LA LUNA QUE CRECE
EN EL BARRIO DE LAS HILANDERAS
DE LA CIUDAD DE FEZ

Karla Karina Pompa Marino, me escribe generosamente su impresión de mis libros y concluye con una sugerente frase sobre la luna. Quiero comentar algunas de sus implicaciones en el mundo islámico. Especialmente porque su carta me llega mientras estoy en Marruecos. Transcribo mi cuaderno de notas, e incluyo a la luna creciente que viví hace unos días en la ciudad marroquí de Fez.
Karla concluye: "Me he perdido varias veces en tus jardines de ese Mogador que creas palabra a palabra y si te contara todas las imagenes que he visto a raíz de cada jardín que he leído, seguro podrías ver historias paralelas a las tuyas... Gracias por hacer que en ciertas ocasiones las lunas en cuarto creciente se vuelvan lunas llenas."
Bella y cordial imagen que me hizo pensar inmediatamente en compartir con Karla, y con todos, la anécdota que acompaña a esta fotografía en la que, si se fijan con mucho cuidado o si pican en la foto para verla mas grande, la luna creciente a la derecha y la luna islámica sobre la punta del minarete a la izquierda, coinciden.



LUNA CRECIENTE en el barrio de las hilanderas de FEZ

El laberinto de la ciudad repentinamente se resolvía en la confluencia de tres callejuelas que así formaban una plazuela inesperada y diminuta. La penumbra del lento anochecer se volvía luminosa e imponía una extraña sensación de umbral, de etapa que comienza. Como si hubiéramos llegado al centro de un escenario iluminado, a una meta abierta donde algo comenzaría a suceder. Y así fue.
En ese cruce de callejuelas estaba una de las 369 fuentes de la ciudad. Por lo tanto, punto de encuentro de los vecinos de ese barrio de hilanderas, bordadoras y tapiceros. La fuente cantaba ronca su caída de agua sobre una pileta casi oculta a la izquierda. Era extraña porque era doble: dos veces su múltiple mandala de azulejos coloridos estaba enmarcado por dos arcos casi ojivales al pie de los cuales se extendía una banca que podía haber sido una pileta más antigua. Los niños jugaban, se hacían los brabucones, se perseguían o se sentaban en la fuente.
Y de pronto, mi amigo Eliot Weinberger y yo nos dimos cuenta de que la luna en el cielo tenía en ese momento la forma exacta de la luna de cobre que reinaba sobre la torre del templo: la luna islámica que coronaba el minarete.
Los niños que jugaban frente a la fuente se dieron cuenta también y comenzaron a disputarse quién la había visto primero. Se supone que cuando la luna en el cielo y la luna negra de la torre coinciden de esa manera, el primero que la mira obtiene baraka: una oleada de buena suerte, un momento favorable indicado por la composición de los astros, un poder invisible que lo hace afortunado. Pero el niño, más grande que los otros, a quien todos festejaban por haber sido el primero confesó que me había visto mirando hacia arriba y tomando esta fotografía. Que por lo tanto yo había sido el primero. Y como una oleada de risas blancas como espuma y gritos arremolinados en la palabra mágica "baraka, baraka", se vinieron sobre mí todos los niños para tocarme, para rozar sus mangas con las mías y así adquirir algo de la baraka que se supone yo tenía. Todo duró unos instantes. Quienes venían con nosotros, inmersos ya en lo que sucedía en el taller de tapiceros que había calle abajo, ni siquiera alcanzaron a percibir completamente lo que acababa de suceder.
Y los niños se retiraron, como las olas, más lentos pero decididos, siempre sonrientes diciéndome en voz más tranquila: gracias, gracias: shukran, shukran, shukran. Sólo se pusieron serios de nuevo al posar para mi fotografía.

LA BARAKA Y LA LUNA : Fez, la del lenguaje de mil niveles secretos, me mostró de golpe, no a la vuelta de una esquina porque casi no las hay en su laberinto de calles, sino bajo el aura de una antigua fuente de azulejos, el gesto enigmático de la luna y la baraka.
Yo no hubiera entendido lo que hacían los niños cuando querían tocarme buscando el contagio de la baraka, si mi amiga Oumama Aouad no me lo hubiera explicado hace tiempo. La barakaes una súbita bendición sobrenatural. Más que suerte es un destino que se adquiere de pronto. Por bendición divina. Es poderosa fortuna: los santos y santones, los marabouts, tienen baraka y la tienen sus santuarios, sus acciones y sus cosas. Que se vuelven reliquias o amuletos, como la Jamsa o mano poderosa que tiene baraka porque es también Mano de Fatma, la hija del profeta. Un poder único y extremo que además se hereda. Quienes han salido asombrosamente ilesos de catástrofes o sobreviven situaciones extremas es porque tienen baraka. Una tarde, en Rabat, al pie de la torre Hassan, hermana de la Giralda de Sevilla y de la Kutubia de Marrakech, mi amigo Tahar Lharech me contó la larga e increible historia de la baraka real. Un día tratan de asesinar al rey y, muy temprano, un comando entra a su palacio por el jardín. Cómo el rey estaba en jeans cuidando algunas plantas lo confundieron con un jardinero y pasaron de largo hacia el palacio donde suponían que él dormía. En el segundo ataque el rey iba en su avión y dos aviones militares enviados por los generales golpistas disparan y matan al piloto. El rey, que estaba entrenado para volar ese tipo de aviones, toma el mando y haciéndose pasar por el piloto, avisa por radio a los atacantes: "El rey ha muerto". Y salió ileso por segunda vez. Así, al escapar fabulosamente de dos golpes de Estado donde peligraba seriamente su vida, El rey Hassan II adquirió baraka a los ojos de su pueblo, incluidos enemigos y amigos. La baraka es un aura protectora sobrenatural.
La baraka cotidiana es explicada por el escritor Abdellah Taia en su libro Mon Maroc (Mi Marruecos), donde cuenta cómo, siendo estudiante en Ginebra, trataba de tocar subrepticiamente a su admirado profesor de literatura Jean Starobinski cuando se entrevistó por primera vez con él. Quería contagiarse de su baraka. "En Marruecos, cuando alguien logra algo, cuando alguien tiene un éxito, ponemos en contacto su ropa con la nuestra para quedarnos con algo de ese logro, algo de su baraka. En la universidad, en mayo, cuando se anuncian los resultados de los exámenes, los estudiantes que sacan las mejores notas se dejan tocar tranquilamente por los que reprobaron... es un ritual al que adhieren todos, hombres y mujeres."
En el mismo libro, Taia dice de manera clara lo que significa convivir con esa aura espiritual de quienes admiramos, queremos y dan sentido a nuestros pasos: "No vivimos tan sólo con las personas físicas que nos rodean, también se vive en compañía de aquellos que adoramos y cuya mirada y sensibilidad admiramos. Evolucionamos con ellos y gracias a ellos." Una de esas presencias orientadoras, en mi relación con Marruecos, ha sido Oumama Aouad. Y ella me explicó también el significado poderoso de la luna creciente. Me mostró que en árabe hay incluso una palabra especial para nombrarla. Así como hay 99 palabras distintas para designar cada una de las diferencias sutiles del amor, hay muchas palabras distintas para nombrar a la luna en sus fases y posiciones en el cielo. La luna llena se llama Al-badr. La luna creciente, en su primer día se llama Al-hilal. Cada día tiene uno nombre distinto. Y su crecimiento es símbolo de una evolución hacia algo mejor. Y de ahí que se considere afortunado estar bajo su existencia.
Normalmente, en los minaretes, en lo más alto de las torres desde donde el almuecín llama a la oración, uno de los cuernos de la luna creciente de metal señala en la dirección de la meca. Y con frecuencia, como en esta fotografía, bajo la luna hay tres esferas metálicas. Cada una simboliza un mundo: el material, el espiritual y el de los ángeles. En algunos sitios son cinco esferas representando el principio coránico de "Las cinco presencias divinas", cinco grados de la realidad, que incluyen las tres ya mencionadas.
El tiempo musulman se mide con un calendario lunar. Y el Corán habla del sol como "la otra luna". Y cuando se quiere hablar de la santidad del profeta, se cita la escena de una luna partida a la mitad por Mahoma y dando vueltas alrededor de la gran Piedra Negra, la Kaaba de la Meca. Tal y como lo hacen los fieles. Lo describe la Surata LIV del Corán. Y uno de sus sentidos es que, según se cree, en tiempos preislámicos la Kaaba era lugar de adoración de los astros, y sobre todo de la luna. Pero ante el Profeta la luna misma está subordinada a su dios y hace los giros de adoración a Alá que hacen todos sus fieles.
Aunque la luna creciente se ha convertido en símbolo del Islam y está en el escudo de muchos países árabes, su establecimiento como símbolo es mucho más reciente, es otomano, es decir turco, y muy probablemente tomado de Bizancio. Como lo atestiguan los mosaicos figurativos sobre la gran mezquita de Damasco, que antes fuera un templo bizantino.
La luna se vincula al destino desde tiempos muy antiguos y en muchas culturas. Se pueden ver todas las emocionantes referencias poéticas a la luna en la cultura japonesa en el maravilloso blog de Aurelio Asiain, Margen del Yodo.
Escribí sobre la luna y el destino en el ensayo, "Marguerite Yourcenar: la hilandera de la luna", que se puede leer en Con la literatura en el cuerpo (Taurus y Claustro de Sor Juana, nueva edicion 2008). Las hilanderas de la luna eran sacerdotisas que tenían en sus manos los hilos de varias vidas, tomados de los hilos de plata que sólo ellas sabían desenredar de la luna. En algunas culturas, afirma Mircea Eliade, los hombres temían el momento nocturno en el que las mujeres se ponían a tejer. Las fuerzas más tremendas de la vida se desataban tomando cauces imprevistos. Porque "La luna hila el tiempo y teje las existencias".
Y ahí estábamos, justamente en el barrio de las hilanderas de Fez, mirando a la luna en perfecta geometría con sus representaciones sagradas: una epifanía. El universo crea por un instante una composición exacta. Quien por casualidad la mira y admira obtiene baraka, se beneficia de su fuerza y su poder: por lo pronto el poder de una visión, de una composición poética de las cosas.
Ese astro femenino reinando de pronto sobre el oasis de los humanos en perfecta composición con nuestra mirada, está en este poema de Marguerite Yourcenar, que da baraka al que lo lea haciéndolo suyo, imaginando esta luna repentina que una mujer descubre de golpe reflejada en su espejo, atrás de ella y atrás de una duna. Triple identidad de formas en súbita composición que funciona como un conjuro:

Un rostro
grande y claro
asomará sobre esta duna
y el espejo del que te apartas
reflejará la cara tranquila
de la luna.


Y para terminar donde comenzamos, y así trazar un círculo como la luna llena, recordemos la bella frase de Karla sobre la luna en cuarto creciente que se convierte en plena; al lado de este elogio del viaje que hizo un poeta y filósofo del siglo XII, Al-Aaz Ibn Qalaquiss:
"Si pretendes llegar a valer algo, viaja: recuerda que sólo recorriendo el cielo la luna creciente se convierte en luna llena".
Consejo que Hassan Massoudy caligrafió así: