LA GRAN INCREPADORA DE CHENGDÚ

Vuelvo a verla y me exaspera y me conmueve. Me habita. Me doy cuenta de que me recuerda a mi abuela materna, que algo tenía de bruja buena y de pronto le daba por ahuyentar fantasmas con una espada imaginaria bajando una escalera. El tema de la relación con lo invisible, que obsesiona a este blog y al ciclo de libros de Mogador, renace en esta mujer y su diálogo ritual con el más allá. Aquí es evidente e interesante para mí la relación entre el deseo intenso como escalera hacia lo que está más allá de nosotros.
      Invitado a China por el Festival literario de las librerías Bookworm, pude visitar, entre otros sitios apasionantes, este templo excepcionalmente preservado en una ciudad que fue muy bella, destruida en gran parte por el tsunami de concreto que urbaniza a toda China. Entre otras sorpresas, ésta:



      












En el Templo Taoísta de las Dos Cabras Verdes, en la ciudad china de Chengdú, de pronto una mujer hizo ante nosotros un ritual inusitado y maravilloso. Más de media hora estuvo cantando y hablando bruscamente con sus dioses, reclamándoles cosas, festejándolos también. Ella era, esa tarde de febrero 2010, la Gran Increpadora de una nueva mitología post maoista. Ese día la filmé rudimentariamente  y escribí un poema:

LA INCREPADORA DE CHENGDÚ

 Ella ata su voz
 al capricho ascendente
 del incienso.
 Trepa sus palabras de humo
 al caballo bronco de este olor.

 Y no crepita una vara
 sino un bosque
 en la mano izquierda.
 Con la otra hace cuentas,
 pases, señas,  amenazas.

 De pronto canta y baila
 y grita al cielo.
 Reclama, exige, niega
 y vuelve a la plegaria.

 ¿Dónde hacía estos rituales
 cuando estaban prohibidos
 con pena de muerte?
 Décadas de contacto secreto
 con sus dioses. 
 Pensarlo da escalofríos.

 Su gesto me lleva sin más
 a mirar al cielo
 y murmurar los nombres
 de los míos, lejos,
 o ausentes.
 A viajar en humo
 y anudarme
 ardiendo
en secreto
 lentamente
 en su incienso.