DE LOS LIBROS COMO OFRENDAS


En Bali me hicieron una de las preguntas más difíciles y extrañas que he recibido. Fue durante el festival de escritores de la ciudad de Ubud. Una periodista comenzó su entrevista diciéndome: ¿qué tipo de ofrenda son sus libros? No entendí por qué decía "ofrenda". Otra mujer que venía con ella y que conocía algunos de mis textos le había sugerido la pregunta. Era australiana pero conocía muy bien Bali. Sacó de su bolsa la revista que contiene el programa del Festival y me mostró el logo: una ofrenda de libros puestos sobre un recipiente con pedestal, de los que se usan en los templos de esa isla en ocasiones especiales. "Aquí, -me dijo, los libros son ofrendas, como las flores y los frutos y las galletas de arroz y el incienso." Ante mi mirada escéptica aclaró: "los buenos libros". Y ya con franco tono de reproche: "¿Cuánto tiempo llevas aquí? ¿No te has dado cuenta de que hay una ciudad de Ubud invisible y otra visible? Y lo que las une son las ofrendas. ¿No te has dado cuenta de que toda la ciudad de Ubud está llena de ofrendas?"
Y era lo que había notado la mañana anterior, la primera que amanecíamos en Bali. Había salido muy temprano del hotel para tratar de comprar un traje de baño. Pero todos los comercios estaban cerrados. Nuestro hotel, el rústico y cordial Ubud Inn, un jardín con hotel más que un hotel con jardín, está al sur de la ciudad, sobre una calle que se llama El camino del Bosque de los Monos (Monkey Forest Road). Uno de los dos ejes de la ciudad. Se extiende desde el bosque donde viven cientos de monos y tienen su santuario, hasta el Palacio de Ubud, más o menos dos kilómetros arriba. Frente al Palacio está el mercado y hacia allá caminé con la esperanza de encontrar alguna tienda abierta. Pero incluso el enorme mercado, que en casi todas las ciudades abre los ojos antes que nadie y palpita con prisa, estaba casi quieto.
Lo curioso es que había gente en la calle, prácticamente enfrente de cada puerta, pero se dedicaban a algo que me pareció extraño. Colocaban unos platitos pequeños de palma tejida, normalmente cuadrados, en los que había flores de tres colores y un hojita con un poco de arroz al vapor. En algunos, una piedra de río, una galleta de arroz o un caramelo. En casi todos, incienso ardiendo. La calle entera olía delicioso. Un verdadero paisaje de aromas.
Los platitos olorosos estaban por todas partes, a media banqueta o en el umbral, en un altar levantado sobre tarimas improvisadas o encima de las esculturas de piedra que presentan a dioses y demonios guardianes de las casas. Las ofrendas se acumulaban unas sobre otras o convivían en hileras. Hasta dentro de las fuentes dibujaban como ofrenda una especie de mandala con pétalos flotantes.
Y frente a algunas casas hay medias columnas barrocas que sólo existen para poner las ofrendas. En cada campo de arroz, una ofrenda. Y las hay con forma de banderines, de estelas de paja, de figuras tejidas en palma que cuelgan de una lanza que se dobla al viento.
El primer plato de paja que me encontré tenía las flores secas y la palma amarillenta. Era claramente de otro día. ¿Eso significaba que lo hacían todos los días? En efecto, todos los días la gente pone estas ofrendas en la calle, dentro de las casas, en las oficinas, en los automóviles, especialmente en los taxis. Hasta en el mostrador del banco donde fui a cambiar dinero me encontré una en cada ventanilla.
Comencé a preguntar a quién le ponían esas ofrendas. Y aprendí que había espíritus que se arrastran y espíritus más altos y otros que vuelan. Y que cada ofrenda es un lenguaje de amistad con los innumerables espíritus poderosos que hay en cada cosa. Y es necesario proteger cada puerta, cada ventana, cada ocasión de recibir el enojo de los dioses y espíritus. A diferencia del resto de Indonesia que es mayoritariamente islámica, en Bali se vive una mezcla peculiar de budismo, hinduismo y animismo. Pensamientos religiosos compatibles e imbricados. Pero que fluyen gracias a ese animismo total: todo tiene dentro un ánima poderosa. Y a cada una hay que ofrecer un alimento de símbolos: flores de los colores de Brahma, Shiva y Vishnu, la triada mayor de los dioses hinduistas; arroz sobre hojas de plátano, comida material y espiritual al mismo tiempo. Incienso porque el olor y el humo son los conductos por los que navegan mejor las plegarias y los gestos de los humanos hacia arriba, donde están las ánimas. Hacia el reino de los soplos.
En otros sitios de Indonesia, notablemente en Java, donde se cree en la existencia de esa realidad paralela, se acepta que en Bali los espíritus están notablemente más contentos que en otras partes. "Están bien alimentados y nunca se les maltrata", dicen muy seguros. "Y los espíritus de Ubud nos responden con la misma moneda".
Miles de ofrendas parecen multiplicarse como hongos en la ciudad. Objetos propiciatorios del buen desarrollo de la vida. Constancias del pacto entre lo de allá y lo de acá. Garantía del equilibrio entre el bien y el mal, lo obscuro y lo luminoso.
Una forma de esa armonía se manifiesta también en la manera en que están distribuidos los espacios dentro de una casa y las casas en la ciudad, con sus innumerables jardines y arrozales. Porque Ubud es una verdadera trenza de flores, campos en terrazas inundadas y templos. Miguel Covarrubias, que todo aquí lo vio con pasión y curiosidad, lo explica y lo dibuja en su excelente ensayo Isla de Bali.
Y no es lo mismo vivir de un lado del arrozal o del otro. Una mudanza sin sentido es algo que no se hace, explica mi amiga Janet De Neefe en su bello libro Fragrant Rice, my continuing love affair with Bali. Dice que algunas mujeres pasan hasta el treinta por ciento de su tiempo preparando ofrendas.
Por eso las vemos en los mercados tejiendo canastitas de palma entre cada cliente. Las vemos en la calle llevando sobre la cabeza o en brazos la canasta en forma de charola llena de pequeñas ofrendas que irán poniendo aquí y allá, según una ruta precisa y obedeciendo a los puntos cardinales de la cosmología balinesa. Cada vez que ponen una hacen los gestos rituales de mover la mano, con una flor entre los dedos, abanicando tres veces la esencia de la ofrenda hacia los espíritus. En los templos, además, un momento de recogimiento se impone. Los templos son plazas con sitios abiertos para poner ofrendas. Todo es altar, la barda, la figura del dios hinduista al que se dedica el templo, y hasta el árbol que evoca al que le dio sombra a Buda cuando tuvo su iluminación.
Hay una enorme variedad de ofrendas para diferentes ocasiones obedeciendo a un código riguroso y con nombres distintos. Hay algunas que son como pirámides enormes de frutas y flores para las bodas y los entierros. Aparecen en la pintura balinesa tanto como en la vida. Hay otras ofrendas que se hacen al nacer los niños, y que incluyen un entierro de la placenta bajo una piedra en el portal de la casa. Como cuenta que hizo, cuando nacieron sus hijos, Janet De Neefe. Otra ofrenda necesaria, según me dijeron cuando la vi extrañado, es poner sobre las puntas agresivas de una planta de aloe cascarones de huevo que las domen. Hasta los bellos y sorprendentes textiles que hacen ahí (y hay sobresalientes tejedoras en buena parte de Indonesia), comienzan siempre con una puntada ritual que consideran una ofrenda. El nudo propiciatorio.
Y ya se sabe que, simbólicamente, al tejer una tela se tejen destinos, se teje al mundo. Tejer, como vivir unos con otros entretejidos también con lo divino, implica siempre hacer ofrendas. Las ofrendas dan firmeza a la trama de la vida.
Pero aún reconociendo la existencia tenaz de las ofrendas en Ubud, yo no podía responder a la pregunta de la periodista sobre qué tipo de ofrendas eran mis libros. Pedí a la periodista australiana que nos explicara lo que había pensado: "Sus libros, me parece, dijo mirándome a los ojos, son ofrendas a las fuerzas más terribles y peligrosas que nos habitan. Las fuerzas que pueden ser muy luminosas o muy obscuras: las del amor erótico. Pero sus libros también son ofrendas al espíritu de aventura y sutileza entre los amantes, al espíritu de sorpresa enamorada. Sí, son ofrendas al espíritu del fuego en la carne y al espíritu del asombro entre los amantes." Me recomendó enfáticamente que leyera un libro de Fred Eiseman que se llama Bali, sekala y neskala. Es decir, Bali, lo visible y lo invisible. Una recopilación de ensayos sobre artes y rituales de Bali. Ya había terminado cuando recordó los títulos de mis libros y me dijo, de nuevo como reproche. "¿Y cómo? Usted dedicó cada uno de sus libros a uno de los elementos: agua tierra fuego y aire. Pensé que lo había hecho intencionalmente, como ofrendas a los espíritus que hay en cada unos de esos elemento. ¿No fue así?"
Cambié la conversación para no desilusionarla. Le dije que, de manera más general, todo arte y especialmente las artes plásticas son un puente que nos lleva de lo visible a lo invisible, de lo tangible hacia aquello que lo rebasa, que lo trasciende.
Me dijo,"No me entiende. Cada libro, si está vivo, invoca, provoca, apacigua, alegra algo en nosotros que es un espíritu que pudiera volverse en nuestra contra o a nuestro favor. Un festival como éste, con tantos escritores y tantos libros, es como un aquelarre de espíritus. Y cada uno de los que asistimos a él elegimos los nuestros. Compramos los libros y los llevamos con nosotros por algo que tiene que ver con lo invisible en nuestras vidas. Un libro es una ofrenda y un ritual. Uno de los suyos, por ejemplo, Los nombres del aire, me ayudó a ser más feliz con una novia al poner en nuestras bocas nuevas palabras para nombrar nuestro amor."
No cabe duda de que viajar con los libros bajo el brazo a sitios de culturas distintas se convierte en una confirmación personal de lo imprevisible y variado que es el acto de leer. Yo nunca hubiera pensado en mis libros como ofrendas para provocar la armonía entre dioses y espíritus del cuerpo. La armonía amorosa entre el mal y el bien que mueve a los amantes. Entre lo salvaje y lo tierno, lo inesperado y lo cotidiano. Pero, sin que yo hubiera podido imaginarlo siquiera, ella los había convertido también en eso. Una vez más comprobé que, con incienso tal vez en esta ocasión, el escritor invoca al fuego pero el lector lo enciende.

15 comentarios:

Unknown dijo...

Hermoso, demasiado hermoso para ser humano. Este espíritu que se arrastra entre tus letras recibe una ofrenda que una helada noche otoñal le otorgan -sin pretenderlo- tus palabras.

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Alberto: Hay escritores que se anquilosan, tú eres cada día mejor y me doy el lujo de decirlo porque con tu amistad y tu respeto ya cuento, así que no puede haber lambisconería de por medio.

Martha, la de siempre dijo...

Yo estaría de acuerdo con la periodista: los buenos libros son ofrendas que invocan a los espíritus.. en el caso de los suyos, a los que dan vida a nuestras pasiones y anhelos...

Aurelio Asiain dijo...

Creo que es la mejor entrada de tu blog. La disfruté mucho, pero confieso que me extraña un poco la sorpresa que manifiestas ante la idea del libro como ofrenda: nada más cercano a tu poética, a tu idea de la literatura, a tu práctica de la literatura.

Paloma Zubieta López dijo...

Querido Alberto: ¡Qué hermoso textil sale de tus manos! Mi mente navega a través de la genial idea de los libros como ofrendas y como rituales, y el incienso que se cuela por todos lados. Delicada estampa que celebro hayas compartido con todos... Ha sido un placer inmenso, besos.

Selva Hernández dijo...

Qué lindo Alberto. Comprendo profundamente esto: Compramos los libros y los llevamos con nosotros por algo que tiene que ver con lo invisible en nuestras vidas. Un libro es una ofrenda y un ritual.

Jazmin velasco dijo...

Hola! Estoy la mar de feliz. El cartero me ha traído ahora mismo -finalmente- mi copia de La Mano de Fuego, que me acompañara en los próximos días... o semanas, dependiendo de la cantidad de trabajo.
Ya iré reportando impresiones y/o links para ver cómo influye o ayuda al nuevo trabajo que estoy haciendo ahora.
Y espero, ayudará también a mi plan urgente de lectura en castilla, para componer mi español tan pocheado ultimamente el pobre.

Rap de café dijo...

hermano me cuesta muchisimo trabajo escrbirte me han regresado el comentario dos vecez, aver si este sale, me gusta tu manera de escribir te envuelve en la atmosfera bro, buena tecnica, buen estilo saludos, yo soy escritor en toda la extension de la palabra sobre toda superficie xD

Rafael Merino Isunza dijo...

Que manera tan concreta de manifestarse las ánimas que viven en los libros; sólo se les puede dar ofrenda leyendo para que de nuevo, agradecidas, aparezcan.

Anónimo dijo...

hola alberto, soy viridiana estrada, la niña molestona del facebook, te envié un mensaje por ahí, para invitarte a las jornadas de pedagogía, pero no has respondido =(

cómo ves? el evento lo estamos organizando dos compañeras más y yo. nos encantaría que pudieras venir. cómo te contactamos más facilmente.

gracias alberto, espero tu respuesta.

felices fiestas.

Anónimo dijo...

No te da verguenza vivir tan alejado de la realidad?
SM.

MAYA GUERRERO dijo...

Hola no he tenido la dicha o placer de leerte, pero hoy viajando por la red encontre tu blog (muy interesante por cierto)Para mi respecto a este tema de las ofrendas no hay nada mas real ya que para todo por lo regular o por lo menos en mi vida es una maravilla dia con dia una pequeña ofrenda desde un insecto hasta el maravilloso sol, vivir ya es una maravilla y un regalo, por lo que leo en tu blog sera interesante poder leerte y si me permites me encantaria q me recomendara uno de sus libros q me pueda decir quien eres

Y respecto al comentario de anonimo solo le puedo decir QUE MAS OFRENDA A LA VIDA QUE VIVIR PLENAMENTE, alejado de la realidad es vivir por vivir y por lo que leo en tu blog vives y editas la vida haciendo una ofrenda a la misma.

FELIZ AÑO 2009 Y QUE SIGA LLENO DE EXITOS

beatriz dijo...

Me dieron tantas ganas de conocer Bali leyendo tu texto... Y de tejer canastitas para las ofrendas o telares que cuenten historias y destinos de lo invisible.

Lena García feijoo dijo...

Mi querido Alberto: sin ser budista, he de haber tenido durtante toda esta lectura un rostro de bodhisattva. Es una caricia extensa, placentera a más, disfrutable. Uno no quiere que termine. No sigo rituales como las balinesas, pero no me molesta asumir la metáfora:prendo cada noche un libro cual incienso y me dejo llevar por su aroma y ascenso. En cuanto a tu invocación final, añado en voz de Salinas: y "el mirar no tiene fin".
Un beso, esto ha sido un palcer.

dèbora hadaza dijo...

wow no me gusta la idea de tantos dioses y espiritus, pero imaginarme las calles llenas de flores e incienso me parece simplemente delicioso, y es hermoso que hayan tomado de su libro nuevas palabras para hablar del amor, ese es un gran sueño

Randhir Singh Suman dijo...

nice