Amante andante


Ya sabemos que el Quijote deseó ser caballero andante lleno de las novelas que le hincharon el ánimo. Por otra parte, el noble pendenciero Iñaqui de Loyola, lleno también del espíritu heróico del Amadís de Gaula y otras novelas del género (exactamente como El Quijote) , tuvo un accidente terrible y estuvo convaleciente varios meses en un castillo, con una biblioteca. Pero como en ésta solo había vidas de santos, se convirtió heróicamente en San Ignacio de Loyola.
De la misma manera, Ignacio Labrador Zaydún, convaleciente en una biblioteca llena de libros eróticos, los leyó todos y, aunque muchos le parecieron horribles y se interesó en criticarlos con pasión, él anheló ser mejor. Un caballero andante del erotismo, un santo erotómano. Deseó vencer obstáculos y ganarse el paraíso que era su amada. O su amada del momento, cada vez distinta. Dicen que llegó a desarrollar una sensibilidad especial para el amor y más especial aún para el tacto. Pero no es seguro porque hay mujeres que loconocieron bien y afirman también lo contrario. Lo cierto es que se convirtió, pobrecito, en héroe involuntario de esta novela irónicamente erótica, Las manos del fuego.

Confluencia propiciatoria.


Abro por primera vez este Cuaderno mientras cae la tarde y el año también declina. Muy a mi pesar voy también cerrando el manuscrito de mi novela La mano del Fuego. A mi pesar porque me cuesta trabajo renunciar a seguir viviendo en el mundo que me crea cada novela, en el ámbito de experimentación sensorial que la novela justifica obsesivamente.
Reviso entonces las páginas donde cuento la biografía de Ignacio L. Zaydún, un hombre sonámbulo y enamorado al que de niño le habían cortado parte de una mano por un accidente con fuegos artificiales. Similar en todo al que tuvo uno de mis abuelos. Sin embargo, en mi relato, sus amantes decían que la mano faltante le brillaba entera en la oscuridad cuando la tendía hacia ellas. Y con los cinco dedos de ese resplandor las tocaba a fondo, metiéndose en lo invisible, moviendo y conmoviendo hasta sus ideas, ya no digamos su cuerpo.
Desde su nacimiento, prematuro, fue objeto de una investigación en la cual veían si recibiendo un exceso de masajes se desarrollaba mejor. Y hoy me encuentro una nota sobre ese tipo de terapia en los niños prematuros. También invento que cuando tuvo su accidente le hicieron injertos de piel que resultaron en una hipersensibilidad asombrosa. Y, y para mi asombro, hoy mismo encuentro en las páginas del periódico La Jornada esta nota que cuenta cómo hacen injertos de piel en los quemados, tomando la piel del órgano sexual de los bebés. Del prepucio. Lo que en gran parte explicaría la hipersensibilidad de Zaydún, mi personaje.
Dice La Jornada (20 de diciembre del 2006) : "La empresa mexicana Bioskinco produce aloinjertos de piel humana que reducen hasta en 50 por ciento el tiempo de cicatrización de una herida en caso de quemaduras, úlceras, dermoabrasiones y otras afecciones de la piel. El nombre comercial del producto es Epifast, y se trata de epidermis humana criopreservada (conservada a mínimas temperaturas) que es metabólicamente activa y acelera el proceso de regeneración de la piel de los pacientes. Los aloinjertos Epifast son elaborados a partir de queratinocitos vivos, es decir, células productoras de factores de crecimiento que estimulan la proliferación de las células epiteliales del propio paciente.Los queratinocitos con los que se produce Epifast fueron obtenidos del prepucio de un recién nacido sano circuncidado, con los cuales se creó un banco de células criopreservadas."
Extraña, muy extraña confluencia.
Me marca en la piel, como un tatuaje, la existencia de esta cámara de ecos que han formado durante casi veinte años los libros de Mogador, cuya arquitectura estoy a punto de concluir. Los libros y las historias e imágenes poéticas dentro de ellos como ecos del deseo en la vida. Y luego encuentro a los lectores y sobre todo a las lectoras haciendo eco múltiple de mis historias en los libros, encontrando en esas páginas sus deseos y multiplicándolos a su vez.
Esto podría llamarse, tal vez, El deseo en una cámara de ecos.