n’a le pouvoir de la métamorphoser, ou d’inverser son cours, ou de cacher ses traces…
Rien, sauf, peut-être, un vrai tremblement de terre. Et moi, en ce moment de ma vie, je te le confesse, je suis en train d’attendre un vrai tremblement de terre, comme on attend un enfant. Je suis en gestation d’un séisme de degré 9 sur l’échelle de Richter. Je guette la secousse, la sollicite, l’invoque : Une vibration cosmique. Mon corps en a besoin. Mon corps, cette matriochka interminable et injustement inexplorée, cet explosif qui me terrorise par ses « tic-tac » persistants, cette histoire d’amour ensorcelante et toujours renouvelée, mon corps doit casser sa coquille présente et en émerger différent : Plus résistant, plus « prêt », moins vulnérable. C’est le moment de la mutation. Je le sens. Sinon je ne pourrai pas durer plus longtemps…Mais ceci est une autre histoire.


Ton corps se veut « ouie », me racontes-tu, mon cher complice. Le mien se veut « toucher ». Langue, lèvres, doigts, ongles, peau… : Tout ce qui génère un frottement, tout ce qui produit une étincelle, est synonyme de savoir pour moi. C’est pourquoi je pensais à l’androgynéité, ce matin. L’androgynéité comme système auto-générateur et autosuffisant de frottements. Le mâle et la femelle, le yin et le yang qui coexistent, se frictionnent incessamment à l’intérieur d’un circuit fermé, et génèrent l’électricité de l'existence.
Je pensais aussi à cette androgynéité, car la nuit passée j’ai eu le même rêve récurrent qui me visite de temps en autre. Un rêve où, me réveillant à l’aube dans mon lit, et me touchant immédiatement, comme je le fais à chaque réveil, je ressens un petit pénis, comme un bourgeon, poussant entre mes deux cuisses, au beau milieu de mon sexe de femme. Alors je commence à l’arroser, à le caresser, à le malaxer, à lui chanter des chansons, et il grandit jour après jour, jusqu'à devenir énorme. Il n’annule pas mon sexe, mais le complète. Un rêve très étrange et très puissant, qui a inspiré l’une de mes nouvelles, et qui finit par un acte d’amour interminable entre moi et moi, une interpénétration infinie…
Ce rêve est surtout étrange, et il me bouleverse particulièrement, parce que je suis une femme très femme dans mon corps. Une femme jusqu’au bout des ongles, comme on dit. Mais, au-delà de ce corps de femme et de ses réflexes, au-delà de mes deux seins, de mon clitoris, de mes grains de beauté, de mes fesses rondes, de mon vagin fécond, de mes cheveux longs, de ma peau sensible ; au-delà de ce corps-réceptacle, comme l’est presque tout corps féminin - et j’ose utiliser ici la parole « destin », au risque de généraliser-, au-delà de tous mes instincts assimilateurs et encaisseurs, je ressens aussi une identité masculine très forte en moi : Je dispose également d’un corps-verseur, d’un corps-flèche, comme l’est le corps mâle. Le fait que cette « virilité » caractérielle soit invisible physiquement, ne la rend pas moins présente, ni moins palpable. Ni moins authentique surtout. Souvent, par exemple, j’utilise le mot « érection » pour désigner mon excitation. Et je l’utilise parce que c’est ainsi que je la ressens, même si elle n’est pas une érection décelable organiquement. Pourtant, je n’ai aucun doute sur mon identité sexuelle, aucune homosexualité refoulée, aucune transsexualité réprimée. Et je l’affirme sur la base d’expérimentations effectuées à ce niveau.
Je suis donc androgyne. Ma partie féminine est pleinement exprimée par mon corps matériel et ses appartenances réelles, alors que ma partie masculine reste la substance d’une exploration plus souterraine, plus ténébreuse : celle d’un corps à imaginer. « Pour moi, le corps se compose d’un petit pourcentage de matière, et d’un grand pourcentage d’imagination », dis-tu, Alberto, dans l’un de tes textes sublimes. Eh bien, voilà, moi je suis androgyne. Pas matériellement. Mais « imaginairement ». Et donc « existentiellement ». D’ailleurs, quelle différence ? Je ne comprends pas ces gens qui séparent « corps et âme », « chair et esprit », qui ont besoin de toutes ces catégorisations, de toutes ces dualités bien définies, pour se sentir rassurés, à l’abri de l’inconnu, de l’inattendu. Moi, je veux que l’inconnu me branle à mon insu. Je VEUX cette pulsion ambiguë, surprenante, violente; je la veux sans cesse, sans répit. Car l’inconnu est synonyme de Vie.
Sinon, quel ennui ! N’est ce pas ?


ARS- Con la punta del dedo anular, ningún otro, recorro lenta y suavemente la letra de tinta que has mandado poner en tu piel. El dedo de los vínculos, el que siente más, no sé por qué, en mi mano derecha.
La descripción precisa del ritual de tu nuevo tatuaje anuló la distancia: escribes tu cuerpo escrito a su vez por la aguja de tinta y al hacerlo me acercas a él. Lo ofreces sin remedio a mis sentidos. Que se excitan mientras se mezclan.
En tus palabras pasé instantáneamente a ver tu cuerpo y dejarme guiar por ellas. Muevo aún la mano por donde parece que me indicas. Por donde se construye en mi cuerpo la ilusión de que me indicas.
Y al tocarte escucho el ritmo de tu sangre y atrás de ella identifico tu voz: el sonido dual de lo escrito piel afuera y piel adentro.
Te oigo manifestando, con la respiración alterada, el placer y el dolor del tatuaje. Te escucho también pronunciar claramente la letra que la aguja hunde y pinta. Tocar es escuchar. Haces de la letra tatuada una nota musical al aire.
Te escucho con las manos que son mis ojos. Que miran nítidamente lo que imaginan. Mis sentidos hierven al confluir en esa letra que has vuelto clave mágica de tu mundo: la letra árabe jim: ج
Con la que comienza tu nombre, Joumana.
Con la que comienza también el nombre de la revista que creaste y que editas, Jasad. Palabra que significa precisamente Cuerpo.

Tres realidades en una, grabadas irrevocablemente en ti desde antes. Como si al elegir esa letra hicieras brotar lo que ya llevabas dentro. ¿Pero no hace eso todo tatuaje? Un cuerpo tatuado es, algunas veces, un ser que florece. Y que hace florecer algo en quien con complicidad sensorial lo mira.
Tal vez no sea por azar que normalmente (en la caligrafía Naskh) esta letra se dibuja con tres movimientos. El copete o cabeza estable, la curva que baja adelgazándose y la misma que se sostiene engrosándose y terminando en punta. Tres pases mágicos sobre tu piel que a) te invocan, b) invocan tu oficio de escritora y c) tu saber corporal. Lo que eres, lo que haces, lo que sabes. O debería mejor decir, lo que vas siendo, lo que vas haciendo, lo que vas explorando y sabiendo: todo distinto y todo lo mismo. Todo unificado en un signo polifónico. Una llave de tu cuerpo.
Con esa letra de curva implacable ج aceleras el vértigo de la aventura del cuerpo. Haces irreversiblemente evidentes algunos de los estigmas radicales que llevas dentro. Pero también, al hacerlos visibles, la complicidad codificada a la que invitas. Que cada quien leerá, experimentará, desde las claves y estigmas, leves o profundos, de su propio cuerpo. Así, huelo mientras reescribo tu letra saboreándola en ti. Y tiene inevitablemente la sal del aire de mar de Cartagena.
¿Son estas sensaciones también irreversibles, como tu tatuaje, como la vida del cuerpo? ¿El tiempo se mide en el cuerpo por sus daños permanentes? En 1974, la cineasta experimental canadiense Lisa Steele, se hizo célebre con una película llamada Traje de cumpleaños con cicatrices y defectos, en la que ponía una cámara en el suelo, y se colocaba desnuda frente a ella mostrando cada una de las muchas cicatrices que ya tenía su cuerpo a la edad de 27 años: su biografía escrita en los remiendos de la piel. Cuando la conocí, unos cinco años después, tenía una decena de cicatrices más y hablaba con mayor detenimiento aún de las cicatrices invisibles de su vida. En otra película contaba, desnuda frente a la cámara, el día en que al regresar de la escuela se enteró que había muerto su madre, cuando ella tenía quince años. Lisa mostraba conciencia de que, como tu lo has señalado, todo marca al cuerpo y leer esos signos es un reto similar al del geólogo que sabe leer las capas de formación de la tierra. Los estratos de la vida pensados como estragos.
En el mismo seminario había otra mujer brillante que llevaba una conferencia y un performance sobre el sexo virtual como obra de arte. Y como el tema de las cicatrices del amor nos había impregnado a todos, ella nos mostró las suyas una tarde en la que todos los participantes en aquel coloquio terminamos en una piscina desnudos. La cicatriz del amor que nos mostró era más profunda que cualquier otra: había cambiado de sexo, según contaba, para adecuarse al deseo que nacía en él convertido ahora en ella. Algo de lo que sucedió allá está contado, de otra manera, en un capítulo de mi novela La mano del fuego donde el amante descubre la suma de reflejos y equívocos que le dan cuerpo, el enigma que siempre renace y es parte de la aventura del cuerpo.
Por otra parte toda la novela explora las posibilidades del tacto como el sentido de los sentidos en el cuerpo amoroso. El único que no tiene un órgano exclusivo sino toda la piel y todo el cuerpo. Del tacto surgen todas las sinestesías posibles. Hasta la certeza extraña de mirar por dentro de la mujer amada con el ojo múltiple de la sensibilidad exacerbada del pene. De nuevo, mirar con las manos, escuchar con los ojos, oler con los oídos, etc.
Tu afirmación brillante y bella: “La vida es un estigma corporal ininterrumpido e irrevocable” me hace inquietarme menos por la dimensión trágica de nuestro destino de abismo y entropía y ocuparme algo más de la dimensión estética y simbólica de la vida como estigma corporal en movimiento. Me hace pensar en cada cuerpo como un tatuaje que crece, que multiplica sus significados al mezclarse con otros tatuajes vivos. Pensar en la vida como una coreografía caligráfica que en sus mejores momentos se vuelve composición perfecta. Fugaz pero plena.
Y es parte de su esencia no durar, llamar irrevocablemente al movimiento que sigue, a la nueva composición que dará sentido a la vida, nuevas lecturas a nuestra caligrafía compartida. Para descomponerse un segundo más tarde y reiniciar, tal vez, otra coreografía de estigmas.
Sobre la implacable línea de vida que va de aquí y ahora hasta el inevitable abismo de nuestro horizonte temporal el cuerpo es simultáneamente prueba y ámbito de lo posible. El cuerpo y sus posibilidades sensoriales hacen que exista el tiempo dentro del tiempo, por ejemplo. Y si bien es imposible que el cuerpo comience a vivir de nuevo, las metamorfosis son posibles, como bien lo anhelas. ¿Estás segura de que sólo un temblor mayúsculo lograría la que tu ahora deseas? Tu lo debes saber mejor que nadie, entre otras cosas porque tal vez has experimentado otras mutaciones altamente sísmicas en los estratos de tu cuerpo. Tu anhelo de volcán me conmueve, mi querida cómplice corporal.
Y extrañamente, cuando leí tu libro El retorno de Lilith, la imagen obsesiva que venía a mi mente era la del volcán, la del magma de significados convulsivos, la del fuego que todo lo transforma. Y pensaba que leerlo era un sismo, que no conozco nada así, tan a fondo y tan a flor de piel al mismo tiempo. Me daba cuenta de que ninguna de las descripciones posibles de Lilith la agotan mínimamente, que ninguna frase puede sintetizarla, que es movimiento candente que no se deja fijar, que siempre quema y transforma. Te he visto leer fragmentos de ese poema volcán en tu lengua, con una paradójica dulzura, en una gama de aparente contradicción que nunca los traductores alcanzan completamente a hacer suya.
También al final de Lilith está el tema de la androginia esencial y paradójica que sacas a flote sin las ambigüedades frecuentes. Te sientes hombre y mujer simultáneamente con la certeza adicional de que no hay homosexualidad o transexualidad implícitas. Femeneidad visible y virilidad invisible pero no menos presente en el cuerpo, en lo que el cuerpo siente. La androginia como una de las dimensiones de la vida, en algunas personas más que en otras. Me identifico completamente en tus palabras desde el otro lado del delirio andrógino. Con mucha frecuencia mis lectoras comentan, evocan, cuestionan mi parte femenina. Visible netamente en mis libros. Hay quien ha dudado seriamente de mi autoría. O quien siente la necesidad de atribuirme formas de sexualidad que no siento ni ejerzo. Mi androginia imaginaria es plenamente masculina en lo visible del cuerpo y en sus deseos como la tuya, sin duda, es también corporalmente femenina. Y más allá de cada cuerpo, pero también más acá, la otredad que también nos da, sin no forma sí identidad.
Regresando a tu tatuaje, que veo sin ver y aún así toco, recuerdo una forma de escribir esa misma letra jim con una leve modificación que convierte al copete en una especie de cabeza de pene: ج

Y el signo que era una curva de ecos netamente femeninos tiene una doble dimensión: una erección y un pecho con pezón. Es interesante que en la tradición marroquí, berbere, los tatuajes llevan nombre según la parte del cuerpo donde se hacen, además de la figura o abstracción que dibujan. Todo es significativo. Y al tatuaje en la espalda derecha se le llama “nadador”. El mismo término que en otra tradición, según el autor de El jardín perfumado, es uno de los nombres más afortunados del pene. Una dimensión más en la clave y en el enigma que has puesto sobre tu piel y, en mí, piel adentro.

15 comentarios:

Xabo Martínez dijo...

Afortunado de poder ser lector de este dialogo.

Un saludo sonorense.

Olga Cuellar dijo...

Dialogos que se convierten en eternidades... Deliciosos.

Alicia Leos dijo...

tout simplement merveilleux! se agradece de verdad que existan mentes como el Maestro ARS y la bellisima y talentosa JH, Gracias, MERCI! un fuerte abrazo a los dos

Ana María - Penélope dijo...

Palabras que se tejen como signos sobre la piel y el alma
que alegría leer los textos, en francés se sienten dulces
Abrazo
Ana María

Sandy dijo...
Este blog ha sido eliminado por un administrador de blog.
CESAR R. KLINGER dijo...

jejeje muchas gracias, por esa informacion tan interesante, y sabes me gustaria que me incluyeras en tu lista de blogs amigos

este es mi blog http://elmundosegunklinger.blogspot.com/

espero que me visites

tambien te incluire en mi lista de blogs amigos

victoria dijo...

entre en la pagina de esta poeta...me quede asombrada.
una belleza lo que escribe.
una mujer joven, muy inteligente, y sobre todo, con una enorme fortaleza...desfia y eso es admirable.
bien por ella

Julián Sick dijo...

Qué victorias consonantes han de deslizar tus caballos de lata y enmiendas por los campos del impúber y la caspa! Un golazo de media cancha!

Yeztli dijo...

Más que gustarme la contundencia de tus palabras; me gusta la contundencia en tu vida (como palabra o supocisión).
Vida y obra; títulos y resonancias: eso es a lo que yo llamo magnetismo.

RArenas dijo...

Fascinante seguirte Alberto en tu
erótica poesía que me deja sin aliento. Amo y envidio a Joumana, y a su tatuaje milenario.

Fanny dijo...

Nice Blog... Very Interesting!
Saluti!!

Alba Citlali dijo...

hoy la escuché leer en el Ex templo de San Agustín, ahí parada leyendo un poema de lilith, parecía que oficiaba un rito secreto, transfigurada se veía mas alta, su cabello rebelde y su voz profunda.
Me dejó impresionada, realmente impresionada.
qué buena es, en serio que sí.

http://albertoruysanchez.blogspot.com dijo...

Hoy, 20 de julio 2010, a las 20.30 hs, presento el nuevo libro de la escritora libanesa Joumana Haddad, ESPEJO DE LAS FUGACES, en el Centro Libanés, Hermes 67, col. Florida. Ella vino a México para el Hay Festival de Zacatecas y presentar esta publicación mexicana de la nueva editorial Vaso Roto.

Anónimo dijo...

Aprendi mucho

Anónimo dijo...

Bien que je ne comprends pas l'espagnol, je me suis base sur mon italien pour comprendre ce que notre cher Alberto disait. mais ce qui m'a emmene ici (il faut l'avouer), c'est Joumana. cette femme ne cesse de me surprendre, avec son audacite, sa profondeur, et la consistence de ses propos.
d'un admirateur libanais.