Tatuajes que florecen

Recibo una pequeña lluvia de mensajes de personas que se han hecho tatuajes tomados de mis libros con un entusiasmo tomado de las historias de deseo que contienen. Una de ellas me manda una foto bellísima del tatuaje mogadoriano arriba de su tobillo derecho pero el desnudo de todo su cuerpo es deslumbrante. Se muestra y no. Oculta sus ojos. Encuentro bellísima su boca: El órgano sexual más tremendo que tenemos. Me dice que por lo pronto es modelo y que cuando va por la pasarela piensa que camina sobre las murallas de Mogador. Tiene que maquillarse el tatuaje para desfilar: no debe verse. Y cuando recupera su verdadero yo lo deja ver de nuevo. Me dice que con frecuencia, mientras las demás modelos se visten y se maquillan, ella lee desaforadamente a un lado. Y que por eso la ven como bicho raro. (Una persona muy querida me había contado algo semejante). Es estudiante de Literatura Comparada y prepara sus exámenes entre un desfile y otro. Me dice que, definitivamente, es "sonámbula mogadoriana", y mientras camina en la pasarela siente en el cuerpo los dardos de deseo del público que la rodea, que ese deseo múltiple y creciente la anima; y sabe localizar de dónde vienen los más sinceros, los nada turbios: como llamas de colores diferentes que ella sabe ver con otros ojos, los de la piel, los que ven en todas direcciones al mismo tiempo. Vive entre París y Londres y prepara una tesina sobre la influencia de Pasolini y de Beckett en los libros de Mogador, sobre todo en La Peau de la Terre, que es el nombre de la edición francesa de Los Jardines secretos de Mogador y En los labios del agua. Le pregunto sobre sus historias de deseo. Y me envía un largo poema narrativo que está escribiendo, un relato que es casi novela corta en fragmentos, tan deslumbrante como su cuerpo. Lleno de revelación y a la vez de misterio.

También recibo un conmovedor testimonio de una poeta que no se de dónde es además del país de la poesía. Menciona la orilla del mar y menciona sus ojos verdes. Me hace nadar en ellos, hacia ella. Mezcla el italiano con su español misterioso. Y trae a cuento una daga árabe bellamente retorcida, la "gumía", más familiar para mí como "kumiya", que ahonda mi curiosidad y mis recuerdos. Abre mi piel e indaga en la carne de mi memoria. Ante mi curiosidad por sus deseos me pregunta sonriente si quiero que mi novela sea bicéfala. Le respondo que Deseo que mi novela sea un animal pluricéfalo con sexo de mujer en el horizonte y una brújula levantada hacia ese atardecer siempre asombroso.

Inundado de tantas voces deseantes femeninas, comienzo una nueva redacción de la novela cargado de la la intensidad de todas esas bocas, lenguas. Es como cuando algo tan especial nos sucede que nos obliga a cantar. Así me siento.

Y me viene a las manos, a la memoria, este poema de Angel Valente, epígrafe perfecto de este momento afortunado que todas estas mujeres deseantes me ofrecen:

"Con las manos se forman las palabras,
Con las manos y en su concavidad
se forman corporales las palabras
que no podíamos decir."

4 comentarios:

Ruth dijo...

"Y todo lo que existe en esta hora
de absoluto fulgor
se abrasa, arde
contigo, cuerpo,
en la incendiada boca de la noche."

Te leo...

Leemos

Dos besos

Lena García feijoo dijo...

Bravo: leemos, te leo, los leo. Todo es Fulgor:Alberto, ella, esto y el genio de Valente.

"Una sola palabra tuya quiebra
la ciega soledad en mil pedazos."

Maria Pia dijo...

bello, muy bello.

Maria Pia dijo...

bello, muy bello