LA AVENTURA DEL CUERPO

Hace unas semanas la escritora Guadalupe Nettel, quien edita con Pablo Raphael la fabulosa revista NÚMERO CERO, (0), publicada por Editorial Almadía, me invitó a escribir un diálogo sobre LA AVENTURA DEL CUERPO con mi amiga, la escritora libanesa Joumana Haddad. Esta es una parte solamente del texto que aparece estos días en la edición impresa de la revista. El texto de Joumana aparece aquí, temporalmente, en francés. Ya después lo pondré en español...



Este diálogo comenzó hace casi medio año con un cruce de miradas que se dicen mucho sin decir todavía palabras. Ya Cristina Fuentes Laroche, directora del Festival Hay, me había dicho que le parecía imposible que no conociera a Joumana Haddad. “Tienen mucho en común”, me dijo, “la misma electricidad, el mismo lenguaje corporal”.
En el puerto amurallado de Cartagena, durante el Hay Festival del 2009, entre decenas de escritores y viajeros, nos reconocimos al vernos. Y la conexión fue inmediata, instintiva. Y me quedé con la impresión positiva de que el tiempo fue demasiado breve esos días. Editora, periodista, traductora y poeta, hablar con ella es un placer sin fronteras.
El diálogo continuó ya lejos, con algunos de sus libros. Tiene una decena de títulos en árabe y traducciones a varias lenguas. Tres de ellos al español. Dirige el suplemento cultural del principal diario árabe de Líbano, An Nahar. Su antología de la poesía libanesa moderna, Allí donde el río se incendia (Fundación editorial el perro y la rana, Caracas 2006), ofrece un panorama de poetas nacidos desde los años treinta hasta los nacidos en los setentas, que es su generación. Es una imagen de conjunto interesante, hecha tanto con gusto como con conocimiento profundo y que va desde el movimiento renovador en torno a la revista Shiir (Poesía) al final de los años cincuenta hasta una sugerente variedad de poetas contemporáneos.
Cuando me hice fruta (Monte Avila, Caracas 2006), reune poemas de algunos de sus libros anteriores: Invitación a una cena secreta; Dos manos hacia el abismo; No he pecado bastante y El retorno de Lilith. El conjunto es intenso y desconcertante, inasible con frecuencia, una inteligencia sensual y movediza en cada poema y en el conjunto. La poeta habla claramente desde su cuerpo. Pero este tiene mil formas y mutaciones sin fin. En su poema titulado “soy una mujer” se atisba un ángulo de esa movilidad: “Nadie puede imaginar lo que digo cuando estoy callada, a quién veo cuando cierro mis ojos… Ellos piensan que saben, así que los dejo pensar y yo transcurro.” Y en otro poema: “El deseo es mi camino y la tormenta mi brújula, y en el amor no echo anclas. Gemela de las mareas, de la ola y de la arena, del cando y los vicios de la luna… Quien sabe mi ritmo me conoce. Me sigue, no me alcanza.”
El retorno de Lilith es un libro múltiple como granada. Un poema dramático, polifonía radical de las posibilidades de la voz pensante de una mujer que es muchas. Pero su desafiante pluralidad de rostros, posiciones y cuerpos se muestra claramente como paradójica unidad mítica: Lilith, la primera mujer antes de Eva, la independiente, fuerte, libre, la que escapó del Paraíso y fue convertida en demonio. La que en voz de Joumana Haddad ahora regresa.
El diálogo con ella continuó gracias a su presencia en internet, donde circula ampliamente su imagen, su voz, sus traducciones. En YouTube cuenta la odisea de crear su revista JASAD (Cuerpo) con la meta clara de ofrecer un espacio para reflexionar y crear teniendo al cuerpo como centro de atención. No una revista anti sino una revista afirmativa desde otro ámbito. Uno de nueva libertad para pensar y vivir las cosas desde otras referencias que no son necesariamente heréticas porque para ser hereje de una iglesia hay que ser parte de ella. Unas esposas rotas, dibujadas con las letras del título de la revista hablan ya de esa liberta inusitada.
Recibir la invitación de Guadalupe Nettel para dialogar con Joumana para este número de la revista sobre la aventura fue una enorme alegría. Como si continuáramos lo que dejamos interrumpido. Se imponía claramente la necesidad de ocuparnos de la aventura del cuerpo. Le propuse decirme antes que nada cómo pensaba ella que la idea de aventura se podría aplicar al cuerpo. Para mí cada cuerpo amado es un territorio inexplorado que necesita la meticulosidad curiosa del amante. Desde el punto de vista del amante, se trata de un territorio inexplorado, tanto desde la ciencia como del amor siempre hay dimensiones que descubrir. En el mismo impulso le expreso mi curiosidad. Quiero saber cómo nació en ella no sólo el interés sino la verdadera reivindicación del cuerpo que ejerce tanto como poeta que como periodista y editora de una revista que se llama precisamente Cuerpo.
“Yo tengo un cuerpo esperando en el fondo del océano. Tengo un cuerpo que es como un volcán, cuyo cráter el agua lame, para que no emita placer antes de que llegue el amor.”
¿Aventura del cuerpo entonces Joumana?¿De todos los cuerpos y del tuyo?


Joumana Haddad: Le corps, cette déclaration de vie, 
instrument de vie, preuve de vie, cri de vie, apprentissage de vie, fêlure de vie… Le corps, notre corps, mon corps, est-il, peut-il être autre chose qu’une exploration incessante, insatiable, inachevée? Une auto exploration, ainsi qu’une exploration de l’Autre?
« Ce que cache mon langage, mon corps le dit » (Roland Barthes). Mon corps me raconte : Depuis la petite cicatrice sur la lèvre inférieure que j’ai eu à 2 ans en tombant sur un morceau de verre brisé, jusqu’aux points de suture sur le bas-ventre, résultat des deux césariennes dont j’ai été opérée pour devenir maman. Mon corps me dit : Depuis la tulipe tatouée sur ma fesse droite, jusqu'aux rides autour des yeux qui désormais accompagnent chacun de mes sourires. Mon corps, je l’ai payé cher. Je le forme, reforme, déforme à ma guise. Je le, je me réinvente. Je me décortique avec mes propres ongles, jusqu’à trouver sous la pelure un nouvel épiderme, une nouvelle joumana. Et je sors du chapeau du magicien, toute neuve en apparence, contente de ma ruse.
Mon corps me révèle ; mon corps me cache aussi. Souvent je le regarde, je l’examine, je le touche, et je lui demande : « Où sont donc inscrites les peurs terribles que tu as vécues pendant la guerre ? Où sont les marques de tes déboires et de tes désillusions ? De tes histoires d’amour brisées ? De tes lâchetés ? De tes victoires ? De tes extases ? De tes rêves ?».
Ils sont là. Je sais que si je cherche bien, je les trouverai tous. Gravés sur la peau de ce petit corps. Sur sa conscience. Sur son comportement. Sur ses besoins. Sur sa famine. C’est comme la théorie de Lavoisier sur la chimie: « Rien ne se perd, rien ne se crée : tout se transforme ».
Mon intérêt charnel, organique, pour le corps a toujours été là. Depuis la première gifle, le premier cri. Le premier acte sado-masochiste, on le vit en sortant des vagins de nos mères. Pensez-y : C’est une claque sur le cul qui nous procure le plaisir d’être en vie !
Quant à mon intérêt « intellectuel », ou plutôt « conceptuel » pour le corps, il naquit avec ma première exploration sexuelle. Et ma première exploration sexuelle fut évidemment la masturbation. Je ne parle pas de la masturbation animale, presque automatique, que beaucoup de bébés pratiquent spontanément, mais bel et bien de celle lucide, post-instinctive: c’est-à-dire pas uniquement corporelle, mais comportant aussi des fantasmes. Je fus une « fantasmatrice » précoce. Dès l’âge de 7-8 ans, je me plaisais à imaginer des situations lubriques, à me caresser et à découvrir les effets de ces caresses sur mon corps. D’où une gamine de huit ans peut-elle puiser des fantaisies érotiques? De quelle conscience passée ? De quel potentiel de vice futur ? Cela reste à découvrir (Freud se serait éclaté avec mon cas ! ). Mais je sais que je ne me masturbais pas ‘innocemment ». Je me masturbais, non seulement pour avoir du plaisir, qui est la dimension la plus « banale », j’ose dire, de cet art, mais surtout pour expérimenter, tester, apprendre, défier, imaginer… C’est ce que j’appelle la dimension cérébrale de la masturbation.
Ainsi, mon corps fait que je suis chaque jour mon propre amant. Ma propre mère, ma propre fille. Mon propre DIEU aussi.
Et toi, Alberto ?


ARS: Mientras te leo Joumana, en tus palabras vienen pausadas las imágenes que guardo de tu cuerpo. Tus ojos penetrantes, tus ideas afiladas dichas con una sonrisa igualmente aguda. Tu rostro enmarcado por las ondulaciones de tu cabello. De un lado al otro del puerto, en cinco días, tus rápidos movimientos.
Me doy cuenta de que siento y pienso tus palabras como partes de tu cuerpo. Palabras piel, palabras miembros: tanto las palabras que recuerdo en tu voz inconfundible como las que ahora leo. Y sin duda las que antes leí en tus poemas. En tu libro Cuando me hice fruta, ritual implacable del deseo, como en El retorno de Lilith, excepcional composición de una nueva mitología radical que nos ilumina. Tu poesía es francamente corporal. Pero corporal a fondo: no descripción poética del cuerpo sino cuerpo invocado y de pronto presente, cuerpo múltiple y multiforme. Aparición de un cuerpo siempre sorprendente. Y de nuevo aparece lúcido y con el movimiento hipnotizante de una llama en esta respuesta y reflexión que haces sobre el cuerpo.
Citas la frase certera de Roland Barthes: “Lo que esconde mi lenguaje mi cuerpo lo dice”. Y fue justamente él quien trato de llevar a sus últimas consecuencias la frase complementaria que te describe plenamente: “En el lenguaje está el cuerpo de quien lo formula”. Cuando hay verdadera escritura y no sólo escribanía, afirmaba RB, podemos detectar en cada frase escrita las marcas del cuerpo que escribe. Y él llamó a esas marcas corporales con un concepto de lingüista sensible: “la enunciación”. El cuerpo en la lengua. Yo gozo y me sorprendo al descubrir tu cuerpo lúcido en tus inquietantes palabras.
O más bien tus cuerpos. Porque mientras te leo la memoria de tu cuerpo se mezcla con la imaginación para mirar detenidamente tus cicatrices cuando eran nuevas, las líneas de tu tatuaje en flor que se me hace presente en movimiento, y me dejo invadir por la avalancha de sentimientos profundos, de verdaderas conmociones aparentemente incorpóreas que tú buscas y descubres en tu cuerpo: la biografía del río invisible que te navega por dentro. Y esa búsqueda toma consistencia en la niña de siete años que se descubre y se explora y se pregunta y no deja de preguntarse sobre el sentido desafiante del cuerpo placentero, el cuerpo habitado como casa embrujada por esas creaciones del deseo que hemos aprendido a llamar “fantasmas”. Pero que son cuerpos, una legión de cuerpos poderosos, imaginantes, experimentales, gozosos.
Y así me voy dejando habitar por el bravo río de metamorfosis que es tu cuerpo, tu cuerpo en tu boca, en tus palabras, que al leerlas se vuelven mías.
Mi cuerpo quisiera con frecuencia ser todo oídos: tocar a otros cuerpos con la escucha, acariciar desde muy adentro pero entrando por el aliento de quien habla y pronuncia algo muy hondo. Las manos como oídos que saben detectar la agitación de la piel como una superficie de agua levemente conmovidas, el sexo como oído que de pronto también canta con la voz escuchada. Para mí la aventura del cuerpo es sobre todo el desafío de escuchar al cuerpo.
Al de los otros y al mío, al más cercano y a veces más desconocido.
Siempre fui un niño demasiado grande para su edad, hostigado por ello. Y sin embargo a mí nunca me molestó serlo. Sentirme bien dentro de mi piel era mi cinismo y mi fuerza. Sigue siéndolo. Cuando a los diez u once años las monjas del colegio decidieron que para frenar erecciones y masturbaciones el triple remedio era culpa, cansancio físico y distracción, me obligaron a jugar football a todas horas sin otra actividad posible. Paradójicamente, lograron multiplicar mis energías físicas para masturbarme, mi imaginación y mi espíritu desafiante (además de que el football ya nunca me pareciera emocionante). Así lograron también que nunca pudiera sentirme culpable de explorar a fondo nuevos placeres íntimos, gozos cada vez más ilimitados y muy poco después compartibles con la persona amada.
Lo que a otros parecía obscuro me llevaba a un mundo de lucidez vital. Al placer de tratar de comprender. La aventura del cuerpo gozoso y pensante a la vez y su relación con los demás está llena de paradojas, de contradicciones, de caprichos inesperados. Conocí la soledad radical donde el cuerpo es el camino más amplio hacia uno mismo y después hacia los otros. Donde la aventura del cuerpo es sinónimo de afirmación de la vida. Es sed de conocimiento y búsqueda ritual. Es provocar la aparición de una belleza excepcional y atípica en acto.
Tiempo después me doy cuenta de que todo lo que intente escribir, contar, invocar, analizar editar se construye implícita o explícitamente sobre el sustrato de esa aventura corporal originaria.

JH- Hier, le vendredi 25 Septembre 2009, à 4h15mn de l’après-midi, je me suis faite faire un nouveau tatouage : La lettre J, initiale de mon prénom, calligraphiée en arabe sur mon épaule droite. Pendant que l’artiste accomplissait son travail sur ma peau, et pendant que je vivais cette douleur aigue mais délicieuse qu’on vit toujours lorsque l’on sait qu’on est en train de commettre « l’irréparable », je méditais sur notre dialogue vital, fondamental, que je voudrais interminable, Alberto, et je pensais, comme un mantra, à ce mot : Irréversibilité. IR-RÉ-VER-SI-BI-LI-TÉ.
Je souffrais, je jouissais, et je pensais à l’irréversibilité de mon corps. À celle du corps en général. Irréversibles nos larmes, nos saignements, nos orgasmes, nos rides, nos cicatrices… La vie est un stigmate corporel ininterrompu et irrévocable. C’est une évidence, tu me diras. Oui mais, comme toutes les évidences, souvent on a tendance à l’oublier.
Mon corps est un chemin à sens unique, je méditais donc, pendant que l’aiguille perçait mon épiderme. Impossible de faire volte-face, impossible de revenir en arrière. Quel danger magnifique en conséquence, ce corps, quel risque pris et repris chaque seconde, quelle admirable bombe à retardement. Surtout quand on réalise qu’à la fin de ce chemin à sens unique, il y a inévitablement un abîme sans fond. Et qu’on va immanquablement y tomber. Tous, sans exception. Et pourtant on marche, à vitesses distinctes, selon le caractère et le rythme de chacun, mais on avance quand même : Une course passionnée vers la chute…
Le corps est irréversible, me dit l’aiguille du tatoueur, me dit l’aventure du monde, me disent tes mots magiques, Alberto, ces mots que j’ai eu le bonheur de découvrir dans ma librairie parisienne préférée, l’Ecume des pages, il y a quelques années. Le corps est irréversible, et c’est ce qui le rend plus précieux. Il s’agit d’une irréversibilité bio-géologique fatale, où toutes les strates (les strates de l’âge, les strates de l’expérience, les strates des épreuves, les strates des plaisirs, etc.) coexistent l’une en dessus de l’autre, témoignant de l’histoire de cette chair, de ces os, de ce sang, de ce sperme, de ces nerfs, de cette salive, de ces muscles... C’est comme la Terre : plus de 4.5 milliards d’années vécues, dont elle ne peut cacher aucun secret aux hommes de science patients et curieux qui l’étudient. Chaque couche révèle un souvenir, chaque sédiment divulgue une ère, chaque grain de sable dénonce un incident. Combien de fois j’ai souhaité, au cours de ma vie amoureuse, posséder les techniques de radiométrie et d’investigation que maîtrisent les géologues, afin de pouvoir lire les « annales » d’un corps que j’aime et désire. D’ailleurs, c’est la raison pour laquelle je préfère l’érotisme vertical, envoûtant, obscur, à l’érotisme horizontal, joyeux, éparpillé. La terre, tout comme notre corps, est incapable de mentir quand on la sonde en profondeur. Rien n’a le pouvoir de la métamorphoser, ou d’inverser son cours, ou de cacher ses traces…
Rien, sauf, peut-être, un vrai tremblement de terre. Et moi, en ce moment de ma vie, je te le confesse, je suis en train d’attendre un vrai tremblement de terre, comme on attend un enfant. Je suis en gestation d’un séisme de degré 9 sur l’échelle de Richter. Je guette la secousse, la sollicite, l’invoque : Une vibration cosmique. Mon corps en a besoin. Mon corps, cette matriochka interminable et injustement inexplorée, cet explosif qui me terrorise par ses « tic-tac » persistants, cette histoire d’amour ensorcelante et toujours renouvelée, mon corps doit casser sa coquille présente et en émerger différent : Plus résistant, plus « prêt », moins vulnérable. C’est le moment de la mutation. Je le sens. Sinon je ne pourrai pas durer plus longtemps…Mais ceci est une autre histoire.


Ton corps se veut « ouie », me racontes-tu, mon cher complice. Le mien se veut « toucher ». Langue, lèvres, doigts, ongles, peau… : Tout ce qui génère un frottement, tout ce qui produit une étincelle, est synonyme de savoir pour moi. C’est pourquoi je pensais à l’androgynéité, ce matin. L’androgynéité comme système auto-générateur et autosuffisant de frottements. Le mâle et la femelle, le yin et le yang qui coexistent, se frictionnent incessamment à l’intérieur d’un circuit fermé, et génèrent l’électricité de l'existence.
Je pensais aussi à cette androgynéité, car la nuit passée j’ai eu le même rêve récurrent qui me visite de temps en autre. Un rêve où, me réveillant à l’aube dans mon lit, et me touchant immédiatement, comme je le fais à chaque réveil, je ressens un petit pénis, comme un bourgeon, poussant entre mes deux cuisses, au beau milieu de mon sexe de femme. Alors je commence à l’arroser, à le caresser, à le malaxer, à lui chanter des chansons, et il grandit jour après jour, jusqu'à devenir énorme. Il n’annule pas mon sexe, mais le complète. Un rêve très étrange et très puissant, qui a inspiré l’une de mes nouvelles, et qui finit par un acte d’amour interminable entre moi et moi, une interpénétration infinie…
Ce rêve est surtout étrange, et il me bouleverse particulièrement, parce que je suis une femme très femme dans mon corps. Une femme jusqu’au bout des ongles, comme on dit. Mais, au-delà de ce corps de femme et de ses réflexes, au-delà de mes deux seins, de mon clitoris, de mes grains de beauté, de mes fesses rondes, de mon vagin fécond, de mes cheveux longs, de ma peau sensible ; au-delà de ce corps-réceptacle, comme l’est presque tout corps féminin - et j’ose utiliser ici la parole « destin », au risque de généraliser-, au-delà de tous mes instincts assimilateurs et encaisseurs, je ressens aussi une identité masculine très forte en moi : Je dispose également d’un corps-verseur, d’un corps-flèche, comme l’est le corps mâle. Le fait que cette « virilité » caractérielle soit invisible physiquement, ne la rend pas moins présente, ni moins palpable. Ni moins authentique surtout. Souvent, par exemple, j’utilise le mot « érection » pour désigner mon excitation. Et je l’utilise parce que c’est ainsi que je la ressens, même si elle n’est pas une érection décelable organiquement. Pourtant, je n’ai aucun doute sur mon identité sexuelle, aucune homosexualité refoulée, aucune transsexualité réprimée. Et je l’affirme sur la base d’expérimentations effectuées à ce niveau.
Je suis donc androgyne. Ma partie féminine est pleinement exprimée par mon corps matériel et ses appartenances réelles, alors que ma partie masculine reste la substance d’une exploration plus souterraine, plus ténébreuse : celle d’un corps à imaginer. « Pour moi, le corps se compose d’un petit pourcentage de matière, et d’un grand pourcentage d’imagination », dis-tu, Alberto, dans l’un de tes textes sublimes. Eh bien, voilà, moi je suis androgyne. Pas matériellement. Mais « imaginairement ». Et donc « existentiellement ». D’ailleurs, quelle différence ? Je ne comprends pas ces gens qui séparent « corps et âme », « chair et esprit », qui ont besoin de toutes ces catégorisations, de toutes ces dualités bien définies, pour se sentir rassurés, à l’abri de l’inconnu, de l’inattendu. Moi, je veux que l’inconnu me branle à mon insu. Je VEUX cette pulsion ambiguë, surprenante, violente; je la veux sans cesse, sans répit. Car l’inconnu est synonyme de Vie.
Sinon, quel ennui ! N’est ce pas ?


ARS- Con la punta del dedo anular, ningún otro, recorro lenta y suavemente la letra de tinta que has mandado poner en tu piel. El dedo de los vínculos, el que siente más, no sé por qué, en mi mano derecha.
La descripción precisa del ritual de tu nuevo tatuaje anuló la distancia: escribes tu cuerpo escrito a su vez por la aguja de tinta y al hacerlo me acercas a él. Lo ofreces sin remedio a mis sentidos. Que se excitan mientras se mezclan.
En tus palabras pasé instantáneamente a ver tu cuerpo y dejarme guiar por ellas. Muevo aún la mano por donde parece que me indicas. Por donde se construye en mi cuerpo la ilusión de que me indicas.
Y al tocarte escucho el ritmo de tu sangre y atrás de ella identifico tu voz: el sonido dual de lo escrito piel afuera y piel adentro.
Te oigo manifestando, con la respiración alterada, el placer y el dolor del tatuaje. Te escucho también pronunciar claramente la letra que la aguja hunde y pinta. Tocar es escuchar. Haces de la letra tatuada una nota musical al aire.
Te escucho con las manos que son mis ojos. Que miran nítidamente lo que imaginan. Mis sentidos hierven al confluir en esa letra que has vuelto clave mágica de tu mundo: la letra árabe jim: ج
Con la que comienza tu nombre, Joumana.
Con la que comienza también el nombre de la revista que creaste y que editas, Jasad. Palabra que significa precisamente Cuerpo.

Tres realidades en una, grabadas irrevocablemente en ti desde antes. Como si al elegir esa letra hicieras brotar lo que ya llevabas dentro. ¿Pero no hace eso todo tatuaje? Un cuerpo tatuado es, algunas veces, un ser que florece. Y que hace florecer algo en quien con complicidad sensorial lo mira.
Tal vez no sea por azar que normalmente (en la caligrafía Naskh) esta letra se dibuja con tres movimientos. El copete o cabeza estable, la curva que baja adelgazándose y la misma que se sostiene engrosándose y terminando en punta. Tres pases mágicos sobre tu piel que a) te invocan, b) invocan tu oficio de escritora y c) tu saber corporal. Lo que eres, lo que haces, lo que sabes. O debería mejor decir, lo que vas siendo, lo que vas haciendo, lo que vas explorando y sabiendo: todo distinto y todo lo mismo. Todo unificado en un signo polifónico. Una llave de tu cuerpo.
Con esa letra de curva implacable ج aceleras el vértigo de la aventura del cuerpo. Haces irreversiblemente evidentes algunos de los estigmas radicales que llevas dentro. Pero también, al hacerlos visibles, la complicidad codificada a la que invitas. Que cada quien leerá, experimentará, desde las claves y estigmas, leves o profundos, de su propio cuerpo. Así, huelo mientras reescribo tu letra saboreándola en ti. Y tiene inevitablemente la sal del aire de mar de Cartagena.
¿Son estas sensaciones también irreversibles, como tu tatuaje, como la vida del cuerpo? ¿El tiempo se mide en el cuerpo por sus daños permanentes? En 1974, la cineasta experimental canadiense Lisa Steele, se hizo célebre con una película llamada Traje de cumpleaños con cicatrices y defectos, en la que ponía una cámara en el suelo, y se colocaba desnuda frente a ella mostrando cada una de las muchas cicatrices que ya tenía su cuerpo a la edad de 27 años: su biografía escrita en los remiendos de la piel. Cuando la conocí, unos cinco años después, tenía una decena de cicatrices más y hablaba con mayor detenimiento aún de las cicatrices invisibles de su vida. En otra película contaba, desnuda frente a la cámara, el día en que al regresar de la escuela se enteró que había muerto su madre, cuando ella tenía quince años. Lisa mostraba conciencia de que, como tu lo has señalado, todo marca al cuerpo y leer esos signos es un reto similar al del geólogo que sabe leer las capas de formación de la tierra. Los estratos de la vida pensados como estragos.
En el mismo seminario había otra mujer brillante que llevaba una conferencia y un performance sobre el sexo virtual como obra de arte. Y como el tema de las cicatrices del amor nos había impregnado a todos, ella nos mostró las suyas una tarde en la que todos los participantes en aquel coloquio terminamos en una piscina desnudos. La cicatriz del amor que nos mostró era más profunda que cualquier otra: había cambiado de sexo, según contaba, para adecuarse al deseo que nacía en él convertido ahora en ella. Algo de lo que sucedió allá está contado, de otra manera, en un capítulo de mi novela La mano del fuego donde el amante descubre la suma de reflejos y equívocos que le dan cuerpo, el enigma que siempre renace y es parte de la aventura del cuerpo.
Por otra parte toda la novela explora las posibilidades del tacto como el sentido de los sentidos en el cuerpo amoroso. El único que no tiene un órgano exclusivo sino toda la piel y todo el cuerpo. Del tacto surgen todas las sinestesías posibles. Hasta la certeza extraña de mirar por dentro de la mujer amada con el ojo múltiple de la sensibilidad exacerbada del pene. De nuevo, mirar con las manos, escuchar con los ojos, oler con los oídos, etc.
Tu afirmación brillante y bella: “La vida es un estigma corporal ininterrumpido e irrevocable” me hace inquietarme menos por la dimensión trágica de nuestro destino de abismo y entropía y ocuparme algo más de la dimensión estética y simbólica de la vida como estigma corporal en movimiento. Me hace pensar en cada cuerpo como un tatuaje que crece, que multiplica sus significados al mezclarse con otros tatuajes vivos. Pensar en la vida como una coreografía caligráfica que en sus mejores momentos se vuelve composición perfecta. Fugaz pero plena.
Y es parte de su esencia no durar, llamar irrevocablemente al movimiento que sigue, a la nueva composición que dará sentido a la vida, nuevas lecturas a nuestra caligrafía compartida. Para descomponerse un segundo más tarde y reiniciar, tal vez, otra coreografía de estigmas.
Sobre la implacable línea de vida que va de aquí y ahora hasta el inevitable abismo de nuestro horizonte temporal el cuerpo es simultáneamente prueba y ámbito de lo posible. El cuerpo y sus posibilidades sensoriales hacen que exista el tiempo dentro del tiempo, por ejemplo. Y si bien es imposible que el cuerpo comience a vivir de nuevo, las metamorfosis son posibles, como bien lo anhelas. ¿Estás segura de que sólo un temblor mayúsculo lograría la que tu ahora deseas? Tu lo debes saber mejor que nadie, entre otras cosas porque tal vez has experimentado otras mutaciones altamente sísmicas en los estratos de tu cuerpo. Tu anhelo de volcán me conmueve, mi querida cómplice corporal.
Y extrañamente, cuando leí tu libro El retorno de Lilith, la imagen obsesiva que venía a mi mente era la del volcán, la del magma de significados convulsivos, la del fuego que todo lo transforma. Y pensaba que leerlo era un sismo, que no conozco nada así, tan a fondo y tan a flor de piel al mismo tiempo. Me daba cuenta de que ninguna de las descripciones posibles de Lilith la agotan mínimamente, que ninguna frase puede sintetizarla, que es movimiento candente que no se deja fijar, que siempre quema y transforma. Te he visto leer fragmentos de ese poema volcán en tu lengua, con una paradójica dulzura, en una gama de aparente contradicción que nunca los traductores alcanzan completamente a hacer suya.
También al final de Lilith está el tema de la androginia esencial y paradójica que sacas a flote sin las ambigüedades frecuentes. Te sientes hombre y mujer simultáneamente con la certeza adicional de que no hay homosexualidad o transexualidad implícitas. Femeneidad visible y virilidad invisible pero no menos presente en el cuerpo, en lo que el cuerpo siente. La androginia como una de las dimensiones de la vida, en algunas personas más que en otras. Me identifico completamente en tus palabras desde el otro lado del delirio andrógino. Con mucha frecuencia mis lectoras comentan, evocan, cuestionan mi parte femenina. Visible netamente en mis libros. Hay quien ha dudado seriamente de mi autoría. O quien siente la necesidad de atribuirme formas de sexualidad que no siento ni ejerzo. Mi androginia imaginaria es plenamente masculina en lo visible del cuerpo y en sus deseos como la tuya, sin duda, es también corporalmente femenina. Y más allá de cada cuerpo, pero también más acá, la otredad que también nos da, sin no forma sí identidad.
Regresando a tu tatuaje, que veo sin ver y aún así toco, recuerdo una forma de escribir esa misma letra jim con una leve modificación que convierte al copete en una especie de cabeza de pene: ج

Y el signo que era una curva de ecos netamente femeninos tiene una doble dimensión: una erección y un pecho con pezón. Es interesante que en la tradición marroquí, berbere, los tatuajes llevan nombre según la parte del cuerpo donde se hacen, además de la figura o abstracción que dibujan. Todo es significativo. Y al tatuaje en la espalda derecha se le llama “nadador”. El mismo término que en otra tradición, según el autor de El jardín perfumado, es uno de los nombres más afortunados del pene. Una dimensión más en la clave y en el enigma que has puesto sobre tu piel y, en mí, piel adentro.

EL COLLAR DEL DESEO: tatuarse el viento

Ana Laura Barriendos me escribe, como en una adivinanza: "Tengo un tatuaje que seguro reconocerás". Inmediatamente pienso en las caligrafías de Hassan Massoudy que habitan los libros del deseo en Mogador. Tal vez no hay otras que yo pudiera reconocer tan fácilmente como ella lo promete. En dos notas anteriores, Tatuarse es hacer un collage con el cuerpo, y La vida y la obra como una sola caligrafía, comento esta sorpresiva aparición de las caligrafías de mis libros sobre la piel y muestro algunas de las más bellas imágenes que me han llegado.
Después de eso, mi amigo el calígrafo Massoudy se asombró de que sean tantos los cuerpos de mujeres bellas que en México y en otros países llevan tatuada su obra. Tantas las mujeres que han decidido publicar íntimamente sus caligrafías en sus cuerpos. "Si esto sigue así llegará un momento, me dice en broma Hassan, en que habrá más obra mía sobre la piel de las lectoras de Mogador que sobre papel".
Llega la imagen, llena de belleza y misterio: Ana Laura de espaldas, la mano en el marco de la puerta y, sobre el cuello su tatuaje que danza.
Lleva el pelo recogido y gira levemente para que se vea mejor su nuca escrita. No se ven sus ojos pero una larga pestaña, como inicio de una caligrafía en el aire, deja suponer que mira su mano. Se adivina, una leve sonrisa. Se ve cómo, muy cerca de los hilos de tinta, nacen los cabellos en la nuca dibujando esa otra caligrafía que se peina, que el viento mece, que se acaricia.
Un rayo de sol decidido, con su mano luminosa, toca el hombro izquierdo y se adentra apenas en la espalda. El tatuaje, al centro, parece escurrirse un poco hacia abajo, dejándose llevar por la gravedad hacia la columna vertebral de Ana Laura. Su espalda, bellamente formada, anuncia un canal perfecto. Si la tinta se escurriera de verdad, una gota llegaría sin duda al final de la espalda, al arranque de la hendidura de su nalgas.
La caligrafía que ella ha decidido ponerse en la piel salió de mi novela En los labios del agua. Casi al principio, el personaje principal que es un calígrafo se da cuenta de que el mar, el viento y todo lo que él siente, se mete en sus trazos. Y al escribir cualquier palabra el dibujo de sus letras se llena de significados imprevistos. La palabra mujer ondula como las caricias que ha dejado en su amante. Pierde el control total de sus líneas. El deseo y el amor lo trastornan. Pero el resultado, tal vez por eso, es más contundente.
Esa palabra, mujer, alterada en la mano del amante, fue dibujada originalmente por Massoudy para un poema de Gibrán Jalil Gibrán. Él me permitió ponerla en este nuevo contexto donde el control de la mano y el deseo se vuelven explosivos, donde el oficio se transforma y se mejora por las conmociones más íntimas e intensas de la vida: las del amor deseante. La forma del arabesco, en la caligrafía, con frecuencia dice más que el significado directo de las palabras dibujadas. Esta palabra diría tal vez: "mujer deseada y deseante" "Mujer que danza la música del deseo". Y por eso la seleccioné entre muchas. En el poema de Gibrán, el amante previene:

"No olvides que iré hacia ti.
Un instante y mi deseo parecerá polvo
y espuma sobre un cuerpo.
Otro instante, en el reposo del viento,
y una mujer me llevará sobre ella.
Y apenas ayer nos conocimos
en un sueño."

Al enviarme su imagen Ana Laura me dice: "Quise llevar conmigo el recuerdo de lo que tu libro me hizo sentir. Y ahora, a través de fotografías, lo comparto con un amante que se encuentra lejos, con la esperanza de que recuerde cuando me abrazaba por la espalda para olerme el cuello y mirarlo de cerca. Aunque yo lo llevo puesto, de alguna forma siento que es tan tuyo como mío."
Le pido permiso para ponerlo en mi blog, le pregunto si tiene más tatuajes en el cuerpo y le pido que me cuente con más detalle sus historias de deseo alrededor de este tatuaje.
Ana Laura responde: "Qué alegría que te guste. Como es nuestro puedes ponerlo con esas hermosas fotos tatuadas de tu blog, será un honor. No tengo más tatuajes. Desde que te leí me capturaron las formas de éste y quise dedicarle mi piel por completo. Mucha gente me pregunta qué significa (empezando por el tatuador), yo sólo sonrío y respondo "no sé" mientras me digo a mí misma "deseo".
No se equivoca al pensar que uno de los significados de esta caligrafía puede ser "deseo" además del significado literal que es: "mujer". Porque en una caligrafía el significado también, y algunas veces sobre todo, está en su forma. Aquí está sin duda en el viaje de sus líneas, en la manera que tienen de de acoplarse y desenredarse, tocarse apenas o hacerse nudo.
Es un dibujo perfecto para el cuello: casi un collar secreto. Una guía de besos y caricias demoradas. Una prohibición de la prisa. Imagino al amante besando minuciosamente este cuello, siguiendo despacio las líneas de esta palabra poema, dibujándola de nuevo con su boca. Haciéndolo de nuevo con la punta de la lengua, secando cada trazo con el calor de su aliento.
Ana Laura concluye y promete: "Me encanta la idea de contarte más, para ti o para que lo pongas con la foto, tú decide. Estoy viajando ahora pero prometo enviarlo pronto. Por ahora te adelanto que en mis mañanas tranquilas sigo recibiendo al sol en una de las orillas de mi cama."
Cuando lleguen las historias de Ana Laura las pondré aquí mismo como continuación o reescritura de esta nota. (Ya son muchas las notas de este blog a las que añado detalles. Es un blog reescrito.) Su última frase, sobre su costumbre de esperar al sol a la orilla de su cama, se refiere a un pasaje fundamental de Los jardines secretos de Mogador, en el que Jassiba se vuelve amante del sol al hacer el amor con el primer rayo de la mañana que toca su vientre, que llega poco a poco hasta sus labios vaginales.
Esa escena es producto de un testimonio que recibí de boca de una de las mujeres embarazadas que interrogué sobre su vida erótica durante ese periodo tan especial de su vida. Uno de los muchos testimonios que, además de sorprenderme, me sirvieron para escribir ese libro. "Masturbarse con el sol es una delicia. Pero se necesita ser hipersensible para lograrlo", me escribió la mujer que me contó su experiencia solar y me pidió que no revelara su nombre.
Ese segundo capítulo de Los jardines secretos de Mogador, "Jassiba jardinera obsesiva", es contado por Aziz, el amante sorprendido que difícilmente comprende todo lo que sucede en Jassiba:
"Aquella mañana tuve finalmente que aceptarlo. Se había apoderado de Jassiba una extraña obsesión por los jardines.
Comenzó como cualquier otra manía: con una mirada extraña, indescifrable. ¿Qué veía Jassiba en todo con esa nueva fijeza? Al principio no le di mucha importancia.
Luego parecía dejarse hipnotizar por ciertas flores como si mirara al mar o al fuego. En todos los rincones de la ciudad y hasta en las calles quería sembrar árboles. No sólo quería entrar en el patio interior de todas las casas de Mogador donde hubiera el menor indicio de una planta sino que, además, comenzó a mirarnos a todos y a todo como si fuéramos parte de algún jardín en movimiento.
Según ella, sus amistades se marchitaban o florecían, algunas se plagaban. Había también personas que eran flores de un día. Injertos, abonos y podas eran algunas de sus palabras favoritas para describir todo lo que hacía y por qué lo hacía. Para ella el mundo entero se convirtió de pronto en la transcripción de un gran jardín, el jardín que contiene a todos los jardines.
Un día la sorprendí sentada cerca de su ventana, ofreciendo su piel al primer sol del día. Los pies primero, luego las piernas, y más tarde la madeja de su pubis que ella miraba como si fuera un arbusto, un bosque, un sembradío. “Mis plantas se alegran”, me dijo sonriente, sin retirar la vista del mechón de vellos alborotados sobre su vientre. Una nueva línea obscura parecía crecer delicadamente hacia su ombligo. Era feliz y estaba llena de paz, como alguien contemplando uno de esos paisajes que llenan el horizonte.
Pero comencé de verdad a preocuparme el día que ella despertó emocionada gritando: "Ya llegó el gran jardinero", justo cuando iba saliendo el sol. Abrió la cortina hasta que se iluminó un filón de su cama y se desnudó para ofrecerse al primer rayo de calor de la mañana. Extendió sus piernas muy lentamente, luego fue separándolas con emoción y, sin tocarse, muy despacio, columpiando su respiración y su pubis al filo tenaz de la luz, hizo el amor con el sol.
Yo la miraba en silencio, asustado y fascinado al mismo tiempo, lleno de escalofríos, celoso de los dedos afilados del sol. No me atreví a tocarla o siquiera a interrumpirla. Sentí que mis manos estaban, sin remedio, muy frías. Después de haber recuperado el aliento pero aún respirando profundamente, Jassiba se acercó despacio, me acarició la mejilla, me dio un beso y me dijo al oído, con voz lenta y grave, que su felicidad era enorme, que había estado en el paraíso, en el jardín de los dedos del sol. Me quedé mudo, atado a mi sorpresa. "

LA LUNA QUE CRECE
EN EL BARRIO DE LAS HILANDERAS
DE LA CIUDAD DE FEZ

Karla Karina Pompa Marino, me escribe generosamente su impresión de mis libros y concluye con una sugerente frase sobre la luna. Quiero comentar algunas de sus implicaciones en el mundo islámico. Especialmente porque su carta me llega mientras estoy en Marruecos. Transcribo mi cuaderno de notas, e incluyo a la luna creciente que viví hace unos días en la ciudad marroquí de Fez.
Karla concluye: "Me he perdido varias veces en tus jardines de ese Mogador que creas palabra a palabra y si te contara todas las imagenes que he visto a raíz de cada jardín que he leído, seguro podrías ver historias paralelas a las tuyas... Gracias por hacer que en ciertas ocasiones las lunas en cuarto creciente se vuelvan lunas llenas."
Bella y cordial imagen que me hizo pensar inmediatamente en compartir con Karla, y con todos, la anécdota que acompaña a esta fotografía en la que, si se fijan con mucho cuidado o si pican en la foto para verla mas grande, la luna creciente a la derecha y la luna islámica sobre la punta del minarete a la izquierda, coinciden.



LUNA CRECIENTE en el barrio de las hilanderas de FEZ

El laberinto de la ciudad repentinamente se resolvía en la confluencia de tres callejuelas que así formaban una plazuela inesperada y diminuta. La penumbra del lento anochecer se volvía luminosa e imponía una extraña sensación de umbral, de etapa que comienza. Como si hubiéramos llegado al centro de un escenario iluminado, a una meta abierta donde algo comenzaría a suceder. Y así fue.
En ese cruce de callejuelas estaba una de las 369 fuentes de la ciudad. Por lo tanto, punto de encuentro de los vecinos de ese barrio de hilanderas, bordadoras y tapiceros. La fuente cantaba ronca su caída de agua sobre una pileta casi oculta a la izquierda. Era extraña porque era doble: dos veces su múltiple mandala de azulejos coloridos estaba enmarcado por dos arcos casi ojivales al pie de los cuales se extendía una banca que podía haber sido una pileta más antigua. Los niños jugaban, se hacían los brabucones, se perseguían o se sentaban en la fuente.
Y de pronto, mi amigo Eliot Weinberger y yo nos dimos cuenta de que la luna en el cielo tenía en ese momento la forma exacta de la luna de cobre que reinaba sobre la torre del templo: la luna islámica que coronaba el minarete.
Los niños que jugaban frente a la fuente se dieron cuenta también y comenzaron a disputarse quién la había visto primero. Se supone que cuando la luna en el cielo y la luna negra de la torre coinciden de esa manera, el primero que la mira obtiene baraka: una oleada de buena suerte, un momento favorable indicado por la composición de los astros, un poder invisible que lo hace afortunado. Pero el niño, más grande que los otros, a quien todos festejaban por haber sido el primero confesó que me había visto mirando hacia arriba y tomando esta fotografía. Que por lo tanto yo había sido el primero. Y como una oleada de risas blancas como espuma y gritos arremolinados en la palabra mágica "baraka, baraka", se vinieron sobre mí todos los niños para tocarme, para rozar sus mangas con las mías y así adquirir algo de la baraka que se supone yo tenía. Todo duró unos instantes. Quienes venían con nosotros, inmersos ya en lo que sucedía en el taller de tapiceros que había calle abajo, ni siquiera alcanzaron a percibir completamente lo que acababa de suceder.
Y los niños se retiraron, como las olas, más lentos pero decididos, siempre sonrientes diciéndome en voz más tranquila: gracias, gracias: shukran, shukran, shukran. Sólo se pusieron serios de nuevo al posar para mi fotografía.

LA BARAKA Y LA LUNA : Fez, la del lenguaje de mil niveles secretos, me mostró de golpe, no a la vuelta de una esquina porque casi no las hay en su laberinto de calles, sino bajo el aura de una antigua fuente de azulejos, el gesto enigmático de la luna y la baraka.
Yo no hubiera entendido lo que hacían los niños cuando querían tocarme buscando el contagio de la baraka, si mi amiga Oumama Aouad no me lo hubiera explicado hace tiempo. La barakaes una súbita bendición sobrenatural. Más que suerte es un destino que se adquiere de pronto. Por bendición divina. Es poderosa fortuna: los santos y santones, los marabouts, tienen baraka y la tienen sus santuarios, sus acciones y sus cosas. Que se vuelven reliquias o amuletos, como la Jamsa o mano poderosa que tiene baraka porque es también Mano de Fatma, la hija del profeta. Un poder único y extremo que además se hereda. Quienes han salido asombrosamente ilesos de catástrofes o sobreviven situaciones extremas es porque tienen baraka. Una tarde, en Rabat, al pie de la torre Hassan, hermana de la Giralda de Sevilla y de la Kutubia de Marrakech, mi amigo Tahar Lharech me contó la larga e increible historia de la baraka real. Un día tratan de asesinar al rey y, muy temprano, un comando entra a su palacio por el jardín. Cómo el rey estaba en jeans cuidando algunas plantas lo confundieron con un jardinero y pasaron de largo hacia el palacio donde suponían que él dormía. En el segundo ataque el rey iba en su avión y dos aviones militares enviados por los generales golpistas disparan y matan al piloto. El rey, que estaba entrenado para volar ese tipo de aviones, toma el mando y haciéndose pasar por el piloto, avisa por radio a los atacantes: "El rey ha muerto". Y salió ileso por segunda vez. Así, al escapar fabulosamente de dos golpes de Estado donde peligraba seriamente su vida, El rey Hassan II adquirió baraka a los ojos de su pueblo, incluidos enemigos y amigos. La baraka es un aura protectora sobrenatural.
La baraka cotidiana es explicada por el escritor Abdellah Taia en su libro Mon Maroc (Mi Marruecos), donde cuenta cómo, siendo estudiante en Ginebra, trataba de tocar subrepticiamente a su admirado profesor de literatura Jean Starobinski cuando se entrevistó por primera vez con él. Quería contagiarse de su baraka. "En Marruecos, cuando alguien logra algo, cuando alguien tiene un éxito, ponemos en contacto su ropa con la nuestra para quedarnos con algo de ese logro, algo de su baraka. En la universidad, en mayo, cuando se anuncian los resultados de los exámenes, los estudiantes que sacan las mejores notas se dejan tocar tranquilamente por los que reprobaron... es un ritual al que adhieren todos, hombres y mujeres."
En el mismo libro, Taia dice de manera clara lo que significa convivir con esa aura espiritual de quienes admiramos, queremos y dan sentido a nuestros pasos: "No vivimos tan sólo con las personas físicas que nos rodean, también se vive en compañía de aquellos que adoramos y cuya mirada y sensibilidad admiramos. Evolucionamos con ellos y gracias a ellos." Una de esas presencias orientadoras, en mi relación con Marruecos, ha sido Oumama Aouad. Y ella me explicó también el significado poderoso de la luna creciente. Me mostró que en árabe hay incluso una palabra especial para nombrarla. Así como hay 99 palabras distintas para designar cada una de las diferencias sutiles del amor, hay muchas palabras distintas para nombrar a la luna en sus fases y posiciones en el cielo. La luna llena se llama Al-badr. La luna creciente, en su primer día se llama Al-hilal. Cada día tiene uno nombre distinto. Y su crecimiento es símbolo de una evolución hacia algo mejor. Y de ahí que se considere afortunado estar bajo su existencia.
Normalmente, en los minaretes, en lo más alto de las torres desde donde el almuecín llama a la oración, uno de los cuernos de la luna creciente de metal señala en la dirección de la meca. Y con frecuencia, como en esta fotografía, bajo la luna hay tres esferas metálicas. Cada una simboliza un mundo: el material, el espiritual y el de los ángeles. En algunos sitios son cinco esferas representando el principio coránico de "Las cinco presencias divinas", cinco grados de la realidad, que incluyen las tres ya mencionadas.
El tiempo musulman se mide con un calendario lunar. Y el Corán habla del sol como "la otra luna". Y cuando se quiere hablar de la santidad del profeta, se cita la escena de una luna partida a la mitad por Mahoma y dando vueltas alrededor de la gran Piedra Negra, la Kaaba de la Meca. Tal y como lo hacen los fieles. Lo describe la Surata LIV del Corán. Y uno de sus sentidos es que, según se cree, en tiempos preislámicos la Kaaba era lugar de adoración de los astros, y sobre todo de la luna. Pero ante el Profeta la luna misma está subordinada a su dios y hace los giros de adoración a Alá que hacen todos sus fieles.
Aunque la luna creciente se ha convertido en símbolo del Islam y está en el escudo de muchos países árabes, su establecimiento como símbolo es mucho más reciente, es otomano, es decir turco, y muy probablemente tomado de Bizancio. Como lo atestiguan los mosaicos figurativos sobre la gran mezquita de Damasco, que antes fuera un templo bizantino.
La luna se vincula al destino desde tiempos muy antiguos y en muchas culturas. Se pueden ver todas las emocionantes referencias poéticas a la luna en la cultura japonesa en el maravilloso blog de Aurelio Asiain, Margen del Yodo.
Escribí sobre la luna y el destino en el ensayo, "Marguerite Yourcenar: la hilandera de la luna", que se puede leer en Con la literatura en el cuerpo (Taurus y Claustro de Sor Juana, nueva edicion 2008). Las hilanderas de la luna eran sacerdotisas que tenían en sus manos los hilos de varias vidas, tomados de los hilos de plata que sólo ellas sabían desenredar de la luna. En algunas culturas, afirma Mircea Eliade, los hombres temían el momento nocturno en el que las mujeres se ponían a tejer. Las fuerzas más tremendas de la vida se desataban tomando cauces imprevistos. Porque "La luna hila el tiempo y teje las existencias".
Y ahí estábamos, justamente en el barrio de las hilanderas de Fez, mirando a la luna en perfecta geometría con sus representaciones sagradas: una epifanía. El universo crea por un instante una composición exacta. Quien por casualidad la mira y admira obtiene baraka, se beneficia de su fuerza y su poder: por lo pronto el poder de una visión, de una composición poética de las cosas.
Ese astro femenino reinando de pronto sobre el oasis de los humanos en perfecta composición con nuestra mirada, está en este poema de Marguerite Yourcenar, que da baraka al que lo lea haciéndolo suyo, imaginando esta luna repentina que una mujer descubre de golpe reflejada en su espejo, atrás de ella y atrás de una duna. Triple identidad de formas en súbita composición que funciona como un conjuro:

Un rostro
grande y claro
asomará sobre esta duna
y el espejo del que te apartas
reflejará la cara tranquila
de la luna.


Y para terminar donde comenzamos, y así trazar un círculo como la luna llena, recordemos la bella frase de Karla sobre la luna en cuarto creciente que se convierte en plena; al lado de este elogio del viaje que hizo un poeta y filósofo del siglo XII, Al-Aaz Ibn Qalaquiss:
"Si pretendes llegar a valer algo, viaja: recuerda que sólo recorriendo el cielo la luna creciente se convierte en luna llena".
Consejo que Hassan Massoudy caligrafió así:

PERVERTIR las reglas con ironía es mucho más erótico que TRANSGREDIRLAS con violencia.


La respuesta de mis amigos en Facebook a la censura de la maravillosa y bella portada de la edición en inglés de Los jardines secretos de Mogador ha sido multitudinaria, asombrosa y llena de generosidad indignada. Ya son cientos los comentarios inteligentes e interesantes que han puesto. Muchísimos han tomado la imagen censurada y la han colocado como su "foto de perfil".
La revuelta o revoltorio anticensura, para verlo con vital ironía, ha sido muy divertida y emocionante. Yo siempre he creído que el erotismo no tiene necesariamente como meta romper las reglas, "transgredirlas", como sostienen muchos, sino además y más bien darles la vuelta: pervertirlas. En eso me sitúo completamente en contra de la idea motor de Georges Bataille. A quien encuentro eclesiástico hasta en su "herejía". Y trato de afirmar un erotismo más "solar" y vital, como aparece en la escena final de Los Jardines secretos de Mogador, "La flor Solar". (Sé que esta idea, esta crítica a Bataille y a su concepto de transgresión que tan cómodo resulta para los críticos de arte a la moda del "neoconformismo" paradójico, habrá que explicarla en otra ocasión.)
Por lo pronto, en el caso de esta censura increible por tonta en Facebook hice algo distinto a lo que me decían mis amigos partidarios de reincidir con la imagen censurada violentamente, poner otra más provocativa o "boicotear" el círculo que se ha formado alrededor de mis libros ahí. Para protestar con humor y a fondo, he colocado por un buen tiempo como mi propia "foto de perfil" esta imagen mucho más provocativa, obscena y muy bella: Y muchísimas otras personas han hecho lo mismo. Añadí:
Que lo sepa la censura: Todos somos para alguien, en algún momento, una fruta obscena.
Lo interesante de este apetitoso sexo que se deshace en la boca es que es un durazno, simplemente un apetecible durazno, fotografiado magistralmente por la artista Rosa Borrás. Y al mismo tiempo ese durazno es una metáfora del cuerpo: es lenguaje, no naturalismo. Y su lenguaje es poesía. Es un poema erótico visual.
Ella, la artista Rosa Borrás, durante la presentación de mi libro La mano del fuego, reseñada aquí abajo, dibujó a la entrada del sitio de presentación una inmensa vagina, inquietante y bella, admirable como merece ser admirado el sexo femenino. Esos labios inmensos estaban dibujados con pétalos de rosas de dos colores, más encendidos al centro. Y un amigo las describió así en su blog: "Apenas entrando al edificio se abren a nuestros pies unos labios enormes: una inquietante y bella vulva de cuatro metros dibujada con pétalos de rosas por la artista Rosa Borrás. El interior es de rosas muy rojas, casi sangre. Recuerda la insistencia que hay en el libro por pensar a la mujer amada como una revelación estética que nos rebasa, una realidad tremenda que nos mueve hacia ella mientras nos conmueve. Recuerda también a la protagonista de Los jardines secretos de Mogador, Jassiba, quien llevaba en la mano tatuada un puño de pétalos de rosa cuando conoce a su amante en el mercado de Mogador." Estos fueron hechos antes en el Festival de arte erótico de Puebla, donde yo vi el talento metafórico y sensual de Rosa, quien también está en FBook con una parte de su obra, mientras se puede. Aquí rindo debido tributo a esos labios irónicamente sacralizados. Y agradezco enormemente la inteligente y alegre algarabía anticensura de mis amigos.

CENSURA FACE BOOK A LA MAS BELLA MUJER DE MOGADOR: JASSIBA.


Hace un momento la censura de Facebook removió esta portada de un libro mío, por considerarla inmoral. !!!
Es una fotografía antigua, de una mujer bellísima, tomada por dos artistas que trabajaron mucho en el norte de Africa a finales del siglo XIX y a principios del XX, Rudolf Lenhert y Ernst Landrock. Esta fotografía y esta mujer, además, forman parte de la novela. Ella es uno de los personajes principales. La semana pasada salió de imprenta en los Estados Unidos, en la pequeña editorial White Pine Press, esta traducción de Rhonda Dahl Buchanan de mi libro Los Jardines secretos de Mogador. Me alegró mucho que apareciera y quise compartir la noticia con mis amigos de Facebook.
No es la primera vez que mis portadas son censuradas. En México, más que un tribunal moral del gobierno o de las editoriales, la censura viene de las tiendas, especialmente de las cadenas de autoservicio, cuyos vendedores o directivos tienen criterios más estrechos que en las librerías. ¿Qué protegen cuándo censuran una obra de arte? ¿A quién salvan de qué perversión? Por supuesto, la sensibilidad estrecha, la moral de cerradura, la hipocresía tienden a reproducirse. A buscar que nadie sienta o piense distinto.
Pero no todo es censura, por suerte. Y aunque sean excepcionales se pueden contar historias que son lo opuesto de la censura.
Tuve una experiencia asombrosa en una escuela primaria de la ciudad de México, el Colegio Williams, donde me invitaron a que leyera a los niños del quinto y sexto grados, como once años de edad, escenas eróticas de mis libros. Cuando pregunté a las maestras y a la directora si estaban seguras de lo que hacían me respondieron claramente: "Queremos que nuestros alumnos vean cómo se puede hablar del amor y del sexo abiertamente pero con sensualidad y poesía. De cualquier modo están expuestos a descripciones e imágenes burdas del sexo a todas horas en todos los lugares. Lo importante es que puedan comparar, que tengan una diversidad de opciones de ver lo mismo. No pretender que el sexo no existe sino lo contrario, darles palabras de todo tipo para hablar de él, conocerlo y comentarlo". Asistí a esa reunión con niños que me hablaban con enorme naturalidad de temas que a otros sonrojarían. Fue una sesión en la que estaban los padres presentes y en la que yo aprendí mucho sobre la naturalidad de la infancia para ver las cosas que son naturales y que otros enturbian con su mirada de censores. La censura es una hipocresía, una cerrazón, una negra patología peligrosa socialmente. Más peligrosa sin duda que lo que pretende sempre censurar.
(SI pican en la portada, se ve una imagen más grande y más clara de ella).

QUÉ ES LA JAMSA o MANO DE FATMA

Al publicar en este blog la entrada anterior, sobre las manitas de plata hechas en Marruecos como símbolo de convivencia entre árabes y judios, recibí muchas preguntas de personas que no han leído La mano del fuego pidiéndome alguna explicación adicional sobre esas manitas. En el primer capítulo del libro incluyo estos párrafos más o menos explicativos. El libro entero está organizado como una mano, con un capítulo a partir del simbolismo de cada dedo. Y a lo largo del libro aparecen más de veinte manitas marroquíes que he traído de Mogador, una en cada viaje, regalada por alguien cercano o comprada. Así el libro entero es álbum codificado de mis estancias mogadorianas. Aquí pongo algunas de ellas, desde las más figurativas hasta alguna muy abstracta.
Y entonces Zaydún comenzó así una labor de varios años que no llegaría a publicar vivo. Obstinada y aparentemente dispersa, arrancaba como una imagen fluida distorsionada en un espejo. Una imagen de cinco afluentes como cinco dedos llenos de palabras: Había una vez un contador de historias
enamorado locamente de una jardinera.
Era un río de palabras.
Agua sonámbula.
Era mi cuerpo antes, después, ahora.
Era una vez un río que me llevaba
hacia el corazón de mi amada,
entrando por sus ojos,
entre sus piernas,
por su boca,
por sus manos abiertas.
Y entraba también por la huella roja
que su mano dejó sobre su puerta blanca.
Puerta que se abre hacia lo invisible,
hacia lo indecible del amor:
La mano del fuego
. Sobre el portón de muchas casas de Mogador o sobre un muro encalado, y especialmente en las callejuelas laberínticas de la medina: la parte antigua de la ciudad, se puede ver la huella roja entintada de una mano. Los cinco dedos separados claramente. De alguno de ellos o de la palma entera escurre un poco de pintura. Es una huella poderosa: está ahí para ahuyentar a los malos espíritus, al mal de ojo o a cualquier otro tipo de maldición. Es una mano que conjura, bendice, protege. También es mano abierta para recibir al que en su cuerpo trae una presencia buena. Se llama Mano de Fatma o Jamsa. En árabe Jamsa significa cinco. Los cinco dedos de la mano de Fatma, la hija del profeta, protectora simbólica de los fieles. Pero también de los que dudan. Ella no juzga. Protege sin distinción. Jamsa es cifra clave del Islam. Son cinco las veces que el almuecín canta el llamado a la oración desde su altísima torre esbelta, su minarete o alminar. Cinco las claves del misterio que sólo Alá conoce (Corán VI-59). Cinco los Pilares de la Sabiduría. Cinco los motivos de ablución. Cinco los tipos de ayuno, las dispensas posibles del viernes, las fórmulas para decir que Dios es grande, los camellos que se necesitan para el pago ritual de un agravio, y cinco son las generaciones que debe durar una venganza entre tribus del desierto.
Para algunas tribus sufis que aceptan ser sonámbulas del deseo, cinco son las estaciones del amante en su viaje a conocer el fuego. Y cada una se reconoce bajo el emblema de un dedo. Cinco los símbolos de lo que mueve misteriosamente su cuerpo y, en la perfecta geometría de su corazón cambiante, cinco las mujeres que pueden ser diosas del amor al mismo tiempo. El cinco es un fetiche. Y es cifra en el doble sentido de número y de código secreto. Acumula significados: protección divina, símbolo de armonía, síntesis de los elementos del universo. Cada dedo es agua o tierra o aire o fuego y el quinto es la nada que los une. La nada que a la vez es todo. La quintaesencia. Mano poderosa que todo lo contiene, incluyendo al vacío. Que todo lo hace con posible habilidad y con decisión lo ejecuta, lo empuja, lo cuida. En otra mitología, que también imperó en Noráfrica y España, la mano se relaciona con Sagitario, el ser excepcional de doble naturaleza: hombre en la cabeza y caballo en el sexo, el que se mueve, sueña y desea más allá de sus límites naturales, el que extiende la mano al cielo como flecha. Signo de fuego y aire. Para algunos es tan sólo quimera. Para otros, destino. Una jamsa se pinta con frecuencia sobre los Kama Sutras árabes (como El jardín perfumado de Nefzawi, El collar de la paloma de Ibn Hazm, La guía del amante alerta de Ibn Foulaita, o el Tratado del amor y El intérprete de los deseos de Ibn Arabí) esos manuales que son poema, narración y ensayo al mismo tiempo y que nos ayudan a vivir. Y especialmente se pinta sobre esos volúmenes desde que uno de ellos se llamó La ley de Jamsa. Un manual del amor es un libro que nos lleva de la mano. Nos guía tocándonos. Conduce nuestros pasos desde los dedos y los ojos. En algunos manuales árabes del amor el cinco es fundamental marcando el ritmo de acercarse, de temperar el deseo: “El amante debe ofrecer a su amada cinco caricias prolongadas en cinco círculos concéntricos alrededor de cinco besos púbicos. Todo cinco veces repetido antes de pensar siquiera en entrar en ella. Y cinco veces debe escuchar que el cuerpo de la amada, en su lenguaje propio, no necesariamente con palabras, lo llama, lo reclama dentro. Sólo después de la quinta llamada el buen amante se aventura: eso se conoce en el amor como La ley de Jamsa. Y la mujer suele invocarla ante los ojos del amante simplemente extendiendo ante él la palma de su mano o colocándola suavemente sobre sus ojos.” “Los amantes más sofisticados --sigue diciendo La ley de Jamsa, dejan que nueve veces cinco crezca la tensión del arco amoroso que lo lanzará muy adentro del corazón de la amada. Muy adentro de su cuerpo. Cinco y nueve embebidos como cifras amantes, como amantes cifrados. Cinco largos y profundos más nueve cortos y leves son los movimientos amorosos que llamamos “ritmo de penetración y compenetración”; y que crean una composición amorosa perfecta. En esos horizontes del cuerpo, perfecta significa deseable. ”

LA JAMSA: UN ANTIGUO SÍMBOLO DE CONVIVENCIA ENTRE ÁRABES Y JUDIOS


En el extremo del mundo islámico que se conoce como Maghreb (que significa Occidente en árabe), hubo durante varios siglos algunas experiencias de intensa convivencia entre árabes y judíos. Una de las más importantes sucedió en Mogador, ahora llamada Essaouira, sobre la costa Atlántica de Marruecos. André Azoulay, Consejero del Rey de Marruecos y único judío en el gabinete de un gobierno árabe, y con mayor jerarquía que un ministro, me dijo hace algunos años: "En Mogador la misma nodriza alimentaba a un niño judío y a un niño árabe."
Desde el siglo XVIII un alto porcentaje de la población de Mogador era Judía, tanto de origen Sefaradita, de Europa central y España, como de origen Ashkenazi, de Europa del norte. Y eso fue planeado por un sultán árabe que deseó que su ciudad, el puerto de Mogador, se convirtiera en un nudo importante en la red de comercio que unía al norte de África con Europa por mar y con el sur del Sahara por tierra, por medio de las caravanas. Y durante muchos siglos lo fue. Uno de los más bellos cementerios judíos del mundo se encuentra en Mogador y está al lado del mar. La artesanía de la plata, una de las que fueron importantes en la ciudad, durante muchos años fue una actividad tanto de árabes como judíos. Y ahí se hacen muchas de las más bellas manitas de plata, los amuletos que llamamos Jamsa. Siendo un signo islámico que representa a la mano de Fatma, la hija del profeta Mahoma, tiene con frecuencia la estrella de David en la palma de la mano, mostrando un profundo mestizaje incluso en la cultura de la magia. Sirva entonces este amuleto para desear, como tantos, lo que ahora parece imposible: que acabe el odio, la sed de venganza y la violencia entre ambos pueblos.
Cada vez que crece la tensión de árabes contra judíos en el medio Oriente, se refleja con muestras de violencia popular antijudía incluso en Marruecos. Pero el año pasado, ante una manifestación de fundamentalistas islámicos, el actual rey de Marruecos, Mohamed VI, declaró con firmeza lo mismo que declaró y sostuvo su padre, Hassan II durante varias décadas y lo mismo que declaró su abuelo, Mohamed V, cuando en los años cuarenta se negó históricamente a dar a los nazis que ocupaban Francia, y por lo tanto controlaban Marruecos antes de su Independencia, la lista de judíos que el gobierno de Petain le exigía. Cada uno de ellos afirmó: "Judíos, católicos e islámicos de Marruecos son antes que nada súbditos del reino y no toleraré nada que atente contra la persona, el patrimonio o la reputación de los súbditos de Marruecos, sea de la religión que sea." El hecho de que los reyes de Marruecos sean de la familia Alaoui, descendientes directos de Mahoma, les da autoridad sobre cualquier imam fundamentalista y les permite ejercer esa salvaguarda excepcional. En este amuleto de mano abierta, la Jamsa, los simbolismos compartidos que confluyen muestran la posibilidad de otra concepción del mundo y de la vida cotidiana donde nada, ninguna creencia, ninguna reivindicación racial o polítican ningún ideal, ninguna utopía siquiera, justifique matar a otros o matarse por su causa.
(Timbres del Norte del Reino de Marruecos, entonces territorio español en parte, con estrellas de David, en 1898. Picando en la imagen se ve más grande y nítida).

PARA VIAJAR LEYENDO:
y tocar con la mente, los ojos y el corazón.


  • La mano de plata que se llama Jamsa o Cinco, es un amuleto más poderoso en cuanto más nos impresiona su belleza. Así nos damos cuenta de que la belleza de las cosas que nos rodean tiene un poder: la magia de ayudarnos a vivir. Casi todas las Jamsas que tengo me las han regalado mis amigos más queridos de Marruecos y las que aparecen en cada uno de los capítulos de La mano del fuego tienen también por eso la magia de la amistad. Además de los múltiples significados que la Jamsa tiene en ese libro que quiere ser un libro amuleto para quien quiera aceptarlo así: un libro Jamsa, libro mano, un elogio del tacto y de sus poderes. Gracias a ese libro, a través de él, sigo recibiendo de regalo manitas de plata llenas de afecto y de belleza. La más reciente es envío de una artista mexicana que vive en Londres, Jazmín Velasco. Lo publicó en su blog y me lo envío por FaceBook. Pensaba llevarse el libro La mano del fuego en un viaje que finalmente no pudo hacer, creo que por problema de visas. Pero lee el libro y viaja con él. Y le pide a su pareja, quien sí hizo el viaje, que le compre una Jamsa y le envíe fotos de su trayecto. Jazmín, generosa, me envía una breve anotación de su lectura, donde señala con certeza claves del sentido que tiene el libro. También me envía la foto de la manita de plata, la Jamsa, que le han comprado. En La mano del fuego es importante un "quiote", la flor del maguey que surge airada una sola vez en la vida de la planta y justo antes de morir. El relato del libro surge en la boca de uno de los protagonistas como una flor de maguey, una cascada de vitalidad antes del ocaso. Este es el texto de Jazmín Velasco:

    "Leyendo La mano del fuego:
    El hábito de leer regresó hace mucho a mi vida. Antes leía más de un libro a la vez pero ahora leo hasta cinco simultáneamente. Uno de ellos es La mano del fuego, de Alberto Ruy Sánchez. Lo estaba guardando para mi viaje a Omán porque se trata de un escritor que está estudiando un Kama Sutra árabe. También es sobre la cerámica, el fuego, los amantes... Es un libro sobre el fuego de la pasión.

    Hay algunos libros que parecen estar ahí para recordarnos la importancia de los sentidos cuando dejamos de apreciarlos. Cuando leí El Perfume, de Patrick Suskind sentí como si de pronto aprendiera a oler. Mi sentido del olfato es malo pero recuerdo que en aquel momento mi nariz funcionaba mejor. Bueno, este libro es comparable a El Perfume pero sobre el sentido del tacto. No sólo el sentido de tocar con las manos sino también con la mente, con los ojos y con el corazón. Realmente bueno.

    Pero no voy a decir más, todavía estoy leyéndolo. Aquí pueden ver las fotografías que Colin tomó para mí, para mostrarme lo que me estaba perdiendo. Y la mano de Jamsa que le pedí que me trajera. Esta mano es un símbolo que aparece a lo largo de todo el libro." J.V.



    Dos quiotes con la flor a punto de volverse dorada. Dicen que los pájaros esperan que madure para comérsela.