
Y era lo que había notado la mañana anterior, la primera que amanecíamos en Bali. Había salido muy temprano del hotel para tratar de comprar un traje de baño. Pero todos los comercios estaban cerrados. Nuestro hotel, el rústico y cordial Ubud Inn, un jardín con hotel más que un hotel con jardín, está al sur de la ciudad, sobre una calle que se llama El camino del Bosque de los Monos (Monkey Forest Road). Uno de los dos ejes de la ciudad. Se extiende desde el bosque donde viven cientos de monos y tienen su santuario, hasta el Palacio de Ubud, más o menos dos kilómetros arriba. Frente al Palacio está el mercado y hacia allá caminé con la esperanza de encontrar alguna tienda abierta. Pero incluso el enorme mercado, que en casi todas las ciudades abre los ojos antes que nadie y palpita con prisa, estaba casi quieto.
Y frente a algunas casas hay medias columnas barrocas que sólo existen para poner las ofrendas. En cada campo de arroz, una ofrenda. Y las hay con forma de banderines, de estelas de paja, de figuras tejidas en palma que cuelgan de una lanza que se dobla al viento.
El primer plato de paja que me encontré tenía las flores secas y la palma amarillenta. Era claramente de otro día. ¿Eso significaba que lo hacían todos los días? En efecto, todos los días la gente pone estas ofrendas en la calle, dentro de las casas, en las oficinas, en los automóviles, especialmente en los taxis. Hasta en el mostrador del banco donde fui a cambiar dinero me encontré una en cada ventanilla.

Comencé a preguntar a quién le ponían esas ofrendas. Y aprendí que había espíritus que se arrastran y espíritus más altos y otros que vuelan. Y que cada ofrenda es un lenguaje de amistad con los innumerables espíritus poderosos que hay en cada cosa. Y es necesario proteger cada puerta, cada ventana, cada ocasión de recibir el enojo de los dioses y espíritus. A diferencia del resto de Indonesia que es mayoritariamente islámica, en Bali se vive una mezcla peculiar de budismo, hinduismo y animismo. Pensamientos religiosos compatibles e imbricados. Pero que fluyen gracias a ese animismo total: todo tiene dentro un ánima poderosa. Y a cada una hay que ofrecer un alimento de símbolos: flores de los colores de Brahma, Shiva y Vishnu, la triada mayor de los dioses hinduistas; arroz sobre hojas de plátano, comida material y espiritual al mismo tiempo. Incienso porque el olor y el humo son los conductos por los que navegan mejor las plegarias y los gestos de los humanos hacia arriba, donde están las ánimas. Hacia el reino de los soplos.

En otros sitios de Indonesia, notablemente en Java, donde se cree en la existencia de esa realidad paralela, se acepta que en Bali los espíritus están notablemente más contentos que en otras partes. "Están bien alimentados y nunca se les maltrata", dicen muy seguros. "Y los espíritus de Ubud nos responden con la misma moneda".
Miles de ofrendas parecen multiplicarse como hongos en la ciudad. Objetos propiciatorios del buen desarrollo de la vida. Constancias del pacto entre lo de allá y lo de acá. Garantía del equilibrio entre el bien y el mal, lo obscuro y lo luminoso.
Una forma de esa armonía se manifiesta también en la manera en que están distribuidos los espacios dentro de una casa y las casas en la ciudad, con sus innumerables jardines y arrozales. Porque Ubud es una verdadera trenza de flores, campos en terrazas inundadas y templos. Miguel Covarrubias, que todo aquí lo vio con pasión y curiosidad, lo explica y lo dibuja en su excelente ensayo Isla de Bali.
Y no es lo mismo vivir de un lado del arrozal o del otro. Una mudanza sin sentido es algo que no se hace, explica mi amiga Janet De Neefe en su bello libro Fragrant Rice, my continuing love affair with Bali. Dice que algunas mujeres pasan hasta el treinta por ciento de su tiempo preparando ofrendas.
Por eso las vemos en los mercados tejiendo canastitas de palma entre cada cliente. Las vemos en la calle llevando sobre la cabeza o en brazos la canasta en forma de charola llena de pequeñas ofrendas que irán poniendo aquí y allá, según una ruta precisa y obedeciendo a los puntos cardinales de la cosmología balinesa. Cada vez que ponen una hacen los gestos rituales de mover la mano, con una flor entre los dedos, abanicando tres veces la esencia de la ofrenda hacia los espíritus. En los templos, además, un momento de recogimiento se impone. Los templos son plazas con sitios abiertos para poner ofrendas. Todo es altar, la barda, la figura del dios hinduista al que se dedica el templo, y hasta el árbol que evoca al que le dio sombra a Buda cuando tuvo su iluminación.
Hay una enorme variedad de ofrendas para diferentes ocasiones obedeciendo a un código riguroso y con nombres distintos. Hay algunas que son como pirámides enormes de frutas y flores para las bodas y los entierros. Aparecen en la pintura balinesa tanto como en la vida. Hay otras ofrendas que se hacen al nacer los niños, y que incluyen un entierro de la placenta bajo una piedra en el portal de la casa. Como cuenta que hizo, cuando nacieron sus hijos, Janet De Neefe. Otra ofrenda necesaria, según me dijeron cuando la vi extrañado, es poner sobre las puntas agresivas de una planta de aloe cascarones de huevo que las domen. Hasta los bellos y sorprendentes textiles que hacen ahí (y hay sobresalientes tejedoras en buena parte de Indonesia), comienzan siempre con una puntada ritual que consideran una ofrenda. El nudo propiciatorio.
Y ya se sabe que, simbólicamente, al tejer una tela se tejen destinos, se teje al mundo. Tejer, como vivir unos con otros entretejidos también con lo divino, implica siempre hacer ofrendas. Las ofrendas dan firmeza a la trama de la vida.
Me dijo,"No me entiende. Cada libro, si está vivo, invoca, provoca, apacigua, alegra algo en nosotros que es un espíritu que pudiera volverse en nuestra contra o a nuestro favor. Un festival como éste, con tantos escritores y tantos libros, es como un aquelarre de espíritus. Y cada uno de los que asistimos a él elegimos los nuestros. Compramos los libros y los llevamos con nosotros por algo que tiene que ver con lo invisible en nuestras vidas. Un libro es una ofrenda y un ritual. Uno de los suyos, por ejemplo, Los nombres del aire, me ayudó a ser más feliz con una novia al poner en nuestras bocas nuevas palabras para nombrar nuestro amor."