La historia de mi tatuaje mogadoriano
"Un tatuaje es un statement. Una afirmación de quien eres, de tu yo más profundo, de tu destino elegido y tus deseos del alma. Un tatuaje te marca la piel, claro, pero estoy convencida que antes de eso, la representación de ese dibujo o en mi caso esa caligrafía, ya te había marcado el alma. Un día, como a los 16 años leí un libro que me marcó por completo. Los nombres del aire de Alberto Ruy Sánchez. Ese libro se convirtió para mí a lo largo de los años en un templo, en un lugar de continuo retorno, en un hogar en el mundo idílico. Como a veces pasa con la literatura, pude reconocerme una y otra vez en la protagonista, Jassiba, y en su búsqueda. Pude leer en el fondo de esas letras, mi propio camino, que en ese entonces apenas intuía.Después, Alberto escribió 4 libros más, un quintento acerca del deseo. En el libro Los jardines secretos de Mogador aparece, maravillosa, esta caligrafía árabe que ahora llevo tatuada en rojo. Significa, literalmente “Nosotros somos el Jardín.” El jardín del deseo, el jardín en donde palpita la vida y la sensualidad escondida en todo. No puedo ni empezar a explicar toda la riqueza de esa obra. No puedo más que rogarte que la leas. Pasados los años me descubro definitivamente el cuerpo marcado por la vida. ¿O la vida marcada en el cuerpo? Muchos momentos de dolor y algunos milagrosos. Esas marcas y cicatrices me recuerdan quien soy y que me ha traído hasta aquí. Lo que no tenía, hasta hoy, era una marca que hablara sobre mi fuego interno, sobre mi pasión por la vida. Mi convicción de que somos vida, somos un jardín floreciente. Con semillas en potencia, que no se ven pero se riegan. Con flores maravillosas, con ciclos de vida y muerte. Con deseos palpitantes, con pasiones desbordantes, con calor. Que somos vida. Una vida que es pecado vivir vacía. Que somos deseo que se transforma y crece, como las semillas y las flores. Que "Nosotros somos el jardín" y el deseo por vivir apasionadamente, el jardinero." Olga Rosenberg
EL QUINTETO AMOROSO
Por Lydia Cacho
Esa noche en Bellas Artes él no quería un homenaje. Le convencimos de que aceptara porque es un sonámbulo que enamora a las mujeres, que seduce a los hombres desprejuiciados, que irrita a los machistas y deja mudos a los discapacitados amorosos.
Sobre Alberto Ruy Sánchez dijo Octavio Paz: “Su novela Los nombres del aire, es una sorpresa. No invención de un lenguaje sino un lenguaje inventor de atmósferas insólitas”. Es intelectual de una pieza, un escritor que ha elegido el camino más difícil de la literatura: el luminoso. Alberto no se detiene en el manido camino de la erótica que navega entre la putería afrancesada de satén rojo y los látigos sadomasoquistas de cliché. Por el contrario, este intelectual amoroso ha dedicado una parte de su vida a explorar el deseo, no solamente, como muchos creen, el deseo carnal y evidente; el deseo del todo como uno más de los sentidos que justifican nuestra existencia.
Su nuevo libro, Quinteto de Mogador, representa una poética excepcional. Algunas dirían que es incluso uno de los más importantes poetas feministas, porque ha creado una escuela de la exploración del deseo que trasciende todos los constructos culturales del machismo y el hembrismo. Alberto no se ocupa de la violencia y la dominación como elementos erotizantes, reinventa una nueva mirada que profundiza en el deseo como herramienta vital de la búsqueda profunda de lo humano.
Como buen alumno de Roland Barthes, Alberto estudió en su juventud Fragmentos de un discurso amoroso y sentó las bases para su búsqueda con lo que él llama los “expedientes principales del deseo”:
- El deseo femenino;
- el deseo masculino;
- el deseo de crear un paraíso del deseo
- y el deseo de construir un lugar de elección en el mundo cambiante del deseo.
Cada vez que algún amigo se siente perdido, solitario, melancólico, le regalo algún libro de Alberto. La última vez que una joven amiga se fue a la India a buscarse a sí misma me pidió que le regalara un libro, puse en sus manos Los jardines secretos de Mogador. Un estudiante de 20 años que me dijo que su vida no tenía sentido recibió Los demonios de la lengua y decidió escribir su dolor en lugar de buscar la muerte. Una querida amiga actriz tiene como libro de cabecera Elogio del insomnio y lo presume como a un hijo recuperado de la guerra.
En un país lleno de miedos, de resentimiento, de angustias por la violencia y su hermana la impunidad, donde el desasosiego se instala en cada sobremesa, Alberto, el intelectual, el conferencista, el ensayista a quien Octavio Paz admiraba como a pocos, nos lleva de la mano por los caminos más vitales a preguntarnos aquello que olvidamos en el atareo cotidiano. En Quinteto de Mogador se integran las voces de la búsqueda, el asombro, la soledad, la magia, el sueño melancólico y las razones para existir a pesar del mundo raro en que habitamos.
Son muchos libros en un solo volumen y en sus páginas cabemos todos y todas, nuestros deseos y añoranzas, los miedos y los sueños más insólitos, las preguntas que los hombres callan, las respuestas que las mujeres ocultan. Su literatura nos recuerda que somos seres deseantes, nos acerca a la vida que importa, ésa en que nos miramos y nos tocamos para existir de nuevo.
El diálogo de Lydia Cacho y Alberto Ruy Sánchez en Bellas Artes el 8 de septiembre del 2015: AQUÍ
SER JARDÍN SECRETO
Con enorme alegría y siempre como una bella sorpresa compruebo cada día cómo crecen las lectoras, sobre todo pero también los lectores, que se apropian del mundo de formas del deseo que ofrece cada libro del Quinteto de Mogador. Las caligrafías que llevan los personajes del libro han emigrado afuera del libro y se han multiplicado en los cuerpos de quienes se convierten en habitantes del mundo deseante de Mogador. Ahora he recibido esta bella imagen que me envía Juls Barrales y yo se lo agradezco. Me parece muy bella y sugerente. Como cada persona ha tenido diferentes razones para que encarnen en su piel las caligrafías mogadorianas yo le he preguntado las suyas y me ha escrito:
"Hace ya más de una década que tuve en mis manos el primer libro que me llevo a querer conocer más sobre tus
novelas, así que comencé mi colección con Los
nombres del aire pero el que más me ha llenado de sensaciones fue tu libro Los jardines secretos de Mogador y lo he
dejado muy claro al tatuarme una de las caligrafías de Hassan Massoudy. En ese
entonces no había un jardinero, así que la decisión de tatuarme no sería por un
hombre, sería por mí y para mí y cuando
llegara mi jardinero yo lo sabría.
Con el paso del tiempo estaba segura de haber encontrado, por fin, mi
jardinero, mi compañero, mi cómplice en
la búsqueda constante de sensaciones. Alguien que me llenaba de alegrías y
placeres, y aunque me hubiera gustado un
final como el de Jassiba, sé que solo es cuestión de tiempo para que mi
verdadero jardinero aparezca.
La caligrafía que dice “Nosotros somos el jardín” es algo que llevo
muy presente. Tarde casi 8 años en decidir hacérmela y este año por fin lo hice. Tengo ahora este
pequeño detalle que me recuerda que, al
ser jardín, soy poseedora de vida, de placeres, de esperanza, de asombros:
sorpresas gratas y a veces no tanto pero que al final me dejarán un
aprendizaje. Gracias y un fuerte abrazo.
Juls Barrales
SOBRE EL NUEVE.
Con frecuencia me preguntan por qué aparece el número nueve en mis libros. Sobre todo en el Quinteto de Mogador. La respuesta es práctica, no esotérica: para poder combinar fragmentos muy diversos de forma, tamaño y naturaleza, hay que encontrar algo que tengan en común. Y hace tiempo, en la India de los Mogules, en la cultura persa y en sus descendientes árabes, los artesanos que lograron hacer tableros de azulejos combinando formas muy diversas se dieron cuenta de que podían hacer una retícula oculta basada en el número nueve que lograría esa fórmula. Eso lo explicaré poco a poco en otra entrada de este blog. Por lo pronto, como introducción al tema del nueve como cifra en la que caben muchas formas del universo, pongo aquí el vínculo de un video sobre ese tema que pusieron en YouTube. Ojalá puedan entrar y verlo.
Presentación-Entrevista
sobre EL QUINTETO DE MOGADOR
En CASA ÁRABE de Madrid, con introducción de Karim Hauser y preguntas de Jesús Ruiz Mantilla, una entrevista sobre la aparición de EL QUINTETO DE MOGADOR, publicado por Alfaguara en Madrid. El 4 de junio del 2014.
DE UNA CALÍGRAFA SONÁMBULA,
Texto de Caterina Camastra
La caligrafía árabe y yo nos
encontramos en Mogador. En el Mogador de papel en las novelas de Alberto,
preludio a la Essaouira de piedra y viento que me recibiría unos años después,
Sonámbula entre tantos viajeros, en diversos estados de obsesión, que llegan al
puerto del Atlántico en busca de uno u otro de los mitos enredados en el
laberinto de sus callejuelas.
Por las páginas de Mogador me
encontré entonces con el trabajo de Hassan Massoudy, con la voz inaccesible de
una lengua desconocida cuyas mismas letras, en su trazo físico, se lanzan y
entrelazan, se extienden y confunden en una belleza que se busca a sí misma en
incesante espiral. Letras misteriosas
marcando el ritmo de las historias deseantes en las novelas, ofreciendo
esquinas, pasadizos, celosías a sus amantes fantasmas. Y entonces quise, con
toda la fuerza de la obsesión que nos caracteriza a los Sonámbulos. Quise con
todo tesón y toda ridiculez. Quise ir a mirar el puerto desde la claraboya de
su propia muralla, y quise aprender el arte de la escritura árabe. En el taller
de un calígrafo en Essaouira compré un pequeño cuadro para una amiga, dice al-qamar,
la luna. Quise algún día poder ser aprendiz en uno de esos talleres, poder
entender algo sobre cómo anudar y desenvolver ese alfabeto huidizo que al
mostrarse se escondía.
Por espirales del destino, unos
años después fui a encontrar en Rabat el taller de un calígrafo que me recibió.
Hay una calle algo parisina en el centro de Rabat, donde una hilera de casitas
de madera sombreadas por árboles, que antes eran puestos de un mercado de
flores, son ahora ocupadas por artistas plásticos – pintores, escultores,
alfareros. Enfrente está la entrada de unos grandes jardines públicos; sobre la
misma acera, amplia para pasear a gusto, la terraza del café del teatro
principal de la ciudad. En una de las casitas trabaja Mohammed Faqir, calígrafo
y pintor, con quien llegué a aprender.
“La caligrafía es una
geometría espiritual”, me dijo el primer día. “La buena caligrafía refuerza el
derecho”, en otra ocasión me dijo que dijo el profeta Mahoma. La belleza es una
con la verdad y juntas habitan un espacio sagrado. No comparto la fe religiosa,
sin embargo, en ese espacio sagrado también habita la poesía, sabia en hacerse
entender por arriba de toda distancia.
Aprender a escribir caligrafía
viene siendo una búsqueda que pasa a través de la observación, el conocimiento,
la disciplina y el paciente trabajo. Un camino de años, del que los que cuento
no son que tres pasos andados. Mohammed empezó a enseñarme el estilo nasj, نَسْخ, ‘copia’, el que se usa normalmente en la imprenta. Me
enseñó que los puntos diacríticos que distinguen unas letras de otras (como en
el caso de ب bâ’ y
ت tâ’) son también las unidades de medida
que determinan anchura y longitud de las letras. Por ejemplo, ا, alif, la primera letra del alfabeto: cinco puntos de altura. Que
dependen, claro, de la cabeza de la pluma con que se escribe, del cálamo, qalam.
El
qalam es parte de la dimensión
sagrada de la escritura, dando el nombre nada menos que a una surah del Qur’an, la 68, Surah Al-Qalam, en cuyo primer versículo el mismo Dios jura “por la nûn y por el cálamo y por lo que han
escrito”. La ن, media luna con
estrella, es de las letras más bellas y misteriosas del alfabeto árabe. El
cálamo es un carrizo que, como nos cuenta Hassan Massoudy en L’ABCdaire de la calligraphie árabe, a
la hora de ser plasmado en una pluma trae consigo el sol y el agua que lo
alimentaron, y el viento que lo hizo flexible y resistente. Se supone que un
verdadero calígrafo debe hacerse sus cálamos, a la medida de su mano y de la
presión de sus dedos, aún más, obedeciendo directamente a la pasión y la
voluntad: me contó Mohammed la historia de Ibn Moqla, visir y calígrafo en la
corte de los abasides, quien, cuando algún disgusto del califa hacia su persona
redundó en que mandara cortarle la mano, se ató un cálamo al muñón y siguió
escribiendo con la misma letra de antes. Lejos de tanto heroísmo, confieso que
ni siquiera he tratado todavía de hacer mis cálamos, apenas si me he atrevido a
afilar la punta de los que Mohammed me ha regalado. Aquí pueden verle
fabricando uno, por si tienen curiosidad: https://www.facebook.com/photo.php?v=4016999860541&set=vb.1147692646&type=2&theater
La
cabeza del qalam mide los puntos que a
su vez dictan las reglas de la armonía. La letra trasciende, sin embargo, su
propia geometría. La imagen de la letra es, finalmente, lo que importa, me
enseñaba Mohammed. Me decía que practicara midiendo los puntos y practicara
también en la hoja blanca, buscando la imagen. Lograr la imagen es lograr el
carácter de una letra, su fuerza y su personalidad, para infundirle su lugar en
el transcurrir de la escritura.
La
caligrafía es una cuestión de curvas, me decía también Mohammed. De bajar y
subir con firmeza, marcando un centro de gravedad, sutil y definido a la vez,
que señala el cambio de sentido al recorrido del cálamo. Algunas letras
comparten, por ejemplo, la curva característica de la nûn ن, entre otras sîn س, ṣâd ص, qâf ق; distintos son la línea, el
equilibrio, el centro de gravedad de letras como bâ’ ب y fâ’ ف. Las longitudes pueden variar y las proporciones,
mezclarse; sin embargo, una personalidad inequívoca distingue en cada letra,
que realiza una combinación única de rectas, curvas, puntos de equilibrio,
recorridos, cambios de dirección e inclinación del cálamo sobre el papel.
Hablo
aquí de las líneas del nasj, las que
menos desconozco. Cada estilo tiene las suyas, las diferencias siendo a veces
sutiles y otras, desconcertantes. Recuerdo una clase en que Mohammed me mostró
un alfabeto en estilo diwani, en que
la sîn solo era una línea dulcemente
diagonal, algo ondulada, sin las curvitas pronunciadas y los piquitos que había
yo aprendido a distinguir; ante mi desconcierto, me explicó sonriente: “La sîn ahí está, solo que está adentro”. Las
letras tienen voz y vida al interior de las líneas que las marcan y definen, me
gustó entender. La caligrafía sugiere, encubre, descubre y de nuevo confunde
esa voz, en ecos que resuenan en las vueltas cambiantes de una espiral tras
otra. Para nosotros los Sonámbulos, ecos de Mogador, la inaccesible. Ecos de la
misma sensualidad arquitectónica que Ibn Arabi, poeta místico andalusí, leía en
el enlace de lâm-alif, لا, una de las combinaciones
más frecuentes del idioma: “Cuando alif y
lâm se hacen compañía, cada uno de
ellos experimenta una inclinación hacia el otro. Esa inclinación es al mismo
tiempo pasión amorosa e interés. No ves acaso como lâm replega su trazo descendiente para envolver la vertical de alif, con miedo a que se le escape.
Despierta a tu alif de su sueño y
desata el nudo de tu lâm. En el nudo
que une lâm y alif reside un secreto indecible”. Agradezco a Hassan Massoudy esta
clase de citas deliciosas en su ABCdaire:
nada como erotizar la morfología de un idioma desconocido para despertar la
obsesión, amorosa y lingüística, de una traductora Sonámbula.
Llevaba conmigo cierto
optimismo de la voluntad: nunca supe dibujar, pero siempre tuve bonita letra.
Letra manuscrita de manual de primaria, que no sabía trazar sino con esmerada
lentitud, una pesadilla en la escuela para dictados y ejercicios afines. Ahora
me vino bien, siendo la caligrafía árabe ejercicio de santa paciencia. Un
calígrafo, Mohammed me contaba, puede tardar hasta diez minutos en escribir una
sola palabra, amén de repetirla cuantas veces sea necesario. Tiene que respirar
hondo y escuchar su propia respiración. Doucement,
tout doucement, despacio, no dejaba de decirme, en el francés que, a falta
de árabe de mi parte, nos comunicaba en esa calle tan parisina de Rabat. Ir
decidida hacia el centro de gravedad, con mano determinada, sin sobresaltos ni
titubeos, junto con el aire. Lo mismo recomienda Hassan Massoudy en su ABCdaire: “En el instante en que el calígrafo apoya la cabeza de
su cálamo en el papel, debe dominar su gesto a través de una fuerza interior a
fin de que su mano pueda trazar la letra con precisión. Esa fuerza no es otra
que la capacidad de regular su respiro. Debe tomar conciencia de su
respiración. Entre inhalación y exhalación, hay un pequeño momento de pausa que
el calígrafo puede aprender a prolongar ligeramente a través del ejercicio
cotidiano. Cuando ese momento se alarga, tiene la sensación de estar afuera del
tiempo y su gesto se hace más preciso. El calígrafo ritma su respiro acorde a la
alternancia entre trazos gruesos y finos de las letras. Retiene el aliento para
delinear una letra larga, parándose donde el trazo cambia, y lo retoma al mismo
tiempo que vuelve a entintar. Se enseña al joven calígrafo que no use todo el
aire de sus pulmones, ni toda la tinta de su cálamo, en el momento de ejecutar
un gesto largo y lento. Trazar con lentitud una letra larga es también
sumergirse en el propio silencio interior para allá encontrar la expresión
personal. Cada vez que ese momento se alarga, una sensación de bienestar y
plenitud invade al calígrafo. En el momento en que el calígrafo domina su
respiro, su cuerpo entra en comunicación con su mente y su sensibilidad”. En ese
mismo espacio entre el cuerpo y el espíritu, en el tiempo ritmado por el
aliento, movidos por el mismo impulso de búsqueda, si no paciente, obsesiva,
trazamos caminos los Sonámbulos con todos nuestros fantasmas. Buscando el gesto
preciso que nos devuelva la paz.
He
tenido el gusto de conocer, en mi corto aprendizaje, ese momento de bienestar
del que habla el maestro, los maestros. Es caminar el laberinto inaccesible que
sin embargo, por momentos, accede a recibirnos, y nos permite llegar justo
donde queríamos. Para luego inmediatamente, claro está, prometernos otro
paraíso atrás de una esquina, otra gracia en una nueva hoja.
Mis
intentos de aprendiz calígrafa se encuentran en estos álbumes:
Algunos
textos sobre caligrafía que me gustan pueden leerse en estas notas:
https://www.facebook.com/notes/caterina-camastra/d%C3%A9cimas-a-la-caligraf%C3%ADa/10151053655184569
Texto de Caterina Camastra

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