Las palabra del deseo que regresa
Una parte fundamental del reto que me he impuesto en el proyecto de Los libros de Mogador es estar atento a la respuesta de los lectores ante la aparición de cada libro, escuchar de qué manera entran estos libros en la vida de quienes los leen sin indiferencia y, finalmente, integrar esas voces del deseo en el cuerpo narrativo del siguientes libro. Ya el primero, Los nombres del aire, tenía en su breve historia una carga enorme de historias de deseo que me habían contado varias mujeres y otras que me había tocado vivir o vivir de cerca. Esa carga vital está en el libro convertida en intensidad poética de diferentes maneras. Cuando el libro apareció la reacción de muchas lectoras fue enorme y muy intensa, en proporción directa con el interés que yo había puesto en ESCUCHAR los deseos femeninos. No es solamente que yo hubiera adoptado el tema de la mujer como una de las preocupaciones del libro sino que todo el libro está escrito desde el deseo.
Cuadruple deseo: mi deseo por conocer más de ese mundo que es mi alteridad radical y fascinante; mi deseo por la mujer amada que encarna cambiante en los rostros y en los cuerpos de mis personajes; los deseos de muchas mujeres que me cuentan, me dejan ser testigo o viven conmigo situaciones deseantes, convertidas por mi en "figuras narrativas del deseo"; y finalmente los deseos, muy abiertos y muy concretos al mismo tiempo, de ser deseado a través de las palabras. A través de la obra, o más bien, en ella.
Es decir que el relato se levanta como un ámbito, un ámbito de deseo, no sólo sobre el deseo o escrito con deseo sino escrito desde el ámbito del deseo. Un ámbito creado para decir y captar el deseo. Para hacerlo actuar.
Y en esta última frase está tal vez la clave de mis libros: novelas que se niegan a subordinarse a la retórica común y corriente del suspenso narrativo o de la anécdota más o menos unidimensional, para convertirse en ámbitos, espacios de deseo. Espacios donde se lee con todo el cuerpo, y donde cada cuerpo que entra a leer deposita así sus deseos en la trama frágil como tela de araña que los define.
Así, En los labios del agua se nutrió enormemente de los ecos que tuvo entre el público femenino Los nombres del aire y, ya después, Los Jardines secretos de Mogador ganó vitalidad por todo el eco acumulado de mujeres deseantes más las preguntas que lancé abiertamente en su momento sobre mis lectoras para escuchar sus deseos, cientos de deseos de embarazadas muy específicamente, pero también deseos femeninos de todo tipo convertidos luego por mí en jardines.
Ahora, en el vértice de la nueva novela me lanzo de nuevo, como pararrayos, a escuchar deseos. Y el Blog es ideal para hacerlo. Ya en poco tiempo me llegan ecos enormes y muy vivos. Algunas mujeres me dejan su huella entre los comentarios de este blog. Hay algunos de enorme belleza. Los agradezco y pido ir más y más a fondo en el relato de sus deseos. No necesariamente de manera pública sino, con frecuencia, en correos privados. Y nunca dejo de sorprenderme.
Eleonora, una poeta profunda, ya me va dejando huella ni yo se hasta dónde. Otras cartas significativas fluyen sin dejar nombre. De todo lo que me cuentan me alimento y en mí todo se va transformando en cuento.
Estos días me llega la noticia de una mujer, bella y apasionada, que se ha puesto indeleblemente en el cuerpo el tatuaje que usan mis personajes en los libros. Y ella, Karla (menciono nombres sólo si me lo permiten) me envía su fotografía. Es la que abre esta nota del blog. Es la caligrafía que dice en árabe: "Nosotros somos el jardín", Y que aparece incluso en la portada de Los jardines secretos de Mogador.
Como no es la primera vez que eso sucede me voy a revisar mis cuadernos de cartas y ecos, y veo que ella es justamente la novena mujer que me dice que se ha mandado poner esa frase caligrafiada en el vientre. Le pido que me cuente la historia pasional que anima o es animada por ese tatuaje y me encanta oírla, leerla. Es una de esas "palabras que regresan" bajo el llamado de mis deseos para expresar afondo los suyos. Lo agradezco tremendamente.
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5 comentarios:
Como un relámpago.
La carta, en ocasiones, sirve de lengua al amante.
Ya sabes, como se decía en Córdoba, en el s. XI.
Háblame del ave de tus sueños.
El deseo de escuchar es deseo de leer el cuerpo amado.
El ave de mis sueños come sombras, busca lo negro: la noche del cuerpo cuando los ojos verdes como el mar de la tarde se ocultan tras de párpados lentamente besables.
A medida que leo encuentro que cada letra de una u otra forma se va tatuando desde dentro desde esa oscuridad mansa, hasta llegar al exterior que sin duda ha florecido como un nuevo jardín que a ratos es secreto, Y a ratos se muestra para quien sea capáz de descubrirlo sin necesidad de verlo...
Mucho antes de conocer tu blog ya se me habia metido en la cabeza la idea de hacerme el mismo tatuaje, solo que yo le haré como Jassiba y utilizaré jena
Desde hace rato pienso en la reivindicación de la voz "harén", en ese antiguo significado de "lo vedado". Eres el aire que recorre éste paraíso, toda palabra prende a él, lleva consigo al vuelo. Nunca he visto un harén con tanta felicidad, hay un secreto en él que tú has develado. Un beso, también en alas del viento.
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