En la Plaza, contar historias

Tuve una nueva oportunidad de ensayar algunas de las historias contenidas en la futura novela, la mano del fuego, leídas a un público generoso de Francia. Regreso del Festival de Escritores de Toulouse, precisamente de Tournefeuille, dedicado a los escritores viajeros. Los organizadores, que me habían invitado a hablar el año pasado en Montauban, me extendieron esta vez una invitación estelar con varias presentaciones. Unas que llamaron "Carta Blanca a Alberto Ruy Sánchez", donde, todos los días, dentro de una tienda de nómadas del desierto marroquí, yo contaba historias, hablaba con la gente, los invitaba a contar sus viajes y contaba algunos de los míos. Quisieron cerrar el festival conmigo, y organizaron una maravillosa sesión de lectura, narración oral y música, que me dejaron acomodar a mi gusto, acompañado de un excelente actor y lector profesional de literatura, Marc Roger; y un dueto de primera: el flautista y percusionista Luis Rigou y la bella saxofonistas Hélène Arntzen. Fue una oportunidad para contar historias de manera deshinibida y comprobar su magia, ajustar tuercas de los relatos, aclarar lo que me parecía evidente. Compruebo una vez más el inmenso placer que me da ir tejiendo y destejiendo la nueva novela frente a un público atento, emocionado y divertido. Tal vez ésta sea la novela, dentro del ciclo, que más integra los ecos de ser presentada en público y de que circulen las anteriores. Los organizadores, Nicole y Maurice Petit escribieron en el programa un breve texto que bien podría presentar un aspecto de esta próxima novela mogadoriana y al conjunto de ellas: por sugerencia de mi traductor, Gabriel Iaculli, llamaron a esta función: "Ritos de viaje, los caminos hacia Mogador" Después de hablar de mí un poco, dicen..."Su prosa sensual fecunda el vasto poema de una búsqueda, con frecuencia cristalizada en la mítica Mogador, ciudad secreta acurrucada detrás de su resplandecientes murallas. Su viaje no se entiende ya como un periplo turístico sino como un aprendizaje del descubrimiento sensual del mundo, de los otros, y para terminar, de uno mismo. El narrador es un notable contador de historias que con la misma facilidad seduce recurriendo a los grandes mitos que una anécdota sabrosa." Claro, ahora hay que trabajar mucho en el manuscrito final de la novela para merecer esas palabras generosas y volverlas, lo más posible, realidad.

Tatuarse es hacer un collage con el cuerpo

Siguen llegando historias de tatuajes tomados de Los Jardines secretos y de Nueve veces el asombro. Estos últimos más sencillos, más fáciles de hacer, pero también puestos en lugares más íntimos o secretos. Como un pequeño tesoro que alguien encuentra después de abrir varios pliegues del cuerpo. Mientras que las caligrafías de Los Jardines Secretos fueron hechas por el artista iraquí Hassan Massoudy, las de Nueve veces el asombro pertenecen a un simple alfabeto: un manual para aprender a escribir en árabe. Ambas son muy bellas. Y más bellas aún sobre un cuerpo femenino que deja que las letras corran por su cuerpo y se alojen muy adentro, donde sólo los amantes pueden visitar: mirar, tocar, besar: leer con todo el cuerpo.
Una historia curiosa es la de una mujer que me escribe y me manda la foto de un collage que hice hace un año y que salió publicado en Confabulario, del periódico El Universal. Es un collage que mezcla el paso de un universo a otro, guiado por un ángel. Y varias mujeres en posiciones diversas. Arriba, una de espaldas que es una diosa sensual, ocupada en sí misma. Aunque tal vez, por ser diosa, nos ve sin necesidad de mirarnos. Abajo, otra mujer también desnuda y de espaldas tiene lodo bellamente extendido con la mano sobre sobre sus hombros, como un ángel caído y al que se le nota lo acariciado. En medio, guiada por un ángel a su izquierda, el personaje central, una mujer mediterránea, con tatuajes bereberes muy simples sobre el cuerpo: un triángulo invertido que remonta su pubis hasta el ombligo y dos semicírculos que rodean su pecho por arriba. Dos figuras inversas a la geometría del cuerpo y que le dan una extraña ligereza.
Pues resulta que recibo mi collage "intervenido" por esta lectora que le añadió en el vientre el tatuaje de Los Jardines secretos: wel que dice "nosotros somos el jardín". Ella me dice que se lo puso en cuanto lo vio en el periódico, empujada por la sensación de que algo le faltaba a lo que yo había hecho. Me fascina que las lectoras completen lo que hago, que lo hagan suyo, lo reescriban, lo dibujen, lo bailen, se lo pongan sobre su cuerpo y lo vivan a su manera. Eso es lo que han hecho las coreógrafas, bailarinas y compositores que han trabajado sobre mis libros, como la bella adapatación que hizo Tatiana Zugazagoitia de las Tardes de Mogador hace algún tiempo.
La lectora entusiasta que intervino mi collage me dice: "No podía dejar de pensar que esa mujer, guiada por el ángel, soy yo. En aquellos días tuve un amante que me dejó tan feliz y conmovida que sentí que todo lo hacía por primera vez. El me inició a una dimensión del sexo que yo no sospechaba, que nadie me había dicho que podía existir, me convirtió en otra. Una dimensión del sexo, o sea de la vida, de la que sólo he podido encontrar noticia escrita en sus libros. Que por cierto no dejo de regalar y que me acompañan a donde yo vaya, incluyendo a la cama con los amantes que desde hace entonces he tenido. Sus palabras, señor Ruy Sánchez, son parte de mi cuerpo amante, doblegan la violencia de los hombres bruscos, los empujan y los retan a ser más sensibles y delicados. Por eso, cuando tuve bajo mis ojos ese collage de una mujer iniciada por un ángel a los secretos inmensos y maravillosos del universo, sentí que yo era ella. Toda la noche me quedé pensando y luego soñé con ese raro sistema planetario donde las lunas y los mundos son vaginas deslumbrantes, como estrellas magnéticas. Y en una de ellas, a la derecha me parece distinguir flotando abajo un punto que bien podría ser un ano. Me mostraba un sistema solar donde sólo existe lo profundo, lo que atrae, lo que nos mantiene en movimiento. Sentí que tenía que añadir sobre el vientre de esa mujer que era yo, el tatuaje que dice tanto, que dice Nosostros somos el jardín. Y un poco después yo misma me lo puse sobre el estómago. Sin saberlo, usted me empujó a hacerlo. Me empujó a decirle a todo el que me vea desnuda: "Si te portas a la altura, si sabes ser lento como los amantes de Mogador, tú y yo podemos ser un paraíso, el jardín encantado".

Por otra parte sigo recibiendo mensajes entusiastas con las fotos que me envió Karla y puse en la entrega anterior.
El collage que viene acompaña a las primeras líneas de estos párrafos , ya intervenido, se puede ver un poquito más grande picándolo, y además se puede ver acompañado de algunos de los textos de Nueve veces el asombro que los inspiraron, en esta otra página sobre el tiempo en Mogador.

La vida y la obra como una sola caligrafia


Me doy cuenta de que todo lo que reescriba o escriba dentro de la nueva novela está cargado de un ánimo, de una oleada de afecto proveniente de lo que viva en ese tiempo. Así, la semana que acabo de pasar en Colombia me ha llenado de una energía inusitada, de un ánimo enorme. Gocé a la ciudad después de descubrirla gracias a la amistad nueva o renovada. Desde ahora Bogotá tiene una sonrisa, una belleza distinta. Pero el ánimo que me invadió esos días iba brotando por mi cuerpo hasta convertirse a diario en una cuantas palabras cargadas del ritmo de tambor que hay en la palabra Bo go tá. Y las ciudades son como mujeres. Seducen y son inconquistables. Bogotá es así maravilosa. Y así como dos cuerpos se entrelazan amándose, formando una caligrafía aparentemente caprichosa, uno, que es amante del mundo, enlaza su cuerpo con la vida que se le presenta. La ama, perdidamente, ata su cuerpo a ella. Se escribe con el cuerpo atado al mundo como en una sola y significativa caligrafía.
Y mientras estaba felizmente hundido en Bogotá siguieron llegando por el correo electrónico vinculado a este blog mensajes intensos y fotos de mujeres tatuadas con las caligrafías que aparecen en mi libro Los Jardines de Mogador. Y justo en la colocación del vientre que describe el libro. Así, Karla me envía unas bellísimas, que son a veces perturbadoras o que incitan a la contemplación. A la adoración de esta mujer con la piel que dice: "Tu y yo somos el jardín, el paraíso". Y lo dice con líneas convulsionadas sobre su vientre, como una llama. Inmóvil y siempre en movimiento. La llama que, si cerramos los ojos y la besamos, nos devora.









Lydia Cacho y el libro como Mandala

Sobre el tema que mencionaba en una entrada anterior a este cuaderno: el de querer que mis libros sean como mandalas: objetos rituales que nos ayudan a vivir, recibo esta crónica de Lydia Cacho, que ya conocía y agradecí en su momento pero que una lectora me envía ahora de nuevo, sobre uno de los posibles usosrituales de mi libro Los Jardines secretos de Mogador. Me siento tan agradecido con ella y sus amigas. Y tan afortunado de que un libro pueda vivir así. Yo decía que si la lectura de un libro nos toca a fondo, se vuelve parte de un ritual íntimo, alimenta raíces secretas. En sus mejores momentos el lector usa a los libros como una especie de mandalas: objetos rituales cuya forma material y sus palabras nos ayudan a sentir, a pensar, a meditar, a vivir. Y mi querida Lydia, con sus amigas, me lo confirman.

Lydia Cacho
El jardín de los secretos

"Mi amiga Erika estaba triste. Por más que intentamos alegrarla, narramos cuántas veces hemos vuelto a caer en los brazos del amor, a pesar de haber jurado jamás regresar a ese curioso estado de perpetuo embelezo que es el enamoramiento. Pero nada, su mirada estaba ausente de esperanza. Nunca había visto sus ojos tan vacíos de alegría como esa noche, así que me di a la tarea de ofrecer a mi querida amiga una terapia de reconstrucción del anhelo.
Invité a mis queridas amigas a mi casa. Allí con una botella de buen tequila y unas botanitas, llevamos a cabo el ritual. Ellas esperaban una velada trillada de plática sobre el amor y las parejas. Una vela de vainilla encendida, acompañada de una quema de incienso de sándalo, cedés de música deliciosa y un libro inolvidable fueron los acompañantes de la noche.
Alrededor de mi mesita de Guatemala, nos sentamos en cojines de colores, y pasamos por nuestras manos una botella de aceite de lavanda para masajes. Unas gotas en la palma y lentamente cada cual llevaba en sus propias manos y brazos el aceite, en el fondo en disco de fados portugueses. Con los ojos cerrados había que reconocer en la propia piel los recuerdos de las caricias amorosas del pasado y del presente. El ejercicio consistía en recordar con los sentidos cómo el amor nos ha dejado huellas en la piel a lo largo de los años. Nada se pierde, todo se transforma, dice una canción, y así vamos respirando profundamente y sin abrir los ojos recordando todas las caricias significativas de nuestra vida. Ya con los ojos abiertos y luego de un brindis con el agua de las diosas del agave, recordamos entre carcajadas y sonrisas de asombro nuestro primer beso, esa iniciación del cuerpo en las pasiones, esa añoranza de la presencia cercana del ser que nos atrae. El cosquilleo del vientre, el vuelo de la mariposa justo tras el ombligo –que no es otra cosa que el centro de nuestro universo vital-. ¿Cuándo fue la última vez que sentiste el aleteo en presencia de alguien? Pregunté. Claudia insistió en que a nuestra edad –casi todas estamos entre los 35 y 45 años- eso ya no es fundamental. Y yo inquirí ¿por qué justo cuando ya tenemos la seguridad que nos faltaba en la adolescencia, cuando es nuestra la certeza de quién somos y qué queremos no tenemos edad para maravillarnos ante la pasión?
Yo creo que es la mejor edad, es maravilloso saber que ya no estás dispuesta a entrar en juegos de engaño, que eres capaz de construir una relación madura, apasionada, pletórica de risas, de pasión y de goce. Pasamos la vida intentando comprender esa increíble mezcla de atracción biológica y apasionamiento, sazonados con reflexiones intelectuales de romanticismo y con incomprensibles reacciones químicas que nos arroban como el fuego consume el pabilo de una vela. Entonces saqué una joya de libro: Los jardines secretos de Mogador. Todas las personas que quieran despertar sus sentidos deben leerlo. Su autor Alberto Ruy Sánchez, es un explorador de los arrebatos humanos, un gozador profesional.
Cambio de música: el bolero de Rabel. Comencé leyendo el primer capítulo, entre sorbos de tequila miré a mis amigas acomodándose como si mi pequeño hogar se hubiese convertido en la habitación de un palacio marroquí. Terminé la primera historia y pasé el libro a Claudia, ella leyó, y luego cada una hasta llegar a Erika. De sus labios salió la historia final de los Jardines. Eran las cinco de la mañana y salimos al balcón a mirar el sol salir por la laguna de Cancún.

Miré a mis amigas y me sentí bendecida por el cariño. Le dedicamos el libro a Erika, quien prometió nunca más olvidarse que el amor es una consecución de milagros personales, es la historia de nuestro cuerpo y nuestro corazón; es la esperanza de nunca perderlo. Es hallar nuestro propio jardín de pasiones." (De la columna Esta Boca Es Mía. Publicado en la revista Tentación)

Tatuajes que florecen

Recibo una pequeña lluvia de mensajes de personas que se han hecho tatuajes tomados de mis libros con un entusiasmo tomado de las historias de deseo que contienen. Una de ellas me manda una foto bellísima del tatuaje mogadoriano arriba de su tobillo derecho pero el desnudo de todo su cuerpo es deslumbrante. Se muestra y no. Oculta sus ojos. Encuentro bellísima su boca: El órgano sexual más tremendo que tenemos. Me dice que por lo pronto es modelo y que cuando va por la pasarela piensa que camina sobre las murallas de Mogador. Tiene que maquillarse el tatuaje para desfilar: no debe verse. Y cuando recupera su verdadero yo lo deja ver de nuevo. Me dice que con frecuencia, mientras las demás modelos se visten y se maquillan, ella lee desaforadamente a un lado. Y que por eso la ven como bicho raro. (Una persona muy querida me había contado algo semejante). Es estudiante de Literatura Comparada y prepara sus exámenes entre un desfile y otro. Me dice que, definitivamente, es "sonámbula mogadoriana", y mientras camina en la pasarela siente en el cuerpo los dardos de deseo del público que la rodea, que ese deseo múltiple y creciente la anima; y sabe localizar de dónde vienen los más sinceros, los nada turbios: como llamas de colores diferentes que ella sabe ver con otros ojos, los de la piel, los que ven en todas direcciones al mismo tiempo. Vive entre París y Londres y prepara una tesina sobre la influencia de Pasolini y de Beckett en los libros de Mogador, sobre todo en La Peau de la Terre, que es el nombre de la edición francesa de Los Jardines secretos de Mogador y En los labios del agua. Le pregunto sobre sus historias de deseo. Y me envía un largo poema narrativo que está escribiendo, un relato que es casi novela corta en fragmentos, tan deslumbrante como su cuerpo. Lleno de revelación y a la vez de misterio.

También recibo un conmovedor testimonio de una poeta que no se de dónde es además del país de la poesía. Menciona la orilla del mar y menciona sus ojos verdes. Me hace nadar en ellos, hacia ella. Mezcla el italiano con su español misterioso. Y trae a cuento una daga árabe bellamente retorcida, la "gumía", más familiar para mí como "kumiya", que ahonda mi curiosidad y mis recuerdos. Abre mi piel e indaga en la carne de mi memoria. Ante mi curiosidad por sus deseos me pregunta sonriente si quiero que mi novela sea bicéfala. Le respondo que Deseo que mi novela sea un animal pluricéfalo con sexo de mujer en el horizonte y una brújula levantada hacia ese atardecer siempre asombroso.

Inundado de tantas voces deseantes femeninas, comienzo una nueva redacción de la novela cargado de la la intensidad de todas esas bocas, lenguas. Es como cuando algo tan especial nos sucede que nos obliga a cantar. Así me siento.

Y me viene a las manos, a la memoria, este poema de Angel Valente, epígrafe perfecto de este momento afortunado que todas estas mujeres deseantes me ofrecen:

"Con las manos se forman las palabras,
Con las manos y en su concavidad
se forman corporales las palabras
que no podíamos decir."

Las palabra del deseo que regresa













Una parte fundamental del reto que me he impuesto en el proyecto de Los libros de Mogador es estar atento a la respuesta de los lectores ante la aparición de cada libro, escuchar de qué manera entran estos libros en la vida de quienes los leen sin indiferencia y, finalmente, integrar esas voces del deseo en el cuerpo narrativo del siguientes libro. Ya el primero, Los nombres del aire, tenía en su breve historia una carga enorme de historias de deseo que me habían contado varias mujeres y otras que me había tocado vivir o vivir de cerca. Esa carga vital está en el libro convertida en intensidad poética de diferentes maneras. Cuando el libro apareció la reacción de muchas lectoras fue enorme y muy intensa, en proporción directa con el interés que yo había puesto en ESCUCHAR los deseos femeninos. No es solamente que yo hubiera adoptado el tema de la mujer como una de las preocupaciones del libro sino que todo el libro está escrito desde el deseo.
Cuadruple deseo: mi deseo por conocer más de ese mundo que es mi alteridad radical y fascinante; mi deseo por la mujer amada que encarna cambiante en los rostros y en los cuerpos de mis personajes; los deseos de muchas mujeres que me cuentan, me dejan ser testigo o viven conmigo situaciones deseantes, convertidas por mi en "figuras narrativas del deseo"; y finalmente los deseos, muy abiertos y muy concretos al mismo tiempo, de ser deseado a través de las palabras. A través de la obra, o más bien, en ella.
Es decir que el relato se levanta como un ámbito, un ámbito de deseo, no sólo sobre el deseo o escrito con deseo sino escrito desde el ámbito del deseo. Un ámbito creado para decir y captar el deseo. Para hacerlo actuar.
Y en esta última frase está tal vez la clave de mis libros: novelas que se niegan a subordinarse a la retórica común y corriente del suspenso narrativo o de la anécdota más o menos unidimensional, para convertirse en ámbitos, espacios de deseo. Espacios donde se lee con todo el cuerpo, y donde cada cuerpo que entra a leer deposita así sus deseos en la trama frágil como tela de araña que los define.
Así, En los labios del agua se nutrió enormemente de los ecos que tuvo entre el público femenino Los nombres del aire y, ya después, Los Jardines secretos de Mogador ganó vitalidad por todo el eco acumulado de mujeres deseantes más las preguntas que lancé abiertamente en su momento sobre mis lectoras para escuchar sus deseos, cientos de deseos de embarazadas muy específicamente, pero también deseos femeninos de todo tipo convertidos luego por mí en jardines.
Ahora, en el vértice de la nueva novela me lanzo de nuevo, como pararrayos, a escuchar deseos. Y el Blog es ideal para hacerlo. Ya en poco tiempo me llegan ecos enormes y muy vivos. Algunas mujeres me dejan su huella entre los comentarios de este blog. Hay algunos de enorme belleza. Los agradezco y pido ir más y más a fondo en el relato de sus deseos. No necesariamente de manera pública sino, con frecuencia, en correos privados. Y nunca dejo de sorprenderme.
Eleonora, una poeta profunda, ya me va dejando huella ni yo se hasta dónde. Otras cartas significativas fluyen sin dejar nombre. De todo lo que me cuentan me alimento y en mí todo se va transformando en cuento.
Estos días me llega la noticia de una mujer, bella y apasionada, que se ha puesto indeleblemente en el cuerpo el tatuaje que usan mis personajes en los libros. Y ella, Karla (menciono nombres sólo si me lo permiten) me envía su fotografía. Es la que abre esta nota del blog. Es la caligrafía que dice en árabe: "Nosotros somos el jardín", Y que aparece incluso en la portada de Los jardines secretos de Mogador.
Como no es la primera vez que eso sucede me voy a revisar mis cuadernos de cartas y ecos, y veo que ella es justamente la novena mujer que me dice que se ha mandado poner esa frase caligrafiada en el vientre. Le pido que me cuente la historia pasional que anima o es animada por ese tatuaje y me encanta oírla, leerla. Es una de esas "palabras que regresan" bajo el llamado de mis deseos para expresar afondo los suyos. Lo agradezco tremendamente.

El texto como objeto ritual


En Mumbai, una sorpresiva lectora india, poeta de Gujarat que había vivido en Nepal, me dijo, "Leo sus libros de Mogador con frecuencia (me acompañan) y pienso en ellos en su conjunto como un objeto ritual: relatos y poemas que ayudan a pensar y a vivir; están entretejidos formando un Mandala."
Y añade, "La definición de un Mandala es esa: objetos que son bellos, imágenes codificadas que ayudan a pensar y a vivir. Y que se convierten en parte de un ritual íntimo."
El comentario de entrada me produce extrañeza. Ninguna intención esotérica anima mi proyecto. Sin embargo, la definición que ella da del objeto ritual me parece muy material: un objeto codificado que ayuda a pensar. Y, si hay suerte, ayuda a vivir.
Sin duda hay en mi ciclo de Mogador una deliberada investigación sobre el deseo y en ese sentido pretenden presentar, contar situaciones impregnadas de una implícita reflexión sobre el deseo. Pero su método es la poesía: la imagen formalmente asombrosa. Y en cierto sentido ritual: el ritual de aparición del momento poético: la epifanía, la revelación poética (como traté de explicarla en mis libro de ensayos Con la literatura en el cuerpo y Cuatro escritores rituales.
Al día siguiente fuimos al Museo de Mumbai y me mostró un tipo de mandala que se adapta en todo a la estructura de mis libros que antes he dibujado como una espiral de círculos concéntricos, con una búsqueda obstinada (casi erótico-mística) del deseo animando el recorrido. Incluso es un Mandala cuya estructura se basa nueve niveles narrativos.

Y en este mandala también, como en mi descripción del ciclo, la unión entre cada círculo concéntrico es el narrador, convertido en personaje del círculo más amplio que va envolviendo a los anteriores. El último círculo está afuera del dibujo y es el de mi ojo mirando el conjunto, o el ojo de cualquiera que se detenga ante el objeto y, simplemente, lo considere.
La dimensión de objeto que acompaña en la vida a alguien que lo lee y lo considera cercano está muy cerca algunos comentarios de lectores, y sobre todo lectoras de los libros de Mogador. Ayer mismo recibo un maravilloso comentario de una lectora, una poeta sin duda, diciendo: "Fue un día de Septiembre, el que me hizo "arribar" a uno de tus libros -el primero, para mí-.
Desde entonces, un solsticio y un equinoccio, me sumerjo en tu prosa. Afinidades electivas, mareas compartidas.He dejado que tus palabras, tus libros, entren a formar parte de mi vida.En mis viajes, he convertido tus libros en mis favoritos, transformando esas historias según los idiomas en que las leo. Lentamente, ya son parte de mi. Como el agua. Como el mar, en el que nado cada día." ¿Es eso un Mandala en el sentido que lo explica esa otra sorpresiva lectora de la India? En ambos casos, esa dimensión que adquieren los libros en la vida de quien los lee es un regalo inusitado para el escritor. Un don del que no se debe sentir merecedor sino receptor agradecido. Al escritor corresponde escuchar, sí, agradecer, también; pero sobre todo ocuparse en hacer cada vez mejor el dibujo de su mandala: una mejor obra de arte que, si sigue teniendo la suerte de encontrar lectoras así, será un mejor objeto para pensar la vida y vivirla intensamente. Y esta novela del fuego será para mí el entorno que completará mi mandala.
Gracias, nueve veces nueve, a ambas lectoras mandálicas.

Entre otros cambios


Regreso de un viaje largo en la India. Respondo a los comentarios que tuvo mi nota anterior agradeciendo el interés en mis libros. Una lectora se declara "sonámbula del deseo", como mis personajes. Y le doy las gracias por leer con todos los sentidos porque esa es una característica de Los sonámbulos. Un lector me pregunta cuándo saldrá la siguiente novela, que tiene ansias por leerla. Me alegra su entusiasmo y lo agradezco. Pero debo confesarle que una vez más retraso la entrega definitiva a mi editor porque quiero experimentar algunos cambios que tal vez la harán mejor. Tengo el deseo de cambiar el punto de vista del narrador de la primera parte de la novela y en vez de que sea un amigo enamorado de la misma mujer que el protagonista me estoy convenciendo de que la historia sea contada por ella. Su amante de toda la vida. Ambos tuvieron varias esposas y esposos, pero sólo un/una amante. Se fueron fieles en su infidelidad.
Hacerlo dedsde el punto de vista de ella implica muchos riesgos y mucha cautela. Y que tendré que recurrir de nuevo enormemente a la opinión de muchas mujeres sobre muchos aspectos de la historia. Como diría Anais Nin, puede ser un relato "A favor del hombre sensible" (In favor of the sensitive man), visto como débil por tantos escritores y lectores masculinos. Algo de lo que con frecuencia he sido testigo. Durante el viaje arranqué la descripción en esos términos y creo que puede ser muy importante para el desarrollo y la posición narrativa del libro. La segunda parte está contada en primera persona y es la voz del protagonista, el erotómano involuntario aclarando, o más bien estableciendo su nada clara y sí muy paradójica posición. El hombre sin mano que sin embargo llega a tocar con ella.

Ritual posesivo


Varias semanas regresando sobre el libro que no puedo considerar terminado pero que obsesivamente reescribo y afino en su acabado. Trato de dar la mejor forma a una fidelidad a ultranza: fidelidad no a una realidad literal de mi vida o a una idea de la literatura y del mundo. Fidelidad más bien a una manera de estar en el mundo. Trato de ser fiel a cierto "sonambulismo del deseo". A una fuerza que me mueve y de la cual el libro es un ritual propiciatorio. Con extrema claridad veo mi rechazo a una forma narrativa tradicional y exploro límites nuevos de lo que hago. Con frecuencia esta exploración me hace estar más allá de mí mismo. Rebasado por mi experimento. A veces resulta bien. Otras hay que comenzar de nuevo. La forma misma de la novela es un extraño objeto de deseo. Trato de hacer un libro poseído, como mi personaje principal y sus encuentros y saberes.